
He escrito tantas veces sobre el papa Francisco en este Rincón que, al llegar el momento de su muerte, casi no sé qué añadir. Aunque, según el comunicado del cardenal Farrell, camarlengo de la Iglesia Católica, el papa Francisco ha muerto a las 7,35 de este lunes de la octava de Pascua en su residencia de la Casa Santa Marta, yo me he enterado a las 9,58. Enseguida he comprendido que el momento de su muerte ha sigo un regalo de Dios. Tras haber vivido un verdadero triduo pascual en comunión con Jesucristo, ha sido llamado a la casa del Padre al alba, en plena Pascua, cuando los cristianos celebramos el triunfo de Cristo sobre la muerte. ¿Hay un día mejor para cruzar la última frontera?
Ayer vi su imagen en televisión. Parecía un hombre derrotado. Aún así, se atrevió a impartir la bendición urbi et orbi desde el balcón de la basílica de san Pedro y saludar a los fieles congregados en la plaza. Hoy parece evidente que ese paseo en papamóvil fue en realidad una despedida. No quiso partir de este mundo sin dar las gracias a los fieles que lo han sostenido con su oración. Si algo ha pedido este Papa a lo largo de los doce años de su pontificado ha sido que orásemos por él. Lo hemos hecho a diario.

Los medios de comunicación de todo el mundo no cesan de bombardearnos con informaciones y reflexiones de todo tipo. Nos aguardan semanas de inflación vaticana. Se hablará de la vida del papa Francisco, de su funeral, de las congregaciones generales de los cardenales, del cónclave que elegirá a su sucesor, de los papables y finalmente del nuevo Papa. Se pondrá de moda la película Cónclave y empezarán las quinielas de todo tipo. Incluso las personas alejadas de la Iglesia participarán en esta especie de apuesta universal. Todo esto es noticiable, pero, en el fondo, muy secundario. La vida de la Iglesia es mucho más rica que lo que sucede en Roma.
Yo me detengo ahora en la persona de Jorge Mario Bergoglio, elegido Papa el 13 de marzo de 2013. Tuve la suerte de verlo por primera vez aquella tarde lluviosa en el balcón de la basílica de san Pedro. No pude imaginar entonces la revolución que se nos venía encima. Quizá lo de menos es todo lo que ha realizado en estos doce años. Tal vez el Espíritu lo eligió para abrir procesos de larga duración que, no sin sobresaltos, ayudarán a la Iglesia a entrar de lleno en el siglo XXI.

Sé que hay personas influyentes (entre las que se cuentan algunos obispos y teólogos) que han criticado a Francisco por ser un Papa superficial, sin la hondura y la finura teológica de Benedicto XVI. Les recomendaría leer el libro de Massimo Borghesi titulado
Jorge Mario Bergoglio. Una biografía intelectual. Tal vez ese libro podría ayudarles a despejar algunas dudas. Y también otro del mismo autor titulado
El desafío Francisco. Del neoconservadurismo al “hospital de campaña”. Cada uno es muy libre de expresar sus opiniones, pero conviene hacerlo desde una información objetiva, libre de prejuicios y empática.
Hoy, de todos modos, lo más importante es dar gracias a Dios por este profeta que nos ha regalado, no solo por sus grandes aciertos, sino también por sus perplejidades y meteduras de pata. Si Pedro, el primer líder de la comunidad, las tuvo, ¿por qué no habrían de tenerlas sus sucesores? La acción de Dios se abre camino en la fragilidad humana. No creemos en el Papa como si fuera un semidios. Creemos en Jesucristo, a quien el Papa sirve como testigo de excepción asistido por el Espíritu Santo. Francisco era muy consciente de su condición pecadora. La reconoció desde el primer momento. Nunca quiso ponerse como ejemplo de nada. Se sentía más a gusto caminado con el pueblo de Dios, que por encima de él.
Desde este Rincón quiero dar gracias a Dios de corazón por la vida del papa Francisco, con quien pude encontrarme en varias ocasiones. La primera fue el 11 de septiembre de 2015. Nunca olvidaré su invitación a adorar, caminar y acompañar. Pido a todos los amigos que oremos juntos por su eterno descanso y que procuremos acoger sus grandes intuiciones para vivir la fe con más brío en este apasionante tiempo que nos ha tocado vivir.
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