
Acabado el trabajo de la comisión, los últimos días de mi estancia en Roma han estado marcados por algunos encuentros con personas queridas. Cada uno ha sido único. Compartir la vida es siempre un regalo inmerecido. También he tenido tiempo para cruzar la Puerta Santa de la basílica de san Pedro confundido con la masa de gente. Lo hice en solitario ayer sábado a las tres en punto de la tarde, la hora de la muerte de Jesús. Mientras cruzaba el umbral, me acordaba de la entrada de Jesús en Jerusalén por la Puerta Hermosa, la que da al este, por la que -según la tradición- tendría que entrar el Mesías. He tenido ocasión de verla desde la falda del monte de los Olivos en varias ocasiones, pero no he podido cruzarla porque está cegada con piedras.
La Puerta Santa de la basílica de san Pedro es amplia y está abierta de par en par. Se pasa por ella sin dificultad. Quizás tendría que ser más pequeña y estrecha para que todos comprendiéramos bien la experiencia y las palabras de Jesús: “Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos” (Mt 7,13-14).

En la plaza y en la basílica había mucha gente. Imagino que hoy Domingo de Ramos muchos acudirán de nuevo a esos lugares para celebrar el comienzo de la Semana Santa. Aunque no cesamos de repetir que vivimos momentos de gran secularización, ayer vi una marea de niños, jóvenes, personas adultas y ancianos que cruzaban la Puerta Santa, como “peregrinos de esperanza” en este Año Jubilar.
Las motivaciones serán tantas como personas, pero todas ellas podían no haber peregrinado. Nadie les obligaba a hacerlo. ¿Por qué lo siguen haciendo en cifras millonarias? Quizás porque esperan la gracia del perdón, porque les parece que ese acto simbólico significa un acercamiento a Dios en compañía de otros pecadores. O tal vez porque -como leemos en la primera lectura de hoy- anhelan “una palabra de aliento”, un signo que les ayude a vivir con sentido.

Ayer por noche asistí a la interpretación del Stabat Mater de Pergolesi en la basílica del Corazón de María de Roma. La obra fue compuesta en 1736, meses antes de la muerte de su compositor provocada por la tuberculosis que padecía. Se caracteriza por el uso magistral de las disonancias, que expresan un emotivo patetismo. Quizá es preciso empezar la Semana Santa dejándonos afectar por el patetismo de la pasión de Jesús. Es verdad que la versión de Lucas que leemos este año dulcifica los momentos finales del Maestro. Si tenemos en cuenta que los evangelios fueron escritos a la luz de la resurrección, podemos preguntarnos por qué los autores no han pasado de puntillas por la pasión de Jesús ahorrándonos las escenas más dolorosas.
La respuesta es contundente. Los evangelistas no consideran la pasión como un tiempo de debilidad o de derrota que sería mejor olvidar. El misterio pascual no es -como señala un teólogo- “un combate a dos rounds, en el que Jesús habría perdido el primero, para después recobrarse y ganar el segundo round y el combate mismo”. En realidad, la verdadera victoria de Cristo tiene lugar en la cruz. Este es el misterio tremendo y fascinante que celebramos en la Semana Santa, de la que el Domingo de Ramos es su obertura.

Apuntes sobre la narración de la pasión según Lucas
(tomados de Fitzmyer)
Lucas no es un narrador imparcial de la pasión. Su relato es el de un discípulo que vuelve a vivir la historia de su maestro. Exhorta a sus lectores a seguir a Jesús en el camino de la cruz. En el relato hay una exhortación a comprometerse personalmente. Se nos invita a reconocernos en la debilidad de Pedro, a dejarnos mirar con ternura por Jesús, a llevar su cruz junto con Simón.
Lucas menciona repetidamente cómo los discípulos seguían a Jesús. Siguieron a Jesús al jardín (Lc 22,39); Pedro le seguía a distancia (Lc 22,54). Lucas cambia el aoristo de Marcos por un imperfecto, para denotar una actitud, más bien que una ocurrencia puntual. Al omitir la referencia al lugar adonde se dirigían, el verbo “seguir” está tomado en un sentido absoluto, y puede expresar una actitud global, generalizada. La expresión “a distancia” reaparece cuando Lucas menciona a un grupo de amigos (Lc 23,49).
Hay también una gran multitud en pos de Jesús sin ninguna indicación de hostilidad. Las palabras de Jesús son una llamada al arrepentimiento. La multitud al final se da golpes de pecho (Lc 23,48) y se retiran con un corazón arrepentido. La actitud judía es mucho menos negativa que en Marcos o Mateo, y a Jesús no se le ve tan solo.
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