
Luce en Vinuesa un sol espléndido que me recuerda el viejo dicho: “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Con la reforma litúrgica, solo el Jueves Santo se sigue celebrando en jueves; las otras fiestas han pasado al domingo.
Esta mañana, cuando he salido a caminar por el bosque, el termómetro marcaba apenas cero grados. Las cumbres se veían nevadas. Entre la lluvia intensa de ayer y la aguanieve pronosticada para mañana tenemos hoy un intermedio de sol. Veo muchas caravanas de turistas estacionadas en el aparcamiento que se construyó hace un par de años. La gente se mueve mucho en los días de la Semana Santa. Imagino que muchas personas participarán esta tarde en la misa in coena Domini.
Es emocionante sentarse a la mesa con Jesús y sus discípulos, sentirse un comensal más, escuchar sus palabras de despedida, dejarse lavar los pies por él y compartir su pan y su vino. Esa “cena que recrea y enamora” (san Juan de la Cruz) hace la comunidad. No hay Iglesia sin cena eucarística. Doy gracias a Dios por el don de participar en ella desde hace 60 años y de convertirme en “camarero-sacerdote” desde hace más de 42.

Unir en una misma celebración la Eucaristía, el amor fraterno y el ministerio ordenado nos ayuda a entender la profunda vinculación entre estas tres realidades esenciales para nuestra vida de fe. El “haced esto en conmemoración mía” nos recuerda que “cada vez que comemos su cuerpo y bebemos su sangre, anunciamos su muerte hasta que Él vuelva”.
Sin Eucaristía la fe corre el riesgo de convertirse en una experiencia disgregadora, perdida en la cueva de la conciencia individual. Hoy vivimos la fuerte tentación de privatizar la fe. La Eucaristía nos devuelve siempre nuestra vocación de pueblo. Los sacerdotes somos pueblo al servicio del pueblo. No hay nada más antilitúrgico que el clericalismo, esa “intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos de otros miembros de ella” (RAE).
Por último, tanto la Eucaristía como el ministerio ordenado están al servicio del amor y son una expresión de ese Jesús que “sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. El gesto del lavatorio de los pies es icónico. Nos ayuda a entender que el amor no es un sentimiento efímero, sino una actitud de entrega constante: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.

No sé dónde ni cómo viviréis este Jueves Santo los amigos que os acercáis a este Rincón. En cualquier caso, no dejéis de participar en la Eucaristía vespertina y, si podéis, reservad un tiempo esta noche para velar siquiera una hora con el Señor, para dejar que el silencio os ayude a entrar en el misterio de su entrega incondicional. Es probable que en algunos lugares participéis también en procesiones o representaciones. Cuando se viven con fe y no como mera teatralización de la pasión y muerte de Jesús, pueden ayudar mucho a ablandar la dureza del corazón, a avivar el estremecimiento ante el drama de Jesús y, sobre todo, a comprender que acompañarlo significa estar cerca de los crucificados de hoy.
Acabo de escuchar en televisión unas declaraciones del actor Antonio Banderas en las que afirmaba que para él estos días se resumen en tres eses: “semana santa solidaria”. Creo que lleva razón. Él se refería al compromiso social de los verdaderos cofrades, pero se puede extender a todos los creyentes. Quizá por eso, quienes estos días, por motivos familiares o profesionales, tienen que acompañar a enfermos, moribundos, presos, indigentes, etc. viven una verdadera “semana santa” unidos al Jesús que sigue enfermando y muriendo.
A todos los amigos del Rincón os deseo un Jueves Santo de fe y fraternidad. Que las palabras de san Juan de la Cruz en su Cántico espiritual nos enseñen a vivir con profundidad la cena a la que el Señor nos invita:
La noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
La de hoy, una entrada profunda que remueve muchos sentimientos y abre nuevos horizontes.
ResponderEliminarMe uno a tu acción de gracias, en esta tarde-noche, que celebramos también, de una manera especial el ministerio ordenado. Tu expresión, le da un cariz especial a esta tu acción de gracias, por estos 42 años de convertirte, en “camarero-sacerdote”.
Gracias Gonzalo por tu testimonio, fiel a tu vocación.