
Hoy todos los periódicos llevan a la primera página la noticia de la muerte de Mario Vargas Llosa. Según el color de cada uno de ellos, se destacan unos aspectos y se omiten otros. Todos coinciden en su enorme talla literaria. Si hubiera fallecido después de haber escrito La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969), hubiera pasado con toda seguridad a la historia de la literatura en español como un representante del llamado boom latinoamericano. Pero resulta que siguió escribiendo hasta poco antes de morir.
A diferencia de otros escritores, cuyo reconocimiento les llegó después de la muerte, Vargas Llosa fue premiado en vida. Recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1986, el Cervantes en 1994 y el Nobel de Literatura en 2010. Por si fuera poco, en 1996 ingresó en la RAE, en 2011 fue nombrado primer marqués de Vargas Llosa por el rey Juan Carlos y en 2021 fue elegido miembro de la Academia francesa, a pesar de que no escribió ni una sola obra en francés, aunque lo hablaba con fluidez. Su incursión en la política (fue candidato a la presidencia del Perú en oposición a Alberto Fujimori) y en la vida social (convivió varios años con Isabel Preysler) hicieron de él un personaje famoso, brillante y contradictorio a un tiempo. De admirador de Fidel Castro, por ejemplo, pasó a ser un crítico feroz de la dictadura castrista. Enemigo de todo nacionalismo (centralista o periférico), acabó asentándose en un liberalismo de corte muy personal.

He leído varias obras suyas. No es mi escritor favorito, pero reconozco que es un genio de las letras. Disfruté con sus primeras obras y con La fiesta del chivo (2000). Solía leer también sus colaboraciones en El País. No he leído todavía su última novela Le dedico mi silencio, publicada en 2023. Un amigo mío del Perú, afincado ahora en Roma, me dijo hace tres días que ha disfrutado mucho leyéndola. Se trata de un homenaje a la música criolla peruana.
No me atrevo a hablar mucho sobre la persona de Vargas Llosa o sobre su literatura porque para eso habría que tener un conocimiento del que carezco. Por otra parte, abundan tanto los análisis que es fácil perderse. Me detengo en una frase suya que me ha llamado la atención: “Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad”. La frase puede sonar dura, casi irreverente, pero esconde algo admirable: la capacidad de vivir de forma consciente, tratando de hacerse cargo del misterio que nos envuelve, no limitarse a vegetar de manera pasiva. Y eso, por más que no se denomine así, es algo muy cristiano. Jesús nos invita a estar siempre en vela, a no dormirnos. Y también a no resignarnos ante el mal que nos rodea.

Aunque fue educado en el catolicismo, desde el punto de vista religioso se consideraba agnóstico. Lo explica así: “No soy un ateo, un ateo es también creyente. Cree que Dios no existe, ¿no es cierto? Soy un agnóstico, más bien, si es que soy algo. Alguien que se declara perplejo, incapaz de creer que Dios exista o que Dios no exista”. Esa perplejidad suele acompañar a las personas inteligentes. Son demasiado perspicaces como para hacer afirmaciones burdas sin un mínimo de fundamento.
Cuando a la perspicacia se une la capacidad de asombro y la humidad, entonces el terreno está preparado para que crezca la semilla de la fe. Quisiera creer que ese hombre “incapaz de creer que Dios exista o que Dios no exista” ha vivido una experiencia de encuentro gratuito con el Misterio que nos sostiene, aunque no sepamos nombrarlo. La literatura de Vargas Llosa es una permanente exploración de una realidad que se le antojaba demasiado dura como para no buscarle grietas de trascendencia. Descanse en paz un explorador de pluma afilada y fecunda.
Gracias por ayudarnos a conocer un poco a este personaje que, como otros, supo luchar por la vida, se percibe, por lo que nos cuentas de él, una inquietud constante para superarse… Conocía su nombre, pero desconocía su trayectoria y sus obras…
ResponderEliminarComo bien dices, con el título: “los famosos también mueren”, nos llevas a reflexionar sobre nuestra “finitud”, tema importante para estos días de Semana Santa, que nos ayuda a preparar la Pascua.
Buena semana santa, para ti, Gonzalo.