viernes, 2 de febrero de 2018

Menos palabras, más vida

Hacía mucho tiempo que un libro no me sacudía tanto como El mundo de ayer de Stefan Zweig. Admiro tanto el contenido como la forma. Incluso la traducción castellana me parece óptima. Comparto al cien por cien lo que el mismo Zweig escribe acerca de cómo tiene que ser un libro para que resulte interesante: “En una novela, una biografía o un debate intelectual me irrita lo prolijo, lo ampuloso y todo lo vago y exaltado, poco claro e indefinido, todo lo que es superficial y retarda la lectura. Sólo un libro que no cese de mantener su nivel página tras página y me arrastre hasta el final de un tirón y sin dejarme tomar aliento me produce un placer completo. Nueve de cada diez libros que caen en mis manos los encuentro llenos de descripciones superfluas, de diálogos plagados de cháchara y de personajes secundarios innecesarios; resultan demasiado extensos y, por lo tanto, demasiado poco interesantes, demasiado poco dinámicos”. Zweig consigue mantener el interés en cada frase. Mientras leo, tengo la impresión de que no sobra nada. Aspiro a escribir así. Mi origen castellano me empuja a ser sobrio. No he olvidado una anécdota que solía contar la escritora Carmen Martín Gaite, a quien también admiro. Decía que había aprendido a decir mucho con poco (non multa sed multum) escuchando a los pastores y campesinos de Castilla. Una vez, siendo niña, salió a dar un paseo por el campo con su padre. Sin saber cómo, perdió a su padre de vista. Se sintió acongojada. Al toparse con un pastor que cuidaba a su rebaño, le preguntó si había visto por casualidad a su padre. Con el paso del tiempo, la respuesta que el pastor le dio a la niña Carmen le parecía a la adulta Martín Gaite un ejemplo soberbio de precisión y brevedad. La frase estaba formada por nueve monosílabos y una palabra bisílaba: “Si pasó no lo sé, mas yo no lo vi”.  No se podía ofrecer más información con tan pocos vocablos.

Tengo un amigo periodista que siempre se queja de la verborrea que observa en muchas homilías dominicales. Su juicio es implacable. ¿Por qué hay sacerdotes que hablan durante veinte minutos cuando todo se podría resumir en cinco y resultaría más incisivo? Vivo en un país, Italia, en el que se cultiva el arte de la palabra. Desde los niños a los adultos, todos hablan mucho y bien, aunque a veces se tenga la sensación de que la abundancia de palabras es una forma de ocultar la ausencia de pensamiento: “Il pensiero può mancare, la parola mai” (puede faltar el pensamiento, pero nunca la palabra”). Cuando por curiosidad escucho durante algunos minutos algunos programas radiofónicos o televisivos en los que se habla, se habla, se habla… enseguida tengo que abandonarlos porque me producen tal saturación que hasta me cambia el humor. ¿No podríamos hablar menos y pensar y hacer más? ¿No podríamos hablar menos y gozar del silencio? En el caso de la liturgia cristiana me parece evidente. Aborrezco las celebraciones en las que todo se explica y se comenta, en las que no hay tiempo para “escuchar” el silencio.

Escribo estas cosas en el día en el que, coincidiendo con la fiesta de la Presentación del Señor, la Iglesia celebra también la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Los Misioneros Claretianos tenemos cuatro Institutos dedicados a profundizar en la teología de esta forma de vida en la Iglesia: Madrid (España), Roma (Italia), Manila (Filipinas), Bangalore (India). Próximamente abriremos el quinto en Abuja (Nigeria). Estamos comprometidos con la formación de los hombres y mujeres que han recibido el don de vivir hoy el mismo estilo de vida de Jesús mediante la profesión de los votos de castidad, pobreza y obediencia, la vida en común y una misión al servicio de la Iglesia y del mundo. En realidad, los religiosos somos una pequeñísima minoría en la Iglesia. Creo que no llegamos al 0,01% de todos los cristianos. Hemos recibido infinidad de carismas, pero hay un rasgo en común: quisiéramos que nuestra vida fuera nuestra palabra. O, dicho en cristiano: que nuestra vida consagrada a Dios fuera más elocuente que cualquier otra palabra que podamos pronunciar. En un mundo saturado de palabras, enfermo de verborrea, es necesario que unos cuantos miles de personas se esfuercen en hablar, sobre todo, con los hechos. Y algunos de ellos, quienes han recibido el don de la vida contemplativa, con el silencio hecho forma de vida.  



1 comentario:

  1. Con un poco de retraso me uno a vuestra celebración y acción de gracias por el don de la Vida Consagrada.

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