miércoles, 7 de febrero de 2018

Tierra de los orígenes

Pasar de los 7 u 8 grados de Roma a los 34 de Malabo es un salto agotador. Lo sobrellevo como puedo. Tras varias horas de vuelo y escalas en Adís Abeba (Etiopía) y Duala (Camerún), llegué ayer a la capital de Guinea Ecuatorial a primera hora de la tarde. Menos mal que reservé el billete con Ethiopian Airlines porque Iberia hace semanas que ha suspendido los vuelos a este país. Las más de quince horas de viaje se me hicieron muy llevaderas porque, en contra de lo que suele ser habitual en los últimos años, encontré personas con las que estuve hablando casi todo el tiempo. Aclaro que ninguna de ellas era de China, aunque el avión venía con un nutrido numero de pasajeros chinos. En el tramo Roma-Adís Abeba coincidí en la fila del avión con dos jóvenes sicilianos que viajaban a Etiopía para recorrer el país en un mes sin más plan que su instinto aventurero. Su extroversión mediterránea hizo que habláramos de lo divino y de lo humano durante varias horas y con gran espontaneidad. En el tramo Adís Abeba-Malabo me tocó al lado del encargado de relaciones exteriores y cooperación internacional de la Soberana Orden de Malta. Nos pasamos también el viaje hablando de muchos temas actuales. Todos estábamos muy acostumbrados a viajar, así que no nos resultaba difícil entablar un diálogo interesante con personas desconocidas. El viaje de ayer es como el reverso de la entrada que dediqué a la epidemia de la soledad. Como se ve, todavía hay hermosas excepciones a la indiferencia generalizada.

El caballero de Malta y yo coincidíamos en que el futuro de la humanidad pasa por África. No en vano, parece que todo comenzó también aquí. En Etiopía se enorgullecen de tener algunos fragmentos óseos de Lucy, el homínido encontrado en 1974 cerca de Adís Abeba. Puede tener hasta tres millones y medio de años de antigüedad. Por eso, el lema turístico de Etiopía es “Land of origins” (Tierra de los orígenes). Es como si aquí se conservaran las esencias de la humanidad, las semillas de una revitalización de todo el planeta. De hecho, a pesar de los muchos problemas que padece el continente, por todas partes se respira pasión por la vida. Libres de la sofisticación de Occidente, todo (el amor y el odio, la belleza y la podredumbre, la vida y la muerte) se presenta como en estado original, sin el papel celofán de los convencionalismos sociales. Por eso, uno se siente más espontáneo, ríe más y se olvida de muchas menudencias que, en condiciones ordinarias, nos atrapan. En fin, el sueño y el calor no me permiten extenderme más. Tal vez desde Bata me sea más fácil explorar otros rincones.

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