lunes, 5 de febrero de 2018

La epidemia de la soledad

Estoy ultimando los preparativos de mi viaje porque esta noche vuelo a Guinea Ecuatorial, con escala en Adís Abeba, la capital de Etiopía. Tecleo esta entrada mientras imprimo algunos materiales que voy a necesitar. El tema de hoy lunes, memoria de santa Águeda, una mártir siciliana del siglo III, me lo brinda un artículo que acabo de leer sobre la soledad de muchas personas, sobre todo ancianas. Nuestro estilo de vida moderno no facilita la atención a quienes viven solos sin desearlo. Se trata de viudos y viudas, de personas divorciadas o solteras, de ancianos y también de algunos jóvenes que no tienen con quien compartir su vida. Imagino lo que supone pasar las 24 horas del día sin hablar con nadie, sin que nadie te pregunte cómo estás. Hay algunos contemplativos, hombres y mujeres, que llevan una vida de silencio completo, pero se trata de una vocación libremente aceptada. La soledad no es aislamiento sino plenitud, comunión profunda con todo y con todos. El caso de los solitarios a la fuerza es distinto. Para ellos la soledad no es un tesoro sino una epidemia que los va corroyendo lentamente. Los seres humanos somos seres sociales. Sin comunicación acabamos por no saber quiénes somos. Hace menos de un mes escribí una entrada sobre la pastoral del teléfono. Me sorprendió el alto número de visitas, cuatro veces más de las que registra una entrada de un día cualquiera. Eso me hizo caer en la cuenta de que soledad y comunicación son dos asuntos a flor de piel.

Hace veinte años, cuando hacía algún viaje en avión, era normal conversar con los pasajeros más próximos. Todavía me comunico con una persona que conocí en un viaje de Roma a Hong Kong. Diez horas de viaje dan para mucho. Hoy es casi imposible. En la mayoría de los casos los pasajeros no pasamos de un breve saludo inicial. Cada uno se coloca sus auriculares, crea su propio mundo (escuchando música, viendo películas, jugando) y se olvida de quienes están a unos centímetros. No he visto mayor proximidad física y mayor distancia emocional que en la cabina de los aviones. Es una metáfora de lo que vivimos en otros ambientes. De tal manera nos hemos vuelto celosos de nuestra privacy que, al final, hemos construido un muro que nos impide relacionarnos con los demás y nos va aislando en nuestra burbuja. Siempre he creído que hay cinco relaciones que nos mantienen vivos: con nosotros mismos, con los demás, con el mundo (naturaleza y sociedad), con el tiempo (pasado, presente y futuro) y con Dios. Si las cortamos o amputamos, acabamos muriendo. Muchos hace tiempo que empezaron cortando la última. Dios no les dice nada. Luego le tocó el turno al tiempo. Viven un eterno presente porque no creen en ningún futuro de plenitud (Imagine there’s no heaven, que cantaba Lenon) y la tradición no les interesa en absoluto. Poco a poco, estamos cortando también con el mundo y con los demás. Al final, acabaremos prisioneros de nuestro propio yo: un egocentrismo narcisista y suicida.

¿Cómo abrir espacios y tiempos para el encuentro? Este es el reto de las familias, las comunidades religiosas, las iglesias, los pueblos y las asociaciones de todo tipo. La epidemia de soledad solo se cura con el bálsamo del encuentro. Si nadie me escucha, acabo por no saber quién soy. Si no escucho a nadie, estoy practicando un homicidio colectivo. No basta enviar media docena de guasaps, ni siquiera mensajes más largos a través del correo electrónico o de Skype. Necesitamos vernos las caras, mirarnos a los ojos, abrazarnos y vivir la aventura del encuentro interpersonal. Hemos sido creados para el encuentro. Todo lo que lo anule o minimice se volverá tarde o temprano en contra de nosotros. Por eso me alegro cada vez que me entero de que algunas personas han puesto en marcha iniciativas para favorecerlo. Por eso me encanta sentarme a una mesa, compartir un café, un té o una jarra de cerveza, olvidarme de todo lo que tengo que hacer, y dejarme llevar por la magia de la conversación. Por eso me gusta escuchar a los ancianos, aunque a menudo repitan lo mismo. Cada vez me aburren más las reuniones de trabajo (donde lo funcional prima sobre lo personal) y añoro las conversaciones interminables que tenía en mis tiempos juveniles. Hay que volver a poner de moda la escucha. Todo lo demás puede esperar.

1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo, por todo lo que acompañas a los amigos de Gundisalvus... Buen viaje y buen trabajo.

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