jueves, 1 de febrero de 2018

Lo antiguo ha pasado

Aunque aquellos días de octubre la agenda estaba repleta de compromisos, tuve tiempo para escribir algunas notas el día después. Hoy vuelvo a recordar la beatificación de 109 mártires claretianos que tuvo lugar en la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona el 21 de octubre. No es un asunto pasado sino actual. Precisamente hoy, 1 de febrero, celebramos la memoria litúrgica de los beatos Mateu Casals (sacerdote), Teófilo Casajús (estudiante), Ferran Saperas (hermano) y sus 106 compañeros mártires. Es la primera vez que lo hacemos. A cien días de su beatificación, libre ya de las tensiones propias de aquellas jornadas de octubre, me pregunto qué significa celebrar un martirio. Para muchas personas se trata de un merecido homenaje a unas decenas de personas que fueron fieles a sus convicciones. Así se expresan algunas de las autoridades civiles que hablan en el vídeo que he colgado al final de la entrada de hoy. Aprecian la coherencia de unos cuantos jóvenes y adultos en tiempos revueltos, como los que se dieron durante la persecución religiosa que tuvo lugar en la guerra civil española (1936-1939). Otras personas subrayan la solidez de sus creencias y actitudes, que contrastan mucho con la liquidez de las nuestras ochenta años después. No faltan quienes insisten en un rasgo que ha sido común a todos los mártires cristianos desde el principio: el perdón. Es como si todos se hubieran puesto de acuerdo para hacer suyas las palabras de Jesús en la cruz: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Creo que, siendo realistas, no faltarán tampoco personas a las que estos testimonios no les digan nada.

Un martirio es una realidad tan exuberante y tan “fuera de lugar”, si se me permite esta expresión, que no hay forma de despacharlo con cuatro palabras. Los mártires son, ante todo, testigos. Confiesan, con palabras y con gestos, que hay una realidad que los supera y por la que merece la pena dar la vida. Esa realidad es tan valiosa, tan absorbente, que ninguna otra (libertad, seguridad, honor, placer) se la puede comparar. Para los mártires cristianos esa realidad es Dios. En condiciones normales, los mártires expresan su fe mediante un amor hecho de gestos cotidianos: orar, servir a los demás, cumplir el propio deber, etc. Pero a veces se dan circunstancias en las que la normalidad, y hasta la rutina, son sustituidas por la anormalidad de la persecución y las amenazas. Llegados a ese extremo, los mártires no hacen sino llevar también al extremo su fe, su esperanza y su amor. Así que, en pocas palabras, los mártires son creyentes que creen, esperan y aman “hasta el extremo”. Condensan en pocas horas o minutos la carrera de la vida, aceleran su llegada a la meta. Esta aceleración no es el resultado de una anomalía psíquica o de meras circunstancias externas. Es el fruto de la acción del Espíritu Santo en ellos. Solo movidos por el Espíritu de Jesús pueden configurar con él incluso en una muerte violenta.

Hay días en los que me dejo llevar por algunos temas deliciosamente frívolos. Si las entradas del Rincón de Gundisalvus abordaran siempre cuestiones trascendentales, me quedaría sin lectores en una semana. Pero hay días hoy es uno de ellos− en los que cualquier frivolidad resulta insultante. En los 109 mártires no veo solo a un grupo grande de hermanos míos. Veo a los millones de hombres y mujeres que, a lo largo de la historia, han sido víctimas de la violencia y de los que nadie hace memoria porque han sido sepultados por una capa de olvido. Leyendo la trilogía sobre el cónsul Publio Cornelio Escipión o la autobiografía de Stefan Zweig, por citar solo un par de libros recientes, caigo en la cuenta de que la historia humana está regada con sangre, tanto en el siglo III antes de Cristo como en el siglo XX e incluso en nuestros días. ¿Quién enjuga tantas lágrimas? ¿Adónde van a parar tantas vidas masacradas por otros seres humanos? ¿Quién va a hacer justicia? La beatificación de unos pocos mártires me recuerda que para Dios no hay ni una sola vida despreciable, que ninguna se pierde para siempre. Me vienen a la memoria las palabras del Apocalipsis: “(Dios) les enjugará las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado” (21,4). Mirando a mis 109 hermanos beatos veo a todos los millones de hombres y mujeres que, muertos a manos de otros seres humanos, viven en Dios. La memoria de los mártires nos hace mirar al futuro porque “todo lo antiguo ha pasado”. Los mártires son adelantados de los tiempos nuevos. 

Os invito a ver este vídeo de media hora que recuerda lo celebrado el pasado día 21 de octubre de 2017.



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