miércoles, 7 de junio de 2017

Mañana será tarde

Me duele escribir de manera crítica, una vez más, acerca del Islam; sobre todo, porque varios de mis compañeros claretianos están muy empeñados en el diálogo interreligioso y trabajan cada día, codo a codo, con buenos musulmanes que viven su religión como fuente de paz y reconciliación. Esto es admirable, construye futuro, es el camino adecuado. Da igual que se produzca en el Casal Claret de Vic, en la Casa sul Pozzo de Lecco, en un barrio de Bilbao, Marsella, Tánger o Londres, o en el sur de Filipinas. Pero, al mismo tiempo, no puedo cerrar los ojos a lo que cada vez me parece más evidente: el hecho de que el Islam está intentando la tercera –y quizá la más exitosa– gran conquista de Europa. De esto se habla en los cenáculos intelectuales, en los parlamentos y hasta en los bares, pero no parece muy europeo reaccionar con inteligencia y determinación. ¡Hasta el papa Francisco parece aceptar de buen grado la invasión musulmana de Europa! Se trataría, en definitiva, de una nueva oportunidad histórica para el mutuo enriquecimiento. ¿Es de verdad así? 

Todo el mundo sabe que los grandes capitales de los países del Golfo se están haciendo con muchas propiedades en Europa. Todo el mundo sabe que oleadas de inmigrantes musulmanes, que no son acogidos en otros países musulmanes ricos, llaman a las puertas del viejo continente en busca de refugio. Todo el mundo sabe que hay una clara ofensiva demográfica: tener muchos hijos por parte de las familias musulmanas se ha convertido en un “arma de futuro” (Erdogan dixit). Todo el mundo sabe que los musulmanes, cuando son minoría, invocan las leyes democráticas de los países de acogida para exigir todos los derechos que les corresponden en cuanto ciudadanos (incluido, como es natural, el de libertad religiosa). Sin embargo, cuando son mayoría, tienden a imponer sus leyes excluyendo a quienes pertenecen a otras religiones. En este terreno no hay reciprocidad. Basta hablar con cristianos que viven en países de mayoría musulmana para darse cuenta. Los hechos son tozudos. Todo el mundo sabe que los musulmanes suelen ser acogidos en los países de tradición cristiana, pero que muchos cristianos son expulsados –y hasta masacrados– en países donde impera el Islam en cualquier de sus versiones.

Bueno, pues, a pesar de todo, no queremos abrir los ojos. O no queremos movernos de donde estamos. No sé si es por desconocimiento, comodidad, convicción, temor o desidia. Seguimos diciendo que los problemas de convivencia (incluidos los atentados) los producen solo unos pocos extremistas y que tenemos que aprender a manejar estos fenómenos conflictivos como algo normal en las sociedades multiculturales, a menos que queramos regresar a etapas dictatoriales en las que todos tenían que pensar y actuar del mismo modo. Estamos empeñados en presentar esta invasión como encuentro de civilizaciones, cuando hay muchos hechos que lo desmienten. No importa que alguno de los últimos terroristas de Londres, en un ejercicio diabólico de perversión religiosa, haya afirmado que mataría incluso a su madre “en nombre de Alá”. No importa que un joven musulmán interrumpa una boda cristiana en Valladolid al grito de “Alá es grande” mientras los invitados reaccionan con estupor e incredulidad. No importa que algunos adeptos del ISIS destruyan una iglesia en el sur de Flipinas.

No importa, sobre todo, que el cristianismo esté desapareciendo de algunos lugares de Oriente Medio por el hostigamiento constante a que se ven sometidos los fieles. No importa que algunos expertos, que conocen el Islam en la calle y no solo en los libros, nos adviertan con claridad de lo que está sucediendo. Es como si Occidente se pusiera una venda en los ojos, como si se hubiera resignado a ser engullido lentamente sin poder rechistar, en nombre de no sé qué extraña tolerancia. Pareciera que la democracia estuviera reñida con la lucidez y la fortaleza. El papa Francisco, como buen pastor, no acepta llamar violento al Islam. Me parece que tiene razón. No se pueden hacer generalizaciones injustas. Él cree en la fuerza profética del diálogo, en la cultura del encuentro como antídoto contra el extremismo de algunos violentos que se sirven del Islam para sus propios intereses. Yo también me apunto a esta línea, pero se tienen que dar unas actitudes abiertas (en unos y otros) y unas condiciones mínimas para que el encuentro sea posible y eficaz. Y en muchas ocasiones ni se dan ni se procuran.

Creo que el Islam es muy consciente de la debilidad en la que se encuentra Europa en relación con su tradición cristiana. Ha detectado un vacío axiológico que intenta rellenar lo más rápidamente posible. Por eso, se sirve de varias vías para su particular campaña: la económica (comprando grandes propiedades y capitales), la demográfica (engendrando hijos muy por encima de la media), la propagandística (presentando el Islam como religión atractiva y superior), la informática (atacando con hackers algunos intereses vitales y diseminando a través de Internet los ideales radicales entre los jóvenes frustrados)  y, en ocasiones, la violenta (provocando atentados terroristas). La convergencia de las cinco, aunque parezca forzada, irá produciendo los frutos deseados a medio y largo plazo. Sobre las cinco hay que actuar con determinación y serenidad, a menos que consideremos que la invasión islámica es un destino histórico inapelable y que “no se hunde el mundo” porque en Europa suceda lo que sucedió hace siglos en el norte de África.

En el fondo, el desafío islamista pone a las claras un problema interno muy hondo: la terrible amnesia que Europa vive con respecto a las raíces que la han nutrido durante siglos, la relectura implacable a la que ha sido sometido el pasado cristiano y la falta de una alternativa vigorosa que dé aliento a los ciudadanos y siente las bases de una convivencia libre, justa y próspera. No hay terreno más abonado para el radicalismo de cualquier tipo (incluido el islámico) que los desiertos nihilistas que se han creado después de haber talado los árboles del bosque cristiano. Si de verdad queremos caminar hacia la cultura del encuentro tenemos que saber quiénes somos, de dónde venimos y qué podemos ofrecer. Los oasis también existen, pero no son suficientes para saciar la sed. Se necesitan manantiales generosos de sentido. Espero que el futuro desmienta mis temores. Seré el primero en celebrarlo. De momento, quiero contribuir a construirlo de manera positiva. 

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el artículo. Me parece además muy valiente. Solamente hay una cosa en la q no estoy de acuerdo en este asunto: con las manifestaciones del Papa Francisco. Seguro q estoy equivocada, pero aquí no hay diálogo q valga, ni cultura del encuentro ni nada. Se nos están apoderando Gonzalo. Cada día q pasa hay mas muertos. A nosotros nos atemoriza mas cuando nos matan en "nuestra Europa". Pero hay q contar también a los cristianos del autobus, hace 2 semanas, en Egipto, por ejemplo. Eso como "pilla mas lejos"....hay q combatir esto de otra forma. Nadie nos defiende. Igual esto q digo no es muy correcto.....pero nos tenemos q empezar a defender ya.
    Una mención especial a Ignacio Echeverria, q ha sido muy valiente.
    Otra mención a un Obispo q defendió, poniendose delante el, a sus feligreses no se si fué en Alepo o cerca. Ha ocurrido hace un mes mas o menos. Lo escuché en la radio. Milagrosamwnte no lo mataron, resulto ileso. Tuvo unas agallas....las q nos faltan aquí. Curiosamente esto último no lo he visto reflejafo en los Telediarios. Solo en la radio un día y nada mas.
    Piluca.

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  2. Interesante este recuento y análisis padre Gonzalo; un diálogo requiere de dos; desafortunadamente el fundamentalimo impide los adelantos de este y valiéndose de la fuerza y violencia aplacan la posibilidad. Creo en la buena voluntad del Papa, pero dificilmente de los que están en el diálogo porque no han logrado dominar a los suyos. Mi pobre opinión porque seguro desconozco muchas cosas.

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