lunes, 19 de diciembre de 2016

La reforma no ha hecho más que empezar

Escribo desde un rincón de la sierra madrileña. Voy a pasar el próximo mes fuera de Roma. Cuando comencé el blog hace diez meses, una amiga mía me dijo que escribía demasiado sobre el papa Francisco. Me parece que exageraba, pero, en cualquier caso, en los meses siguientes me moderé bastante. Apenas hice alguna alusión suelta. Pero resulta que el pasado 17 de diciembre Francisco cumplió 80 años, la edad en la que la mayoría de las personas están jubiladas, incluidos los obispos. ¿Cómo es posible que el papa Francisco siga en activo con una vitalidad extraordinaria? ¿Por qué muchos lo consideran uno de los líderes más influyentes en el mundo actual? ¿Por qué, sin embargo, en un sector de la Iglesia está suscitando tanta polémica, incluso pública animadversión? ¿Por qué, tras meses de tregua, comienza a hablarse de nuevo de la lucha por el poder en la Iglesia

A veces algunos amigos me preguntan qué opino de todo esto. Piensan que el hecho de vivir en Roma me permite conocer más de cerca los entresijos del cuartel general de la Iglesia. La verdad es que no. Estoy muy alejado de lo que se cuece en el Vaticano, aunque percibo algunas cosas que, quizá a cierta distancia, se ven con más objetividad. Me parece evidente que este Papa piensa en una reforma de gran calado: clara en los objetivos, tranquila en los tiempos, universal en su alcance. Viniendo de la periferia de la Iglesia, acostumbrado a una vida pastoral intensa, enseguida percibió que la maquinaria de la curia romana funciona con una inercia y un estilo que no reflejan la rica variedad de la Iglesia católica universal. Basta pensar, por ejemplo, en el número de cardenales. Hay todavía 46 italianos (de los que 25 son electores). Brasil, el país con más católicos en el mundo, tiene solo 11 y México 6. Esto da una idea no solo del eurocentrismo sino incluso de la excesiva preponderancia de la jerarquía italiana sobre el conjunto. Me ahorro comentar las consecuencias prácticas que esto tiene en el día a día del gobierno de la Iglesia.

Francisco no quiere provocar ningún cisma. Me parecen ridículas las voces que apuntan en esta dirección. Pero ha tocado puntos que se consideraban intangibles. El primero tiene que ver con el estilo de vida. Muchos eclesiásticos, acostumbrados a un boato anacrónico y hasta ridículo, sienten que el estilo del Papa los deslegitima. Si Francisco vive con la sencillez que le permiten los muros vaticanos, ¿con qué cara algunos cardenales y obispos pueden seguir desplegando un estilo principesco? Si Francisco invita a algunos pobres a desayunar el día de su cumpleaños con foto incluida –y comprendo, por tanto, que algunos vean en estos gestos un ambiguo populismo–, ¿qué efecto produce ver a obispos de la Iglesia en banquetes y fiestas mundanas de alto copete? Pero la reforma de Francisco va mucho más al fondo. Tiene que ver, en definitiva, con el significado del Evangelio en la sociedad contemporánea y con el modo de entender la acción del Espíritu Santo en una historia siempre en evolución.  Aquí se juega –si se me permite hablar en términos bélicos– la batalla principal. Las reformas organizativas, el nuevo estilo de liderazgo, los gestos de cercanía y solidaridad, son solo indicadores de una nueva manera de colocar el Evangelio en el centro de la vida cristiana. Nadie en su sano juicio puede pensar que este es un ejercicio de arqueologismo, como si Francisco quisiera eliminar de un plumazo los 2.000 años de historia de la Iglesia. Es sencillamente recuperar el centro, impedir que los desarrollos posteriores (doctrinales, jurídicos, litúrgicos) opaquen la transparencia de un Evangelio centrado en el amor de Dios hacia sus hijos e hijas; sobre todo, hacia los más indefensos.

La semilla de esta reforma ha echado raíces en muchísimos cristianos de todo el mundo y en otros hombres y mujeres que no pertenecen a la Iglesia. Podría contar al respecto historias que conozco de primera mano. Es el gran regalo que el Espíritu Santo ha hecho a una Iglesia que comenzó el siglo XXI bastante herida, desesperanzada y falta de vigor. ¿Seremos capaces de aprovechar esta nueva oportunidad o sucumbiremos a la inercia de siglos creyendo que lo seguro, sin más, coincide con lo evangélico? Es bueno que se abra un proceso de discernimiento. No olvidemos que Francisco es jesuita. El discernimiento está en el DNA de la Compañía de Jesús. Siempre es preferible el debate abierto, aunque pueda desorientar a algunos, que las luchas intestinas soterradas y otras prácticas (grupos de presión, calumnias, campañas mediáticas, etc.) que nada tienen que ver con la libertad y fraternidad que deben caracterizar a los discípulos de Jesús. Vivir el Evangelio de siempre en las mudables condiciones de la vida humana: este es el desafio al que no hay que temer si creemos de verdad en la acción del Espíritu Santo que nos va guiando a la verdad plena, porque tomará de lo mío y os lo hará saber (Jn 16,14).

Hoy, 19 de diciembre, la antífona de la O se refiere al Mesías como Raíz o Renuevo del tronco de Jesé. A Él le pedimos que nos libre de todas las ataduras que nos impiden vivir una fe alegre, despegada, universal. Jesús es presentado como un brote que surge de la historia de un pueblo, que no desciende sobre nosotros como un extraterrestre. Precisamente porque es uno de nosotros, puede hacerse cargo de nuestras situaciones, puede comprender nuestra fragilidad. Pero ese renuevo no se ciñe solo al tronco de Israel. Su salvación alcanza a todos los seres humanos. Como los días anteriores, disponemos del texto latino, de su traducción litúrgica al español y del vídeo con la antífona cantada en gregoriano.


LATÍN


ESPAÑOL


O Radix Jesse, qui stas in signum populorum,
super quem continebunt reges os suum,
quem Gentes deprecabuntur:
veni ad liberandum nos, jam noli tardare.


Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más.



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