
No sabe uno con qué carta quedarse. Hay muchos que piensan que el autoritarismo un poco estrambótico de Donald Trump será el instrumento para lograr la paz en Ucrania, aunque sea pagando el injusto precio de la explotación. Otros creen que Trump pretende contentar a Rusia para concentrar sus fuerzas en China, su verdadero enemigo, en el afán por imponer un régimen tecnocrático (inspirado por Elon Musk) que acabe con la democracia como se ha entendido hasta ahora y concentre el poder en una élite de ricos mesiánicos. Europa, como casi siempre en las últimas décadas, permanece perpleja. Ha decidido aumentar su presupuesto militar para defenderse por sí misma en previsión del abandono estadounidense.
Por otra parte, sabe muy bien que, si deja sola a Ucrania, pronto caerán las repúblicas bálticas bajo el yugo ruso (Putin sueña con reconstruir e incluso aumentar los límites de la vieja Unión Soviética) y la seguridad del viejo continente estará en grave riesgo. La contrapartida es que el incremento del gasto militar europeo acabará afectando negativamente a otras partidas presupuestarias que garantizan el actual bienestar. Si esto se consuma, es probable que, llegado el momento, haya una fuerte protesta social. Mientras todo esto se va cociendo a fuego lento (Dios quiera que no entremos en la temida y cada vez más nombrada tercera guerra mundial), el papa Francisco permanece en la habitación de un hospital romano respirando oxígeno supletorio y ejerciendo el liderazgo de la fragilidad desde la cátedra de un sillón hospitalario y con el hilito de voz que le permiten sus pulmones heridos.

Todas estas cosas -¡tan mundanas!- son descaradamente cuaresmales. Nos hablan de desequilibrios, tentaciones de poder, diosecillos de andar por casa, inversiones millonarias, cruces no deseadas, desiertos interminables, viacrucis de inocentes abandonados… Estos vaivenes humanos adoptan formas tecnológicas en el siglo XXI, pero son tan viejos como la humanidad. La Biblia les ha puesto nombres simbólicos: comer del árbol del jardín, construir la torre de Babel, adorar el becerro de oro, etc. No tendríamos que extrañarnos mucho de lo que sucede hoy porque los elementos sustanciales forman parte del mismo guion humano.
Ya hemos visto esta película muchas veces a lo largo de la historia, aunque hoy la interpreten actores nuevos y se utilicen decorados vanguardistas. En momentos así, nos hace mucho bien la luz que nos brinda la Palabra de Dios, desde libros como el Génesis (colección de mitos que describen insuperablemente los conflictos humanos) hasta la verdad histórica revelada/ocultada por un libro tan enigmático y liberador como el Apocalipsis. Sin la fuerza de la Palabra, corremos el riesgo de perder la esperanza, de entrar en un estado confusional que acabe con nuestras ganas de vivir. Si algo puede aportar la comunidad cristiana en este momento laberíntico es el tesoro de la Palabra de Dios. No tendríamos que renunciar a ser sus oyentes atentos y sus humildes servidores.
Me gusta y me resulta positivo y aclaratorio, el resumen que haces, con las palabras justas, de la situación actual que estamos viviendo, iluminándolo todo con la Palabra de Dios.
ResponderEliminarMe quedo con la frase que escribes: “En momentos así, nos hace mucho bien la luz que nos brinda la Palabra de Dios”
Gracias Gonzalo.