
Hoy se cumplen doce años del comienzo del pontificado del papa Francisco. La logia de san Pedro de aquella tarde lluviosa del 13 de marzo de 2013 ha sido sustituida por una cama de hospital en este 13 de marzo de 2025. Los periódicos dedican hoy artículos a este simbólico aniversario, aunque los deportivos concentran todo su afán en comentar el partido cardíaco que ayer disputaron el Atlético de Madrid y el Real Madrid en el infierno del Metropolitano.
El número 12 tiene fuertes raíces bíblicas. 12 fueron las tribus de Israel y 12 fueron los apóstoles elegidos por Jesús. Si sigue la mejoría, es probable que al papa Francisco le dan el alta la próxima semana y que continúe su convalecencia en la Casa Santa Marta del Vaticano, su residencia habitual. Lo que es más incierto es si estará en condiciones de ejercer su ministerio petrino con el mínimo de salud requerido. Lo iremos viendo en las próximas semanas. No creo que Francisco tenga pensado renunciar, a menos que sus condiciones empeoren mucho.

¿Qué han significado estos doce años de pontificado de Francisco para la vida de la Iglesia? Es muy pronto para hacer un balance. En muchas ocasiones he escrito sobre Francisco en este blog. A ellas me remito. No quiero repetir lo que he compartido a lo largo de estos años. Hoy me concentro solo en un punto: la importancia que él da a los procesos por encima de los eventos. El significado más obvio de la palabra proceso es “acción de ir hacia delante”. Para Francisco tiene un significado más hondo y preciso. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium (publicada el mismo año de su elección), al hablar de los cuatro principios que orientan el desarrollo de la convivencia social, se refiere al primero: “el tiempo es superior al espacio”. En él habla de lo que entiende por proceso. Lo explica así en el número 223:
“Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”.

No es preciso hacer muchos comentarios. Cuando el papa Francisco habla, por ejemplo, de que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio” no está pensando solo en el evento del reciente Sínodo sobre la sinodalidad, sino en un proceso de larga duración que va a implicar muchos cambios en el devenir de la vida de la Iglesia. Y lo mismo cabría decir en relación con la prioridad de la Iglesia “en salida misionera y samaritana”, la misión de la mujer en la comunidad cristiana, el significado del ministerio petrino en el dialogo ecuménico, etc. Humanamente, resulta admirable que un anciano entre 76 y 88 años haya abierto tantos caminos que parecían casi intransitables. Es evidente que en un cuerpo anciano aletea un espíritu joven.
Durante estos doce años se han ido plantando semillas (todas ellas se encontraban ya en el depósito del Vaticano II) que requerirán un cultivo paciente y que producirán frutos espirituales, misioneros, litúrgicos y canónicos. Acompañar este proceso con paciencia será el desafío de los sucesivos pastores.
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