jueves, 6 de marzo de 2025

Cargar con la cruz


No hace falta inventarse cruces. Nuestros días están salpicados de pequeñas, medianas y a veces grandes cruces. También en este terreno existen tallas S, M, L, XL e incluso XXL. Pequeñas cruces son un malentendido que nos deja un sabor amargo, una palabra hiriente, una persona pesada con la que tenemos que convivir, un trabajo que no nos gusta hacer y que vamos procrastinando, etc. 

Cruces más grandes son una enfermedad sobrevenida (propia o de alguna persona cercana), un problema económico para el que no encontramos salida, un desprecio que nos congela el alma, etc. Las cruces XL o XXL casi siempre tienen que ver con asuntos afectivos o espirituales. No tener una razón de peso para levantarnos cada día es una cruz pesadísima que puede desembocar en una depresión. Conocer, al menos de manera aproximada, la geografía de nuestras cruces puede ayudarnos a no sucumbir bajo su peso.


En el evangelio de hoy Jesús nos dice con claridad: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9,24). Cargar con la cruz significa no huir de las situaciones que nos pesan, sino mirarlas de frente y aceptarlas. Más aún, experimentar que Jesús las carga con nosotros, de manera que incluso las más pesadas acaban siendo llevaderas. 

Eso no significa que en algunos momentos no podamos pedir que, si es posible, Dios aparte de nosotros algunas cruces insoportables (como Jesús pidió al Padre que alejara de él el cáliz amargo de la pasión), pero, en todo caso, el final siempre es un ejercicio de confiada rendición: “Padre, que se haga tu voluntad y no la mía”.


Seguir a Jesús no es un camino de rosas. Seguramente lo hemos experimentado ya muchas veces a lo largo de la vida. Quien quiere vivir desde el amor debe enfrentarse cada día a las trampas del egoísmo. También en este punto Jesús es muy claro: “el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9,25). Salvar y perder son dos verbos que admiten muchas interpretaciones. 

El ansia de “salvar la vida” puede significar el deseo de preservar siempre nuestros intereses, de hacer siempre nuestra voluntad, caiga quien caiga. Quien asume esta dinámica en su vida debe saber -Jesús nos lo asegura- que, aunque consiga algunas victorias parciales, acabará arruinando su vida porque no se puede construir nada sólido y duradero sobre la base del egoísmo. Quien, por el contrario, hace del amor su opción fundamental, es probable que experimente muchos reveses, incomprensiones y sinsabores, pero sabe -con esa certeza que nos da el Espíritu Santo- que quien ama nunca se equivoca porque “el amor no pasa nunca” (1 Cor 13,8).

¡Qué lástima que esta sabiduría cristiana, experimentada por miles de hombres y mujeres a lo largo de la historia, no nos ayude a vivir el presente con más sensatez, clarividencia y esperanza! A pesar de que no mirar de frente las cruces de nuestra vida nos zambulle en un mar de confusión y negatividad, preferimos ese riesgo al esfuerzo humilde por cargar su peso y, unidos a la cruz de Jesús, vivirlo como una expresión de amor y salvación.

1 comentario:

  1. Gracias por tu reflexión, profunda de hoy… Nos ayudas a enfocar la Cuaresma, aceptando las cruces que vivimos y las que se vayan presentando.

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