domingo, 3 de septiembre de 2023

Los tres imperativos


El primer fin de semana de septiembre viene marcado por las tormentas, las lluvias y el descenso generalizado de las temperaturas. Todo huele a otoño anticipado. En este clima gris y fresco, el mensaje de este XXII Domingo del Tiempo Ordinario no parece el más estimulante para comenzar el nuevo curso laboral, académico y pastoral tras el paréntesis de las vacaciones estivales. Sin embargo, superada la primera impresión, contiene la dosis de verdad que necesitamos para no perdernos en el laberinto que nos ha tocado vivir. 

Como leemos en la primera lectura (Jr 20,7-9), por más que la Palabra de Dios nos parezca dura, “ella era en mis entrañas fuego ardiente”. Cuando Jesús anuncia a los suyos que “tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día”, Pedro se encarga de hacerlo entrar en razón porque no entiende la fuerza divina de ese “tenía que”. Asume la misma lógica calculadora que el diablo en el episodio de las tentaciones. Por eso, no es extraño que Jesús reaccione con energía y denuncie su contaminación diabólica: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”. ¿Se le puede decir algo más duro a un discípulo amigo?

Pensar “como los hombres” suele ser lo que nosotros hacemos por defecto, que para eso somos seres humanos. Significa ver las cosas de tejas abajo, confundir lo verdadero con lo racional y lo eficaz con lo necesario. ¿Cómo se aprende a pensar de otro modo? ¿Cómo podemos conducirnos en la vida según la extraña lógica de Dios? En el evangelio, Jesús nos ofrece tres caminos (tres imperativos) que a primera vista parecen contradecir nuestros criterios e inclinaciones, pero que son caminos de libertad. Leídos a la luz de lo que hoy vivimos, adquieren nueva fuerza:

Primero: “Niégate a ti mismo”

Si hay algún dogma que hoy se acepta como incuestionable en cualquier contexto es que el “yo” tiene siempre prioridad de paso. Todos nos preocupamos por nuestro cuerpo, nuestra salud, nuestra economía, nuestras relaciones, nuestro reconocimiento social, nuestro futuro, etc. Hay muchas corrientes psicológicas que enfatizan la autoestima, el autocuidado, etc. Para defender este punto de vista solemos argumentar con lógica aplastante: ¿Cómo me voy a preocupar por los demás si primero no me preocupo de mí mismo? No creo que Jesús esté en contra de este sano aprecio. Cuando habla de que nos neguemos a nosotros mismos nos está invitando a desplazar el centro de gravedad del propio yo a Dios y a los demás. Lo explica más adelante con una frase que ha sido la flecha que ha herido el corazón de muchos santos (incluyendo san Antonio María Claret): “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”. Lo que Jesús quiere es que demos sentido pleno a nuestra vida, que no confundamos su realización con la satisfacción de los deseos más superficiales del yo.

Segundo: “Carga con la cruz”

La palabra “cruz” solemos asociarla a crisis, prueba o sufrimiento. Cargar con la cruz no es, sin más, asumir el fardo de la vida. Y mucho menos considerar que el dolor es el mejor modo de agradar a Dios. Se trata de algo mucho más profundo y liberador: aceptar el peso del amor. Cargar con la cruz significa, pues, estar dispuestos a esa entrega que es futo del amor y que se expresa en opciones radicales, pero también en los pequeños detalles de la vida cotidiana. Cuando renunciamos a nuestro planes por ayudar a alguien que nos necesita, cuando hacemos un favor sin pedir nada a cambio, cuando dejamos que sean los demás quienes nos pidan para no convertir nuestros deseos de ayuda en el objetivo prioritario... entonces estamos cargando con la cruz. 

Tercero: “Sígueme”

Liberados de un “yo” absorbente y egocéntrico, dispuestos a entregarnos sin reservas, estamos en condiciones de poner nuestros pies donde Jesús ha dejado sus huellas porque nuestra existencia se volverá ligera y ágil, sin el peso y la obsesión de querer “ganar el mundo”. El seguimiento de Jesús es la máxima expresión de libertad. Siguiéndole dejamos que él sea el protagonista. Nosotros nos convertimos en sus amigos. Naturalmente, quien sigue a Jesús corre sus mismos riesgos. No conviene que nos llamemos a engaño. 



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