sábado, 16 de septiembre de 2023

Cambiar, traicionar, mentir


¿Tenemos que pensar siempre igual a lo largo de nuestra vida? No necesariamente. Podemos cambiar. ¿Qué diferencia hay entre cambiar y traicionar? Ateniéndonos solo al diccionario de la RAE, cambiar es “dejar una cosa o situación para tomar otra”; traicionar implica “quebrantar la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener”. Donde hay vida, hay cambio constante, sin que esto implique necesariamente una corrupción de nuestra identidad. Siempre somos “los mismos”, aunque no siempre seamos “lo mismo”. El cambio es una consecuencia lógica del carácter evolutivo de la existencia humana.

Podemos -y debemos- cambiar cuando percibimos nuevos aspectos de la verdad que antes nos pasaban desapercibidos. El cambio es el resultado, pues, de nuestra apertura a la verdad y de la escucha atenta de nuestra conciencia. A veces, el cambio se refiere a aspectos menores (cambiamos de trabajo, lugar de residencia, opinión, etc.), pero, en ocasiones, puede implicar un cambio de nuestra opción fundamental en la vida. En ese caso -sobre todo cuando nos referimos a algo que tiene que ver con nuestra actitud ante Dios- hablamos de “conversión”. Pero siempre en el horizonte amplio de búsqueda de la verdad.


La traición, por el contrario, implica infidelidad o deslealtad. No cambiamos porque hemos descubierto un aspecto más profundo de la verdad, sino por intereses espurios: búsqueda de mayor placer, honor, ganancia, prestigio, etc. La traición, pues, huye de la verdad, aunque a veces se disfrace de ella. La traición es un demonio que se presenta sub angelo lucis (en forma de ángel de luz). No tiene en cuenta los principios y valores, sino solo los intereses, ganancias y apetencias. 

La traición pasa por encima de afectos, acuerdos y compromisos, aunque normalmente encuentra subterfugios para que no se vea clara su estrategia. Para ello, la traición se sirve a menudo de la mentira. Mentir no es, sin más, cambiar de opinión (lo cual puede ser encomiable y hasta obligatorio en algunos casos), sino “decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”. Mentir, por lo tanto, significa ir contra la verdad percibida como tal, camuflar la traición con el disfraz de la adulación, la corrección política, el engatusamiento, etc.


Viene todo esto a cuento de lo que estamos viviendo en los últimos meses en la política española. Si no estamos atentos, fácilmente nos dan gato por liebre. Pareciera que la frase atribuida a Aristóteles -Amicus Plato, sed magis amica veritas (Platón es mi amigo, pero más amiga es la verdad)- ha sido sustituida por el chascarrillo encasquetado a Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”. Disfrazar de política noble  lo que son simples mentiras o traiciones inaceptables es una de esas añagazas que algunos políticos usan para conquistar el poder o mantenerse en él. 

Si, además, son revestidas de palabras talismán (diálogo, entendimiento, progresismo) y amplificadas por algunos medios de comunicación social, entonces los ciudadanos estamos casi condenados a comulgar con ruedas de molino. No hay nada más frustrante que darte cuenta de que te están engañando y, al mismo tiempo, no disponer de herramientas útiles para defenderte.

En momentos así, la filosofía nos ayuda a no confundir los términos, a hacer un buen discernimiento y a no dejarnos engañar. Cuando más rimbombantes sean los argumentos y más seductoras las palabras, más debemos sospechar que hay gato encerrado. La democracia se debilita cuando perdemos nuestra capacidad crítica, nos dejamos anestesiar por los demagogos de turno y preferimos quedarnos en casa para no complicarnos la vida. Hay que reaccionar con lucidez y valentía antes de que sea demasiado tarde y la violencia empiece a enseñar sus garras.

2 comentarios:

  1. Gracias, en momentos de confusión siempre es bueno que alguien aclare conceptos.

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  2. Ojalá estemos a tiempo de reaccionar!!!!!

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