martes, 20 de abril de 2021

Un poco de sindéresis, porfa


En los últimos días ha tenido cierto eco en la prensa española – y también en la italiana – la entrevista que Jordi Évole le hizo a Miguel Bosé en México y que LaSexta ha emitido en dos capítulos los domingos 11 y 18 de abril. En ella aparece un Miguel Bosé físicamente deteriorado y mentalmente perdido. Enseguida se han multiplicado las parodias. No ha sido necesario mucho esfuerzo porque en la entrevista real Miguel Bosé parecía una parodia de sí mismo. Entre esa entrevista mexicana y otras del pasado parece que hay un abismo. “Todo puede fallar menos el ADN”, le llegó a decir hace 14 años a Jesús Quintero en un diálogo sensato. Esperemos que ese ADN Dominguín-Bosé le ayude a Miguel a encontrarse consigo mismo y rescatar su mejor identidad. La imagen que dio en el coloquio con Évole es tan desconcertante que muchos se han podido preguntar qué es lo que ha llevado a un personaje famoso a tal grado de desconexión con la realidad. Quizás es algo más profundo que el consumo de drogas durante una buena parte de su vida. 

Si traigo a colación esta entrevista no es tanto por la postura negacionista que exhibe Miguel Bosé con respecto al coronavirus, o por su denuncia de las vacunas como un gran negocio farmacéutico (asunto en el que lleva bastante razón), sino solo como botón de muestra de un fenómeno que cada vez está creciendo más. Me refiero a la difusión pública de mensajes sin pies ni cabeza. Abundan los programas de televisión en los que algunos famosillos pontifican sobre todo sin tener la más mínima idea, dejándose llevar por sus filias y fobias. Lo peor de todo es que crean opinión. Es difícil difundir el juicio ponderado de un científico, de un filósofo o de un experto en alguna materia porque los datos y los matices no venden. Resulta mucho más espectacular airear la frase ocurrente de un torero, un futbolista, una actriz de cine o simplemente de uno de esos personajes que van de plató en plató sin más méritos que algún escándalo vendible. Parece que la gente busca titulares llamativos más que pareceres con fundamento. 

¿Cómo vamos a orientarnos en este complejo mundo si lo que más suena es casi siempre lo más disparatado? El único consuelo es que la mayor parte de las personas, aunque vean estos programas y se dejen encandilar por algunos personajes excéntricos y oportunistas, conservan un mínimo de sindéresis. Esta palabra la aprendí siendo casi un niño porque uno de mis profesores la usaba con frecuencia. Según el diccionario de la RAE, sindéresis significa “discreción, capacidad natural para juzgar rectamente”. 

Confío en que todavía conservemos esta “capacidad natural” para no dejarnos manipular y tomar con humor, por ejemplo, el discurso que Irene Montero, la ministra de Igualdad del gobierno de España, pronunció hace unos días en Madrid. Extraigo algunas palabras sueltas del vídeo que me ha enviado un amigo mío: “Buenas tardes a todos y a todas, a todes… Necesitan leyes públicas que garanticen los derechos de todos, de todas y de todes en nuestro país… Os ha costado tanto ser escuchados, escuchadas, escuchades que garanticen que uno, una, une puede ser quien es sin miedo a nada. Estos son mis derechos, son los derechos de mis hijos, hijas e hijes”. Ese constante recurso al todos, todas, todes resulta artificial y agotador. ¿Es necesario llegar a este extremo, ridículo más que fundamentado, para hacer visibles las situaciones de algunas personas y defender sus derechos? Con este artilugio machacón ¿no se consigue el efecto contrario? ¿Qué nos está pasando? ¿De dónde brota esta especie de tendencia generalizada a la exageración y al esperpento?

Pocos usan hoy la palabra “sindéresis”. No sé si debe a una pobreza léxica o, más bien, al hecho de que escasea la virtud correspondiente. Es probable que ya no creamos mucho en que los seres humanos tenemos “una capacidad natural para juzgar rectamente”. Manipulados de mil maneras por élites intelectuales y personajillos sin escrúpulos que los medios de comunicación airean, hemos ido perdiendo algo que todavía podemos encontrar en las personas que viven a ras de suelo: la capacidad de discernir, de juzgar rectamente, de separar el trigo de la paja. Si el ser humano no tuviera esta capacidad, no podría sobrevivir. Podemos reflexionar sobre sus condicionamientos socioculturales, sus modalidades y límites, pero no podemos negarla. 

Acostumbrado a tratar con todo tipo de personas, cada día me sorprendo más de la sabiduría que atesoran muchos hombres y mujeres del medio rural que no han sido demasiado contaminados por el ruido urbano. Su manera sensata de juzgar las cosas es fruto de una sindéresis que muchas élites urbanas hace tiempo que han perdido. Son personas que están en contacto con la vida, con su belleza y su drama. Ven cómo nacen y mueren los animales y las personas, conocen el lenguaje de las plantas, contemplan las estrellas y siguen el curso de las estaciones, han experimentado el recorrido de la verdad y la mentira, del éxito aparente y del fracaso, distinguen a la legua un impostor de un hombre cabal, mantienen intactas virtudes como la honradez, la lealtad, la laboriosidad, la humildad y la compasión. No soportan el ridículo de quienes creen descubrir el Mediterráneo por el hecho de usar palabras altisonantes o de mofarse de la moral que se ha ido fraguando durante generaciones como si fuera siempre obsoleta. 

Algo parecido he encontrado en varios jóvenes con los que he conversado a fondo en los últimos meses. Me han sorprendido su sensatez y su espíritu crítico con respecto a muchas tendencias actuales que nos están desquiciando. Confío en una generación nueva, no resabiada. Personas como ellas nos salvan de la estupidez general. Son como una reserva natural de sentido común y sindéresis. Todavía podemos respirar.


1 comentario:

  1. Gonzalo, tienes mucha razón. Ojalá rescatemos todos en la realidad el concepto de "sindérisis y dejemos de jugar "a ver quien la dice más gorda"

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