martes, 13 de abril de 2021

¿Egocéntricos o asustados?


Cuando se habla de los rasgos de los hombres y mujeres de hoy (sobre todo, de los más jóvenes), casi siempre se destacan tres (el individualismo, el egocentrismo y el narcisismo),  que bien pudieran ser reducidos a uno solo: el subjetivismo. No quiero deslizarme por la pendiente filosófica o psicológica. Quiero referirme a experiencias que nos circundan a diario y que se han agudizado durante la pandemia. ¿Qué significa, por ejemplo, el hecho de que nos pasemos tanto tiempo pegados al teléfono móvil, incluso cuando estamos físicamente con otras personas? ¿Por qué multiplicamos los mensajes breves a través de las redes sociales y tenemos tantas dificultades para una conversación sosegada cara a cara? ¿Por qué presumimos de amigos digitales y nos cuesta encontrar amigos de carne y hueso? ¿Por qué muchas relaciones son emocionalmente intensas, pero de muy corta duración? ¿Por qué repetimos con tanta frecuencia “a ver si un día quedamos” con la certeza de que nunca vamos a quedar? ¿Qué mueve a muchos adolescentes a colgar en Facebook, Instagram, Tik-Tok u otras redes fotos y vídeos que ofrecen una imagen de ellos mismos muy distante de la realidad? ¿O acaso la realidad es precisamente lo que nosotros fabricamos con los mimbres de nuestra imaginación?

Se suele decir que llevamos siglos en los que el sujeto ocupa el centro de la escena. A veces, se habla de subjetivismo; otras, de antropocentrismo; otras, en fin, de individualismo y su cohorte de hermanos menores. Aunque se trata de fenómenos muy diferentes, tienen en común la centralidad del propio yo. Es como si, por un parte, quisiéramos tomar las riendas de nuestro destino sin dejarlas en manos de dioses u otras autoridades. Pero, por otra, parece que quisiéramos encontrar refugio en el escondijo de nuestro campo personal para ponernos a salvo de los ataques que provienen del exterior, sobre todo de las demás personas. Quizás más que ser celosos de nuestro propio yo, tenemos miedo de los demás. Nos asusta entrar en el “espacio aéreo” de otras personas por temor a ser rechazados o no estar a la altura de sus expectativas. 

Quizás es el miedo, y no tanto el orgullo o el egocentrismo, el verdadero motor de muchas actitudes y conductas. Tenemos miedo de la realidad. No sabemos cómo enfrentarnos al diluvio de estímulos que caen sobre nosotros cada día. Por si no fuera suficiente con la dosis ordinaria, la pandemia ha añadido otros motivos de preocupación. Por eso, no es extraño que cada vez vivamos más a la defensiva, atentos a los posibles enemigos que pueden atacarnos cuando menos lo pensamos. Tenemos miedo del coronavirus, pero, junto con él, de las relaciones tóxicas (incluso de las que, siendo beneficiosas, exigen mucho de nosotros), de los compromisos a largo plazo, del futuro, en definitiva.

Quizás no hay sentimiento más paralizante que el miedo porque va en contra de la fuerza de la vida. El miedo puede llegar incluso a dificultar la respiración. Sin aire, dejamos de vivir. Quizás por eso, todas las espiritualidades conceden tanta importancia a aprender a respirar. Incluso desde el punto de vista físico, una respiración profunda nos ayuda a superar el miedo. Creo que a veces dejamos de creer en Dios también por miedo. No tanto porque sigamos teniendo imágenes terribles de él (la catequesis de las últimas décadas las ha corregido con fuerza), sino porque no queremos correr el riesgo de la fe, la inseguridad que produce no tener todo bajo control, caminar por la cuerda floja de la confianza. 

Me temo que el miedo nos está comiendo el terreno en muchas áreas de la vida. Muchas parejas jóvenes son renuentes a comprometerse porque temen no resistir el “peso de la fidelidad”. No quieren tener hijos porque les produce pánico la responsabilidad parental y, sobre todo, la incertidumbre del futuro. Hay empresarios que no se atreven a contratar trabajadores porque temen despedirlos si la economía no remonta. Algunos jóvenes con inquietudes vocacionales hacia la vida consagrada no dan el paso porque tienen miedo de que la realidad no coincida con sus expectativas o de que no sean capaces de mantenerse fieles. Los políticos tienen miedo de los medios de comunicación y de las encuestas populares. Muchos sacerdotes tienen miedo de acercarse a la gente por el temor de ser denunciados como acosadores. 

Cuando la realidad deja de ser nuestra patria amable y se convierte en una fuente de temores, entonces el yo se repliega sobre sí mismo para protegerse. Parece lógico reaccionar a la defensiva. Más allá de razones psicológicas, en el caso de los creyentes, este repliegue expresa, en realidad, una falta de fe. No acabamos de creer que la realidad (toda realidad) está transida de la fuerza del Resucitado. Nos cuesta aceptar que Jesús ha vencido al mundo y que, por tanto, “está de corazón en cada cosa”, como canta el himno litúrgico. 

Solo esta fe puede generar en nosotros una nueva confianza. No podemos vivir encerrados siempre en el sepulcro de nuestro propio yo. Lo que, a primera vista, parece un refugio, termina convirtiéndose en lo que es: una tumba que acaba con nuestras ganas de vivir. La Pascua es una fuerte llamada a salir del sepulcro e ir al encuentro de la vida porque el Resucitado nos precede. Él ha llegado antes que nosotros a la Galilea de la realidad. No hay razones para tener miedo. 


1 comentario:

  1. La entrada de hoy me da mucho que pensar y observar lo que se está viviendo. Hay miedo, mucho más del que sería deseable.
    He observado cómo, en un momento difícil, ya no hay abrazos, ni tan solo un apretón de manos… se habla a distancia, luego el otro es un peligro para mí… Vamos tomando distancia y esta distancia física se convierte en distancia a todos los niveles.
    El miedo nos puede y fruto de ello las personas se encierran en sí mismas… y sobre ello tu escribes: “Parece lógico reaccionar a la defensiva. Más allá de razones psicológicas, en el caso de los creyentes, este repliegue expresa, en realidad, una falta de fe. No acabamos de creer que la realidad (toda realidad) está transida de la fuerza del Resucitado.”… A veces da la sensación de que la niebla no nos deja descubrir un paisaje hermoso, primaveral, como ahora, toda la situación que se vive, no nos deja descubrir la fuerza de la Resurrección y además la vivimos con pavor.
    Escribes: “La Pascua es una fuerte llamada a salir del sepulcro e ir al encuentro de la vida porque el Resucitado nos precede.” Estamos sepultados por muchas situaciones que se dan… estamos viviendo sin alegría… las calles, silenciosas… Resulta muy difícil salir del sepulcro, cuando todo son amenazas y restricciones.

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