lunes, 19 de abril de 2021

El himno del futuro


Ya se sabe que el himno de los primeros meses de la pandemia fue “Resistiré”. En momentos de gran confusión y dolor, la virtud primera era la resistencia. No había que dejarse intimidar por el número de infectados y muertos. Y mucho menos por un invisible virus que, tarde o temprano, sería derrotado. Se hicieron muchas versiones de esa canción del Dúo Dinámico, tanto en España como en Latinoamérica. La gente lo cantaba casi con rabia, como si al hacerlo exorcizara el poder maléfico del virus. Fue una especie de vacuna emocional y estética antes de que llegaran las vacunas farmacéuticas. 

Ahora, como preparándonos para la nueva etapa que nos aguarda, ha saltado con mucha fuerza otro himno. Como sucedió con el primero, no es rigurosamente nuevo. Se remonta nada menos que a Beethoven pasando por el lifting que le hizo Waldo de los Ríos en 1969. Me estoy refiriendo al celebérrimo Himno a la Alegría que popularizó Miguel Ríos en los años 70 del siglo pasado. Su éxito fue enorme en muchos países del mundo. Llegó a ser número uno en Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia y Reino Unido, además de tener gran éxito en otros países como Japón, Suecia, Austria, Holanda y Canadá. Recuerdo que lo cantábamos incluso en las celebraciones litúrgicas de aquel tiempo y en los campamentos. Se convirtió también en uno de los temas fijos en las sesiones de karaoke. 

El himno vuelve con fuerza en una nueva grabación que se ha colgado en YouTube hace cuatro días. Podríamos calificarla de pandémica porque se sirve de la técnica de pantalla compartida que tanto han explotado los músicos durante los meses de la pandemia. Más de 40 cantantes españoles y latinoamericanos interpretan el famoso himno desde sus casas o estudios. A ellos se unen la italiana Laura Pausini y el británico Bryan May que hace un espléndido solo de guitarra eléctrica. Aparecen también varios famosos del mundo del deporte y del cine con el símbolo del corazón. Todos lo han hecho de manera altruista como una forma de apoyo a la música, tan probada en estos tiempos, y también como un homenaje a los pacientes y víctimas del coronavirus y al personal sanitario. El montaje final resulta bastante heterogéneo, pero poderoso. La velocidad acentúa la sensación de urgencia. Algo nuevo va a empezar. Creo que se va a convertir en el emblema musical de los próximos meses.

Los autores de la idea han conservado la letra original de la canción de Miguel Ríos que casi todos nosotros sabemos de memoria. Recordémosla mientras la tarareamos:

Escucha, hermano,
la canción de la alegría,
el canto alegre
del que espera un nuevo día.

Ven canta, sueña cantado,
vive soñando el nuevo Sol,
en que los hombres
volverán a ser hermanos.


Si en tu camino
solo existe la tristeza
y el llanto amargo
de la soledad completa.

Ven canta, sueña cantado,
vive soñando el nuevo Sol,
en que los hombres
volverán a ser hermanos.

Si es que no encuentras
la alegría en esta tierra,
búscala, hermano,
más allá de las estrellas.

Ven canta, sueña cantado,
vive soñando el nuevo Sol,
en que los hombres
volverán a ser hermanos.

Que estamos esperando un “nuevo día” es indiscutible. Llevamos meses con esta esperanza pegada a la piel. Lo que no sabemos bien es cuándo va a llegar y en qué va a consistir. La canción nos ayuda a soñar en el nuevo Sol y a confiar en que saldremos más hermanos que nunca de esta dura prueba. Es como si se hubiera inspirado en la encíclica Fratelli tutti del papa Francisco 50 años antes de su publicación. Me llama la atención el verbo utilizado: “los hombres volverán a ser hermanos”. Ese “volver” supone que alguna vez hemos sido hermanos y que luego nos hemos enemistado. En realidad, más que “volver” a una etapa de fraternidad universal que nunca ha existido en la historia, se trata de “volver” a la utopía de unas relaciones humanas basadas en el respeto a todas las personas y en el amor mutuo. Podríamos decir que se trata de “volver al futuro”, no al pasado. Más que añorar una fraternidad pasada, la deseamos para el futuro inmediato porque sabemos que sin ella será difícil asegurar la vida en nuestro mundo. 

La segunda estrofa parece escrita en nuestros días. Habla de tristeza, llanto y soledad, tres sentimientos que caracterizan la vida de muchas personas destrozadas anímicamente por la pandemia. Con solo dieciséis palabras dibuja un panorama muy real. ¿Cuántas personas están tristes, llorosas y solas por haber perdido a sus seres queridos, haberse quedado sin trabajo o no ver ninguna salida a este oscuro túnel? A estas personas, que podemos ser cualquiera de nosotros, el himno las anima a soñar cantando. Veremos un nuevo Sol y experimentaremos una nueva fraternidad. ¿Es un sueño o una quimera?

La tercera y última estrofa parece abrir una claraboya de trascendencia. En el caso de que esa alegría que anhelamos no se pueda encontrar en esta tierra, entonces hay que buscarla “más allá de las estrellas”. No se menciona explícitamente a Dios, pero se deja intuir. Nosotros haremos todo lo posible por mejorar las condiciones de vida “en esta tierra”, pero si algo nos ha enseñado la pandemia es a reconocer nuestros límites. Podemos mejorar la atención sanitaria, la educación, la investigación científica, la producción de vacunas y algunas cosas más, pero hay un hondón del alma al que no llega ningún remedio o cuidado paliativo. Solo Dios puede curar esa tristeza profunda que se apodera del alma cuando no sabemos bien por qué y para quién vivimos o cuando el mal y el dolor nos dejan exánimes.

La belleza del evangelio cristiano consiste en revelarnos que ese “más allá de las estrellas” lo podemos encontrar a ras de tierra, porque el Cristo resucitado se ha quedado con nosotros. El cielo se ha hecho tierra. La fe anticipa el futuro en el presente. La canción, sin pretenderlo, tiene sabor a Pascua. Es hora de escucharla y disfrutar con ella



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