miércoles, 6 de agosto de 2025

Un peso de 80 años


Estuve en Hiroshima en el invierno de 2012. Conservo algunas fotos de aquella impactante visita. Recuerdo que me rodeó un grupo de niños, admirados de ver a un blanco por aquellos lugares. Han pasado 80 años desde que se lanzó la bomba atómica sobre esa población japonesa. Se habla de más de 200.000 muertos producidos por las explosiones en Hiroshima y posteriormente en Nagasaki. Y de millones de personas afectadas de múltiples maneras. 

Hoy se sigue amenazando con el uso de armas nucleares. Algunos supervivientes de aquella masacre creen que “no hemos aprendido nada”. Pareciera que la historia no es casi nunca maestra de la vida. Cada generación pretende escribir su página en el libro de la evolución sin aprender de los errores y aciertos del pasado. Todavía nos seguimos preguntando por qué se llevó a cabo aquel ataque tan destructivo. Algunos lo justifican como el modo más expedito de poner fin a la guerra mundial. Otros, entre los que me cuento, lo consideran totalmente injustificable.


Cada año este aniversario coincide con la fiesta litúrgica de la Transfiguración del Señor. Es como si el recuerdo de los miles de “desfigurados” por la bomba nos empujase a mirar al Transfigurado en busca de sentido y consuelo. También Él fue sometido a un proceso cruel de desfiguración: “Desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano” (Is 52,14). 

En la cruz, Jesús asume todos los sufrimientos de la historia de la humanidad, también los de las víctimas de Hiroshima, Nagasaki, Auschwitz y tantos otros lugares de crueldad y martirio. En su Transfiguración, preludio de su Resurrección, Jesús da un sentido redentor a todos los sufrientes. Si no fuera por la luz y la esperanza que emanan de la cruz de Jesús, no sabríamos cómo afrontar el exceso de mal que gravita sobre el mundo. No podemos cargar sobre nuestros débiles hombros la maldad que nosotros mismos hemos producido.


Mientras evocamos un acontecimiento del pasado, seguimos viviendo la incertidumbre del presente. Sin embargo, no podemos abandonarnos a la desesperanza. Si algo nos transmite la fiesta de hoy es la convicción de que Jesús es el Hijo amado del Padre y de que, por tanto, podemos fiarnos de él. No es un charlatán de feria que promete lo que no puede dar. 

Sobre esta convicción estamos llamados a mirar al futuro con esperanza, conscientes de que, con la gracia de Dios, podemos ir afrontando los viejos y nuevos males que nos aplastan. Quizá no hay peor mal que el de perder toda esperanza porque eso significa que hemos dejado de creer en Dios y nos abandonamos a la espiral del pecado. A lo largo de todo el año 2025 estamos celebrando el Jubileo de la Esperanza. Cuando el papa Francisco eligió esta tema, era muy consciente de lo que hoy más estamos necesitando.

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