
Desde mi casa a la iglesia hay unos 360 metros. En condiciones normales tardo pocos minutos en desplazarme de un punto a otro. Mi casa está en la parte baja del pueblo y la iglesia en la parte alta. Lo que alarga el tiempo de recorrido no es la distancia ni la pendiente, sino el paso por los siete “observatorios de humanidad” que encuentro a lo largo de mi corto trayecto.

La expresión entrecomillada requiere una mínima explicación. En los pueblos de la comarca de Pinares, como en casi todos los pueblos de España, hay en algunas calles y rincones unos lugares en los que suelen sentarse algunas personas para descansar, conversar y “observar” (de ahí lo de observatorio).
A veces se trata de vigas de madera convenientemente asentadas sobre piedras; otras, de asientos de piedra labrada; otras, en fin, de bancos propiamente dichos colocados por el ayuntamiento. Algunos de estos lugares son de propiedad privada y otros de propiedad municipal.

Lo que los convierte en atractivos y únicos es que fungen de consultorio médico, centro de escucha, oficina de información, torre de control, espacio recreativo y muchas otras cosas.

En invierno son poco utilizados, a menos que estén orientados a mediodía. En verano, sin embargo, se produce un verdadero overbooking a partir de las siete u ocho de la tarde. Normalmente, en estos lugares no hay niños ni jóvenes. Son patrimonio de las personas adultas y ancianas. En cierto sentido, son una prolongación pública de la sala de estar doméstica.

Cuando era adolescente odiaba pasar por delante de ellos porque me sentía observado y objeto de comentarios: “Mira, este año ha dado el estirón”, “Parece que está más delgado”, “¿Quién será esa chica que va con él?”. A medida que fui creciendo comprendí que estos “observatorios de humanidad” son, a veces, verdaderos check points que someten a los viandantes a un control exhaustivo. Este control incluye casi siempre un interrogatorio en toda regla: ¿cuándo has llegado?, ¿has venido solo?, ¿cuánto tiempo te vas a quedar?, etc.
Pero, más allá de este lado un poco cotilla que asemeja estos lugares a la famosa “vieja del visillo” de José Mota, hay que reconocer que son espacios de socialización, una verdadera terapia contra la soledad de los ancianos y una forma saludable de establecer lazos, ponerse al día y superar el individualismo que nos corroe.

Ya dije antes que en el corto trayecto de 360 metros yo tengo que pasar por siete “observatorios” de este tipo. No todos están siempre “habitados”. Depende de la hora a la que pase. Si lo hago entre las siete y las nueve de la tarde, estoy seguro de que en al menos cinco de ellos hay personas tomando el fresco, conversando, leyendo y “observando”. Esta última actividad no puede fallar si quieren seguir manteniendo su estatus de “observatorios de humanidad”.

Lo que de adolescente me irritaba (porque lo consideraba un método indigno de control social) hoy me parece una actividad respetable e incluso simpática. El único problema es que me obliga a salir de casa con tiempo suficiente si no quiero llegar tarde a la misa vespertina. Cada “observatorio” exige un saludo de cortesía y, en ocasiones, una pequeña conversación. ¿No es mejor esto que el anonimato urbano? ¡Sin duda!
Me gusta la definición que haces, lo describe bien: “observatorios de humanidad” … Es la ventaja de pueblos pequeños, en los que todos se conocen, con sus más y menos, pero que la gente, unos por curiosidad, otros por amistad, todos se preocupan por todos… Para la gente mayor es una manera de superar la soledad.
ResponderEliminarDisfruta de tu pueblo, Gonzalo que, por lo que nos vas mostrando a través de fotos y de escritos, es muy bonito y acogedor… Descansa y recupera fuerzas.
Gracias. Yo también soy de un pueblo de Zamora y pasa exactamente lo que describes. Me ha gustado lo de "observatorios de humanidad". Buen descanso.
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