domingo, 10 de agosto de 2025

Dios como tesoro


En el evangelio de este XIX Domingo del Tiempo Ordinario Jesús llama a sus discípulos “pequeño rebaño”. La expresión se ajustaba bien a las dimensiones de la iglesia primitiva y se ajusta cada vez más a las dimensiones de la Iglesia que peregrina en Europa. Es verdad que la expresión “pequeño rebaño” no tiene primariamente un significado numérico, pero tampoco lo excluye. 

Hoy, cuando contemplamos, por ejemplo, las asambleas dominicales de las parroquias y las comparamos con el número de bautizados que hay en ellas, tenemos la impresión de ser, en efecto, un “pequeño rebaño”. Lo llamativo es que, según las palabras de Jesús, a esta minoría “vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”; por lo tanto, a pesar de la pequeñez, no hay lugar para el temor. Lo que se necesita es poner nuestro corazón en Dios como nuestro tesoro y estar atentos y vigilantes para percibir los signos de su venida. Jesús lo dice con estas palabras: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.


¿Cómo sabemos dónde está nuestro tesoro? Hay un test que pocas veces falla. Examinemos en qué pensamos, de qué hablamos, a qué dedicamos nuestro tiempo y dinero y dónde colocamos nuestros afectos. Es probable que si hiciéramos una lista con nuestras prioridades reales (no las imaginadas), nos sorprenderíamos de su evolución a lo largo de nuestra vida. 

Quizás en la etapa de la juventud figurarían en los primeros puestos la amistad, conseguir acabar la cerrera, encontrar una buena relación y un buen trabajo, viajar, etc. Tal vez en la etapa de la madurez, el orden se altera un poco. Puede pasar al primer lugar la familia, luego el trabajo, la estabilidad económica, etc. En el umbral de la ancianidad suele aparecer con fuerza la presencia de Dios. No es que Dios tenga que competir con las realidades terrestres (de hecho, las atraviesa todas), pero es importante prestar atención a la manera como aparece en nuestras vidas, a la importancia subjetiva que le damos. ¿De verdad consideramos que Dios es nuestro tesoro, por encima de cualquier otra realidad (incluida la familia), y en consecuencia centramos nuestro corazón en él?


Hay un poemita del obispo claretiano Pedro Casaldáliga, del que celebramos el pasado día 8 el quinto aniversario de su muerte, que pone nombre a ciertos equívocos en nuestra manera de entender a Dios. Fluye así: “Donde tú dices ley, / yo digo Dios. / Donde tú dices paz, / justicia, / amor, / yo digo Dios. / Donde tú dices Dios, / yo digo libertad, / justicia, / amor”. 

Con la fuerza de la poesía, Casaldáliga nos ayuda a caer en la cuenta de que no basta decir que creemos en Dios con los labios. A menudo, somos víctimas de imágenes distorsionadas que no se ajustan a la imagen revelada por Jesús. Un Dios que no nos empuje a vivir en libertad, justicia y amor... no es el Dios Padre que Jesús nos ha mostrado


1 comentario:

  1. Un tema al que estoy dando vueltas, el ver cómo, a lo largo de la vida, va cambiando el lugar en el que está “nuestro tesoro”… Viendo a personas que van entrando ya en la vejez, puedo observar que tienes razón cuando dices: “En el umbral de la ancianidad suele aparecer con fuerza la presencia de Dios”.
    Gracias Gonzalo, por recordarnos el poema de Casaldáliga.

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