
Contemplando el agua del embalse desde la ladera del Robledo, acariciado por el sol de la mañana, nutrido por el silencio del bosque, he recitado con calma el salmo 37 que nos propone el Oficio de lecturas. Todo el salmo da vueltas a la misma idea con distintas palabras: a pesar de sus aparentes victorias, los malvados nunca triunfarán porque Dios está de parte de los justos.
A medida que leía los versículos, me venían a la mente situaciones que hoy estamos viviendo y que a menudo colman el vaso de nuestra indignación. Me ponía en las carnes de los gazatíes a los que les tiran comida desde los aviones como si fueran perros sarnosos. La inhumanidad de este gesto, aparentemente humanitario, es un indicador de lo que estamos viviendo en la franja de Gaza. Junto a las imágenes de gentes peleándose por un paquete de arroz, me golpeaba también las de los rehenes israelíes, famélicos, condenados a cavar su propia tumba. El salmo ponía palabras a mi indignación: “No te exasperes por los malvados, | no envidies a los que obran el mal: se secarán pronto, como la hierba, | como el césped verde se agostarán” (1-2).

Las revistas del corazón están llenas de reportajes sobre las vacaciones de los famosos. Abundan las fotos de mansiones, yates, playas paradisíacas, fiestas interminables. Al mismo tiempo, los telediarios daban el porcentaje de los millones de españoles que no pueden permitirse ni siquiera una semana de vacaciones porque sus sueldos precarios no dan para esos lujos.
Es muy probable que muchos de los que aparecen en las revistas se hayan enriquecido oprimiendo a los más pobres. Otra vez el salmo me presta algunas palabras para iluminar esta situación que clama al cielo: “Mejor es ser honrado con poco | que ser malvado en la opulencia; pues al malvado se le romperán los brazos, | pero al honrado lo sostiene el Señor” (16-17).

Las fotos de Trump y de Putin aparecen con mucha frecuencia en las portadas de los periódicos. Ambos son presidentes de dos países grandes y poderosos. Ambos poseen una gran fortuna personal. A ambos les gusta exhibirse como matones prepotentes. Pareciera que el destino del mundo dependiera de su estado de ánimo y, sin embargo, ambos son poderes efímeros. Pueden hacer mucho daño, crear incertidumbre, provocar guerras, amenazar con bombas nucleares. Pero todo su aparente poder se asienta sobre pies de barro. También ellos pasarán. El salmo lo advierte con claridad: “Vi a un malvado que se jactaba, | que prosperaba como un cedro frondoso; volví a pasar, y ya no estaba; | lo busqué, y no lo encontré” (35-36).

¿Qué pasa entonces con los millones de personas que sufren las consecuencias de los “malvados”, de los que juegan con la suerte de los seres humanos? Esta pregunta se instala en nuestra mente como un virus que horada nuestra confianza en Dios. Lo que vemos en este mundo es que, en la mayoría de los casos, los prepotentes ganan y los honrados pierden. ¿Merece la pena seguir siendo honrado y quedarse en los últimos puestos de la fila?
Es muy difícil no caer en la tentación de medrar, de subirse al carro de quienes progresan a base de aplastar a otros, de engañar y de corromper. De nuevo el salmo nos ayuda a mantener firme la fe, a pesar de los pesares: “El Señor es quien salva a los justos, | él es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, | los libra de los malvados y los salva | porque se acogen a él” (39-40).
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