sábado, 27 de enero de 2024

¿Por qué somos tan cobardes?


En buena medida, la sociedad actual funciona a base de miedos reales o imaginarios. Casi todo se ha convertido en una amenaza. Continuamente nos recuerdan que puede producirse una crisis climática si no modificamos nuestros hábitos de conducta. Con los conflictos de Ucrania y Palestina en carne viva, nos atemorizan con la posibilidad de una tercera guerra mundial o redondamente con una hecatombe nuclear. Hace tiempo que corre el rumor de que pronto tendremos una pandemia más mortífera que la del coronavirus. Algunos pronostican que el año 2024 será crítico y acusan a los europeos de no darnos cuenta. 

Cuando alguien (un individuo, un grupo o una institución) están siempre amenazándonos es que pretenden obtener alguna ganancia. A base de crear miedos, muchos se han hecho ricos. Por desgracia, también la religión ha sido a veces una religión del miedo: miedo al pecado, al demonio, a la condenación eterna, incluso a Dios. No digo yo que no tengamos que tomarnos en serio nuestras responsabilidades, pero una cosa es la seriedad de la vida y un cierto temor reverencial ante realidades que nos superan, y otra cosa es el miedo insano que nos paraliza.


Todo esto viene a cuento de una pregunta de Jesús que aparece en el Evangelio de hoy y que me ha sorprendido más que otras veces mientras lo proclamaba en la Eucaristía matutina. A los discípulos que sienten miedo porque la barca en la que navegan por el lago de Genesaret está a punto de hundirse a causa de una feroz tormenta, Jesús les dice: “¿Por qué sois tan cobardes?”. Sabemos que la barca simboliza a la Iglesia. En ese caso, cuando saltamos del hecho material (la tormenta en el lago) al hecho espiritual (las tormentas que hoy padecemos), la pregunta de Jesús tiene que ser completada con la que sigue en forma de reproche: “¿Aún no tenéis fe?”. 

La cobardía supone falta de fe. Tenemos miedo ante las realidades que nos amenazan porque, en el fondo, no nos fiamos de Jesús. Cuando no tenemos todo bajo control, cuando las cosas no suceden como las habíamos imaginado o deseado, entonces nos venimos abajo. Jesús nos invita a fiarnos completamente de él porque “¡hasta el viento y las aguas le obedecen!”, que es lo mismo que decir: “¡No hay mal que pueda con la fuerza de Dios!”.


Nuestra barca personal y las barcas sociales y eclesiales están siempre a merced de muchas tormentas. Algunas las hemos provocado con nuestros malos hábitos, otras nos sobrevienen sin que hayamos tomado parte en su génesis. En ambos casos, tenemos que tomar medidas para minimizar los daños, pero lo más importante es fortalecer nuestra actitud. Cuando creemos que todo va a depender de nuestra buena voluntad, de nuestro ingenio, de nuestro esfuerzo o de la suerte, fácilmente sucumbimos. La realidad del mal nos supera por todas partes. 

Cuando ponemos nuestra confianza en Dios y le dejamos hacer, entonces descubrimos que, pase lo que pase, “a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rm 8,28). Incluso el apóstol Pablo va más lejos: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). La humildad es una actitud cristiana por excelencia (porque reconoce que todo lo recibimos de Dios), pero la cobardía implica una falta de fe (porque no confía en que Dios nunca nos deja de su mano). En estos tiempos en los que se multiplican por todas partes las amenazas y los miedos, necesitamos desempolvar el ABC de la fe cristiana. El amor vence el miedo. La Palabra de Dios nos da la clave.

1 comentario:

  1. Pues sí, somos cobardes… Nos fiamos de Dios, pero cuando la situación que vivimos nos supera, tambaleamos… aparecen los miedos y las dudas… buscamos seguridades que no encontramos, hasta que Él se hace presente de la manera que menos esperamos: a través de una palabra, una llamada, una reflexión, de muchas situaciones que la vida misma nos lleva sin esperarlo.
    Nos hace falta mucha fe. Ante el miedo nos cuesta reaccionar.
    Gracias Gonzalo por todas las veces que aportas luz en nuestro camino.

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