viernes, 5 de enero de 2024

Solo lo inútil es necesario


Me gustaría volver a ser niño para vivir la noche de Reyes con la ilusión de que algo inesperado y hermoso puede suceder. Aunque el gordinflón cocacolero de Papá Noel ha intentado desbancar esta ancestral tradición, no ha podido con ella. Está demasiado arraigada como para eliminarla de un plumazo. No es -por decirlo con las expresiones de Byung-Chul Han- una mera story que dura unas pocas horas en el mundo digital. Es una verdadera narración que, partiendo de un hecho mitificado, nos transmite un mensaje duradero, diáfano, universal, válido para todos los tiempos: Dios no es propiedad de un pueblo, sino patrimonio de toda la humanidad. Su amor alcanza a todos los seres humanos de cualquier tiempo y lugar. Los magos de Oriente reconocen y adoran esta universalidad. Mañana tendremos ocasión de meditar más despacio sobre el significado de la “epifanía” (manifestación). 

Hoy me detengo en la expectación con que los niños viven este día previo. Lo pude comprobar ayer por la tarde-noche cuando acompañé a mis sobrinos a un espectáculo infantil en el Circo Price de Madrid titulado La casa del árbol. Aunque los presentadores me parecieron bastante sosos y el guion poco trabajado, me encantaron los números acrobáticos y, sobre todo, la alegría con que los más pequeños aplaudían y gritaban. Imagino que para ellos el espectáculo tenía algo de mágico. Se sorprendían de que sucedieran cosas imposibles que no ven en sus casas o en el colegio.


Disfruté más en el recorrido nocturno en un autobús descapotable del programa Naviluz. Aunque por la tarde había estado lloviendo intermitentemente, a las 9,30 de la noche el cielo estaba sereno y la temperatura, aunque fría, era soportable. Bien protegidos con nuestros gorros y bufandas de lana, nos encaramamos hasta la parte superior del autobús. El viento frío acariciaba nuestros rostros. Durante 50 minutos fuimos recorriendo algunas de las calles del centro (Paseo del Prado, Velázquez, Goya, Serrano, Colón, Alcalá, Gran Vía, etc.) mientras admirábamos la hermosa y variada decoración de luces navideñas. Mi sobrino pequeño de nueve años sentía la tentación de ponerse de pie encima del asiento para intentar tocar con las manos las luces más bajas, pero era más un sueño que un deseo real. 

Tocar las luces es como tocar el cielo, comprobar que no se trata de un engaño óptico, sino de una realidad tangible. No deja de ser un símbolo de ese deseo más profundo que todos tenemos de saber que existe el cielo, que Dios existe, que hay un mundo de luz más real que esta tierra que pisamos. Pocas veces tiene uno la oportunidad de recorrer la ciudad a más de tres metros de altura desde el suelo. Todo parece más grande y hermoso. La restaurada Puerta de Alcalá lucía esplendorosa con motivos navideños en el vano de sus arcos. En la plaza de Cibeles hacían pruebas de sonido para la cabalgata que se tendrá esta tarde.


Viendo el derroche de luz y la admiración de los más pequeños, volví a caer en la cuenta de que “solo lo inútil es necesario”. Acostumbrados a ver solo el aspecto productivo y económico de la vida, necesitamos de vez en cuando experiencias inútiles para descubrir que hay dimensiones que van más allá del puro rendimiento. Por supuesto que necesitamos cosas útiles (comer, beber, vestirnos, etc.), pero necesitamos también -y a veces con mayor premura- experiencias de admiración, belleza, cercanía y espiritualidad. Las narraciones navideñas nos aportan este suplemento trascendente que necesitamos para no ahogarnos en el vaso de las preocupaciones cotidianas. 

El cine, el teatro, el circo, la música, el arte en general, son creaciones humanas que abren boquetes de trascendencia en el muro compacto de nuestra materialidad. Por ellos se cuela la luz que viene de lo alto. No prescinde de la materia, sino que la ilumina. Todos seguiremos a lo largo de 2024 enganchados a la batalla de la vida cotidiana. Seguiremos preocupándonos del precio de los alimentos, de los costes de una hipoteca, de las cotizaciones a la seguridad social y de otros muchos asuntos a ras de tierra. Pero no es lo mismo hacerlo con las ventanas del alma cerradas que abiertas de par en par a una realidad que nos trasciende y que infunde en nosotros energía para afrontar el día a día y esperanza para acoger el futuro. Solo lo inútil es verdaderamente necesario.

1 comentario:

  1. También a mí, por una noche me gustaría volver a ser niña para revivir esta noche de Reyes, aunque tengo la suerte de continuar esta tradición con los hijos y los nietos y nietas… Cuando haces lo posible para aportar ilusión, ésta también se contagia…
    Ver como se iluminan los ojos de las más pequeñas, no podemos quedar indiferentes.
    Hay momentos de la vida que querríamos se encendieran luces en nuestro entorno, porque como dices: “No deja de ser un símbolo de ese deseo más profundo que todos tenemos de saber que existe el cielo, que Dios existe, que hay un mundo de luz más real que esta tierra que pisamos.”
    Gracias Gonzalo porque con la entrada de hoy ayudas a vivir con esperanza en momentos de tinieblas.

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