martes, 22 de agosto de 2023

Excursión al templo del consumo


Esta mañana, aprovechando un viaje a Soria, he acompañado a una de mis hermanas en una “excursión” a la que estoy poco acostumbrado. Nos hemos acercado a uno de los centros de Mercadona con el fin de hacer una compra un poco abultada. Para los lectores extranjeros de este blog, aclaro que Mercadona es una empresa española de distribución que cuenta con 1.676 supermercados (1.637 en España y 39 en Portugal) y una plantilla que se aproxima a los 100.000 empleados. Sé que la empresa ha sido objeto de varias críticas en los últimos años, pero, en conjunto, es admirable cómo gestiona la distribución de productos a precios asequibles. 

Mi hermana, que es mucho más experta que yo en estas materias, me asegura que es buena la relación calidad-precio. No voy a hacer un elogio de esta cadena ni tampoco de este modelo de distribución. Carezco de competencia para ello y además este blog  no es un escaparate publicitario. Por otra parte, soy consciente de que las grandes superficies están arrinconando a los pequeños comercios. Eso me duele. Mercadona, a diferencia de otras grandes cadenas que se sitúan en la periferia de las ciudades, procura ubicarse en el interior de las poblaciones para mantener el concepto de proximidad, de modo que al cliente le resulte muy fácil acercarse sin necesidad de disponer de vehículo propio.


Lo que me admira es cómo puede organizarse de manera tan lógica y ágil la presentación y venta de los productos. Uno encuentra fácilmente lo que busca, puede elegir entre diversas marcas, calidades y precios y embolsa y paga con mucha facilidad. ¿Es un supermercado uno de los templos más visibles del capitalismo? ¡Seguramente! Pero es también una excelente solución técnica a los problemas de distribución en poblaciones grandes. Recuerdo que la primera vez que visité Rusia, poco después de la caída del comunismo, una de las críticas recurrentes era que los ciudadanos no encontraban productos en las tiendas y que el personal, en vez de promover su venta y tratar con cortesía al cliente, casi lo disuadían de comprar. 

Los sistemas estatalistas y colectivistas siempre han fracasado en la creación y distribución de la riqueza, por más que persigan una igualdad que, en la práctica, es más ficticia que real. No es que me haya vuelto un entusiasta del sistema capitalista en bloque, pero reconozco que la libertad de mercado permite la producción y distribución de bienes y servicios de una manera mucho más ágil y efectiva que los sistemas controlados por el estado.


Acostumbrado a una vida más bien sobria, me sorprendo de la cantidad de productos de todo tipo que se pueden encontrar en estos grandes establecimientos. Uno no sabe si responden a necesidades reales (lo cual sería estupendo) o son los mismos productos los que crean esas necesidades para favorecer un determinado modelo de negocio. Sea como fuere, me admira la creatividad que se respira por todas partes, la excelente organización y el trato amable por parte de los empleados. Estas cualidades tendrían que ser comunes en cualquier tipo de servicio público (incluidos los eclesiales), pero a menudo se impone la mediocridad y la dejadez en nombre de la sencillez y la pobreza. Esto nos ha hecho mucho daño en los últimos tiempos. 

La pereza se ha confundido con la sencillez, la falta de organización con la espontaneidad, el mal gusto con la opción por los pobres. Hay muchas cosas que podemos aprender de quienes se han arriesgado a emprender y a innovar. Es verdad que ganan mucho dinero, pero prefiero esta lógica al despilfarro ineficaz que a veces se ve en el sector público. En fin, sé que me he metido en un terreno minado, pero comparto algunas de las cosas que me venían a la cabeza mientras iba llenando el carrito de los productos que considerábamos necesarios.

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