jueves, 31 de agosto de 2023

Sonata madrileña


Habíamos quedado a las cuatro de la tarde. Con puntualidad británica acudieron en moto hasta mi casa. Aunque la temperatura no superaba los 26 grados, nos refugiamos en el interior para saludarnos (hacía muy poco que nos habíamos visto), tomar un café y visitar los lugares donde vivo y trabajo. 

Se trata de un matrimonio amigo con el que he compartido largas y densas conversaciones. Nos reservamos la tarde del penúltimo día de agosto para ejecutar nuestra particular “sonata” madrileña antes de que el mes de septiembre nos atrape por completo. Pasamos casi siete horas juntos, hasta bien entrada la noche. Lo vivido se puede dividir en tres tiempos.

Allegro

Caminando por el paseo de Rosales y cruzando por la plaza de España llegamos hasta la plaza de la Armería, entre el Palacio Real y la catedral de la Almudena. Fueron veinte minutos de diálogo animado. Nos impresionaron las hojas de los árboles amontonadas prematuramente por los parterres y aceras y la larga cola que se había formado para visitar el Palacio Real. Nosotros nos abrimos paso entre los turistas y llegamos hasta el mirador que se abre al Manzanares y la Casa de Campo. 

A las 5 de la tarde entramos en la nueva e imponente Galería de las Colecciones Reales. Se trata de un gran museo de 40.475 metros cuadrados construido entre los años 2006 y 2016 por los arquitectos Emilio Tuñón (del que mi amigo, también arquitecto, habla maravillas) y Luis Moreno (fallecido en 2012 con 52 años). El costo total ha superado los 167 millones de euros, más del doble de lo presupuestado al comienzo, pero el resultado es impresionante, hermoso, didáctico y duradero. 


Confieso que la obra me dejó boquiabierto.
Mi amigo -conociendo mi pasión por la arquitectura- se encargaba de hacerme ver detalles que escapan a un observador profano. La combinación de granito, vidrio y madera, la geometría impoluta y los volúmenes gigantescos crean una sensación de majestuosidad que no humilla al visitante, sino que lo acoge y lo acompaña

Descendiendo por las catorce rampas del edificio, dejamos la planta superior (donde está la recepción) y nos internamos en la gran sala dedicada a la dinastía de los Austrias. Bajamos luego a la sala de los Borbones (algo más pequeña en altura) para descender finalmente a la planta reservada a las exposiciones temporales. La actual está dedicada a los carruajes reales y coches de época. Salimos por la gran puerta que da acceso al Campo del Moro. 


Es imposible resumir en esta entrada la borrachera de sensaciones que recibimos durante nuestro recorrido. Uno no sabía si quedarse extasiado ante los enormes tapices, contemplar con toda el alma algunas pinturas, admirarse de los restos de la muralla árabe incorporados visualmente al museo, fisgonear en algunos objetos decorativos o admirar los elegantes carruajes. 

Entre las muchas cosas que me llamaron la atención, escojo las cuatro grandes columnas salomónicas que pertenecieron a la desaparecida iglesia de Monserrat, en la que tantas veces ofició san Antonio María Claret durante su estancia en Madrid (1857-1868). Los vídeos didácticos con sugestivas infografías sobre la historia de los reales sitios combinaban calidad técnica y belleza estética. Las maquetas, distribuidas por varios rincones, ayudaban a entender mejor la evolución de los principales palacios y de la villa de Madrid. 

Adagio

Después de tanta excitación, necesitábamos un movimiento pausado, así que paseamos tranquilamente por los jardines del Campo del Moro, desconocidos para mi amiga, que curiosamente era la única madrileña de nuestra terna. Admiramos las zonas boscosas, el impecable parterre central que se descuelga desde la base del palacio hasta las proximidades del río Manzanares, el chalecito de la reina de estilo tirolés, los enormes cipreses que lindan con la cuesta de san Vicente, los mirtos floridos y una suave sensación de frescor y de paz en el corazón de Madrid. 


Caminar por este hermoso y poco visitado parque nos permitió reposar las muchas estampas contempladas en el museo. La tarde era templada, con esa luz madrileña que da a las cosas su color exacto y que algunos califican de luz velazqueña. 

Presto

Antes de que cerraran los jardines a las 9 de la noche, salimos por una de las puertas laterales, ascendimos por la cuesta de san Vicente, cruzamos de nuevo la plaza de España y recalamos en una de las terrazas que hay frente al convento de los carmelitas descalzos. Aunque este tercer movimiento lleve el nombre de “presto”, en realidad fue lo contrario: un tiempo tranquilo de conversación en torno a una cerveza y unas tapas. Así nos dieron las 10,30 de la noche. ¡Menos mal que no citamos a Sabina porque, si no, nos hubieran dado las once, las doce, la una, las dos y las tres! 


Fue el momento de la intimidad
, de las conversaciones que no se tienen en el día a día y que permiten acompasar los distintos ritmos vitales de cada uno. Escuchar y hablar son dos actividades que sanan el alma. No pretendíamos arreglar el mundo ni siquiera resolver nuestros problemas personales. Nos bastaba compartir nuestras trayectorias, verbalizar algunas experiencias recientes y aprender juntos a leer el significado de lo que vamos viviendo. La fe estuvo en el trasfondo de todo lo que dijimos. Nos sentimos unos privilegiados. 


De vuelta casa, asomados al mirador que hay junto al templo de Debod, nos dijimos unos a otros que necesitamos de vez en cuando vivir cortes como estos para que la rutina no roa demasiado la belleza de la vida. ¡Gracias, amigos, hasta la próxima!

4 comentarios:

  1. Qué buen plan¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Los madrileños al final conocemos menos de Madrid que los madrileños de adopción y cultos :). Qué buen reportaje sobre el museo, no tenía ni idea que se había terminado hacía tanto tiempo. Mucha envidia el plan madrileño. Un abrazo. María.

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  2. Gracias por compartir la sonata madrileña con la información de arte que nos transmites. ¡Desde cuántos aspectos diferentes se puede vivir una ciudad! Felicidades por haber podido hacer el recorrido en buena compañía. Vale la pena cuidar las amistades.

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  3. Por supuesto. No me olvido.

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