martes, 29 de agosto de 2023

Inacabados


Da gusto estar en Madrid con una temperatura que parece más otoñal que veraniega. Esto ayuda a empezar el trabajo con actitud positiva. La lista de compromisos se va alargando de hora en hora, pero también las pequeñas realizaciones. Pertenezco al grupo de personas que experimentan placer cuando van tachando de la agenda las tareas completadas. 

He empezado el día dando un paseo matinal (de 7,30 a 8,30) por el centro de la ciudad para comprobar los cambios producidos en el último mes. Veo que en los paseos del parque del Oeste hay ya muchas hojas caídas que se acumulan en los bordes. Creo que el calor excesivo de las últimas semanas ha adelantado el proceso. Es como si el otoño estuviera ya presente. Las obras de la estación eléctrica subterránea al comienzo de la calle Ferraz parece que dan los últimos coletazos después de muchos meses de misteriosos trabajos. (Ni siquiera el vendedor de helados del puesto vecino sabía qué estaban haciendo los obreros a varios metros de profundidad).

La plaza de España está más sucia que de costumbre. El (mal) hábito de comer en la calle deja manchas de grasa incrustadas en el granito. No será fácil limpiarlas, lo mismo que sucede con los chicles. Falta muchísimo para lograr una cultura de civismo como se observa en otras ciudades. Pensaba que la puerta del Sol estaría ya lista, pero siguen dando retoques a la fuente que rodea la estatua ecuestre de Carlos III y completando el adoquinado en algunos puntos que tuvieron que levantar de nuevo por averías o arreglos. La marquesina de cristal que cubre la entrada a la estación de Cercanías sigue intacta. Me temo que tendremos que aguardar varios meses hasta que la renovación de la plaza esté completa. Me siento un poco frustrado. Las Navidades están más cerca. 


Madrid es una ciudad en permanente estado de obras. Cuando no es el asfaltado de una calle es la limpieza de la fachada de un edificio, la construcción de un paso subterráneo, la ampliación de aceras, la reforma de un local comercial o la colocación de bolardos y marquesinas. A diferencia de lo que sucede con otras ciudades que parecen cristalizadas en el tiempo, con Madrid uno tiene la sensación de no verla nunca acabada, como si se tratase de la famosa octava sinfonía de Schubert. No es una ciudad-museo siempre lista para ser admirada, sino una ciudad en constante ebullición. Se demuele y se construye, se planifica y se reprograma, se ensucia y se limpia, se admira y se odia...

En los últimos años, al gentío que la habitamos (ya de por sí bastante numeroso) se añaden interminables hordas de turistas que invaden el centro de día y de noche. La suma de muchas personas y de obras por todas partes produce la sensación de caos insufrible. Hay personas (sobre todo, jóvenes) que disfrutan con él. Es como si se encontraran en su salsa. Yo contemplo el desorden, lo disfruto un poquito, pero procuro alejarme lo antes posible. No padezco agorafobia, simplemente me agota tener que caminar por la Gran Vía, por ejemplo, rodeado por personas que parecen microbios. Por eso, elijo las primeras horas del día para no sucumbir a esa sensación opresiva.


Mientras recorría los lugares de siempre para ver si el mes de agosto les había infligido alguna nueva herida, pensaba que también nuestra vida es un proyecto siempre inacabado. Somos hombres y mujeres 
“en construcción”. Hay personas muy lineales, que se encuentran a gusto repitiendo cada día una rutina de la que nunca se salen, pero la mayoría de nosotros experimentamos cambios constantes. Conocemos nuevas personas, visitamos nuevos lugares, soñamos proyectos arriesgados, nos deprimimos, caemos, volvemos a empezar… Somos como las ciudades que siempre están en obras. Aunque a veces esto nos produzca la sensación de caos, en realidad es el mejor signo de que estamos vivos, de que no reducimos la existencia a durar más, sino a vivir más intensamente. 

Lo bueno de la existencia es que se trata de una sinfonía inacabada. Siempre tenemos la oportunidad de hacer pequeños cambios, de enderezar el rumbo, de enriquecerla con nuevas armonías y experiencias. Y también de dañarla con disonancias, adiciones, rencores y salidas de tono. Lo importante es disponer de una partitura que nos devuelva siempre a la idea original, que nos recuerde de dónde venimos y adónde vamos, por qué y para qué existimos. Cuando esto está claro, no importa si estamos siempre “en construcción”. Esto es lo propio de los seres libres e inacabados, de las personas “in fieri”, como dicen los entendidos.

1 comentario:

  1. A través de las pinceladas de cómo has encontrado Madrid, nos ayudas a caer en la cuenta de que somos “seres en construcción”… ello nos da la idea de que nuestra vida está siempre en movimiento, nunca la damos por acabada y como nos dices: Lo importante es disponer de una partitura que nos devuelva siempre a la idea original.
    Gracias.

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