viernes, 18 de noviembre de 2016

Dejadme ser libre, please

Por si no bastaran las miles de normas y leyes que se nos vienen encima cada día (desde las normas de tráfico hasta las leyes fiscales pasando por las directivas que regulan el funcionamiento de los frigoríficos, los microondas o las transacciones bancarias), de un tiempo a esta parte me sorprenden los muchos artículos periodísticos en los que se nos dice con todo lujo de detalles lo que tenemos que hacer, vestir, comer, leer, ver, visitar y hasta pensar. Se han puesto de moda las imposiciones del tipo Diez patatas de bolsa que deberías probar, Cinco cosas que debes hacer antes de morir, Veinte lugares que hay que visitar antes de morir, Cinco comidas que nunca deberías volver a consumir, Diez cosas que debes saber sobre las mujeres (y que ellas nunca te dirán), Ocho cosas que haces mal al salir del gimnasio... La lista es interminable, pero la dejo aquí para no caer en el ridículo.

Pocas cosas me molestan más que me digan a cada paso lo que tengo que hacer y cómo debo hacerlo; en definitiva, que me traten como si fuera un niño o un retrasado mental. Por esa misma razón jamás sigo cadenas en Facebook, o copio en mi muro lo que algunos amigos me sugieren copiar o doy mi adhesión a campañas como Salvemos los osos polares del Congo, Pintemos de verde los edificios grises de Manhattan o Busquemos pareja al gorila viudo del zoo de Moscú. Confieso que tengo una aversión innata a este tipo de iniciativas que, por otra parte, respeto porque en el mundo hay espacio para casi todo. La tolerancia es un rasgo de nuestro tiempo. 

A veces me he preguntado de dónde me viene esta ojeriza. Creo haber encontrado la respuesta. Me viene de mi experiencia espiritual. Después de haber superado una comprensión estrecha de la religión, hecha a base de mandatos y prohibiciones, haberme adentrado en el ancho terreno de la libertad –“para la libertad nos ha liberado Cristo”uno desarrolla como un instinto contra cualquier forma de dirigismo o manipulación. Si hemos sido liberados de la ley –en el sentido paulino–, ¿cómo vamos a incurrir en nuevas y perniciosas dependencias? Somos personas libres y adultas. No es necesario que nos digan a cada paso lo que nos conviene hacer o evitar. Podemos tomar nuestras propias decisiones, aunque cometamos algunos errores. Agradezco propuestas y sugerencias, me gusta dejarme seducir, pero detesto las imposiciones. Estamos ya siendo manipulados de mil maneras de forma inconsciente como para encima aceptar manipulaciones burdas y directas. Se me podrá argüir que se trata casi de un juego. Sin embargo, las cadenas, por finas que sean, siempre nos atan. Prefiero vivir sin ellas. Pero, dejémoslo claro: esta es una confesión personal que puede ser acogida o rechazada, no una imposición. Por si acaso.

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