sábado, 27 de mayo de 2023

Riega la tierra en sequía


El suelo está mojado. En las últimas horas llueve intermitentemente sobre Madrid. Hacía meses que añorábamos el agua. Cuando las gotas golpean la claraboya que corona la escalera de mi casa me parece estar escuchando música de ángeles. Me gusta también ver los alcorques de los árboles de mi calle cubiertos de agua. Nuestro inconsciente asocia el agua a la vida. Es verdad que en algunos lugares del levante y del sur esta inoportuna DANA está provocando inundaciones, pero esos desastres quedan minimizados ante su poder fecundante. 

Hoy, vísperas de Pentecostés, no puedo por menos que recordar que también el Espíritu Santo es agua fresca que riega la tierra en sequía y los corazones áridos. Pero no solo eso. Podemos evocar la célebre secuencia al Espíritu Santo que llevamos cantando a lo largo de esta última semana del tiempo pascual. En la hermosa versión litúrgica castellana fluye así:

Ven Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don en tus dones espléndido.
Luz que penetras las almas,
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo.
Tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego.
Gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del alma
si tú le faltas por dentro.
Mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo.
Lava las manchas.
Infunde calor de vida en el hielo.
Doma el espíritu indómito.
Guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito.
Salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.


¿Hay forma más expresiva y bella de describir quién es el Espíritu Santo y qué hace en la vida de los seres humanos? Primero, la secuencia lo presenta como padre amoroso, como don, luz, consuelo, huésped del alma, descanso, tregua, brisa y gozo. Todas las palabras están cargadas de resonancias afectivas. Todas transmiten la idea de que donde está el Espíritu de Dios hay vida, amor y libertad. Luego la secuencia describe sus efectos transformadores en forma de súplica. El Espíritu riega lo árido, sana lo enfermo, lava lo sucio, calienta lo frío, doblega lo rígido y endereza lo torcido. Por eso, no podemos vivir como hombres y mujeres libres sin la fuerza del Espíritu Santo. 

Mañana, solemnidad de Pentecostés, tendremos oportunidad de celebrar este misterio. Podremos comprender un poco mejor cómo actúa el Espíritu en cada ser humano, en la Iglesia, en la humanidad, en el universo. Hoy sábado tomamos conciencia de la aridez que nos vuelve infecundos, de las enfermedades que nos roban la salud, de la suciedad que nos impide ser limpios de corazón, de la frialdad de nuestras relaciones, de la rigidez de nuestras convicciones y actitudes, de las curvas sinuosas de nuestras conductas. Quien no cae en la cuenta de su pobreza, no siente la necesidad de implorar al Espíritu. Cree que se basta a sí mismo. Se encierra en su autosuficiencia sin percibir que está cavando su propia tumba. Quizá sea este el gran engaño de la cultura contemporánea.


No es fácil vivir con serenidad, transparencia y alegría. El mundo es con frecuencia demasiado hostil. Todos tendemos a protegernos y defendernos. Vemos a los demás como potenciales enemigos o competidores. Sin la fuerza del Espíritu no tenemos la valentía de salir de nuestro caparazón. Nos parecemos a esos ricos que viven en urbanizaciones hiperprotegidas a las que solo unos pocos pueden acceder después de haber franqueado varios controles. Construyen altos muros, los cubren con concertinas metálicas, contratan a guardias de seguridad, instalan cámaras de vigilancia y viajan en coches con los cristales tintados. Su riqueza no es fuente de tranquilidad, sino de continua preocupación. Temen perder lo que tienen. Sienten que los pueden secuestrar o atracar si bajan la guardia. Necesitan asegurarlo todo a base de muchas medidas protectoras.

Quien tiene al Espíritu no necesita ninguna barrera de seguridad, ningún paraguas. Se deja mojar con generosidad. Quizá tiene pocas cosas materiales, pero ha recibido lo más importante: el don de Jesús que clama en nuestro interior “Abbá, Padre”. Por eso, puede vivir la existencia confiado, alegre y lleno de esperanza.

1 comentario:

  1. Hoy el tema da para mucho y te agradezco tal como lo comentas, agrupado por temas. Sé que irán saliendo más detalles. De momento he descubierto más riqueza al recitar la Secuencia… He podido tomar conciencia de su profundidad.
    A lo largo del día me han ido resonando dos frases que has escrito:
    Quien no cae en la cuenta de su pobreza, no siente la necesidad de implorar al Espíritu.
    Sin la fuerza del Espíritu no tenemos la valentía de salir de nuestro caparazón
    Gracias Gonzalo por ayudarnos a descubrir la fuerza del Espíritu en nuestras vidas y tomar conciencia de sus dones y frutos.

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