jueves, 25 de mayo de 2023

Hacer un libro


Ayer visité la imprenta con la que suele trabajar nuestra editorial. Creo que es la primera vez que visito detalladamente una empresa de este tipo, acompañado por su propietario y director. La imprenta se llama Estugraf. Está en un polígono industrial del sur de Madrid. Una veintena de operarios se afanan por que todo el proceso funcione a la perfección. Algunos libros se siguen imprimiendo a offset, pero cada vez gana más terreno la impresión digital. Pude seguir todas las etapas del proceso desde que llega el PDF con el original del libro hasta que es empaquetado para su distribución. 

Acompañado por el jefe, fui recorriendo todas las secciones del inmenso taller, incluidas las oficinas y el archivo donde se almacenan los libros impresos. Es sorprendente la calidad y velocidad con la que se imprimen las planchas de papel, se cortan, se doblan, se cosen, se encuadernan, se guillotinan y se embalan. Todo el proceso está mecanizado. Los expertos calculan el gramaje del papel, su textura y color y otros pormenores que hacen de cada libro una pequeña obra de arte. Y todo de acuerdo a la demanda (hoy ya no es necesario hacer grandes tiradas que luego no se sabe dónde almacenar) y en un tiempo récord.


Es verdad que hoy disponemos de innumerables obras en formato digital que podemos leer desde nuestro E-reader, desde el ordenador o la tablet, o desde el mismo teléfono móvil. Esto nos permite tener siempre a mano nuestros libros favoritos sin cargar físicamente con ellos. Nos permite igualmente hacer búsquedas, copiar párrafos y otras operaciones que agilizan la composición de textos. Reconozco que yo utilizo con mucha frecuencia los formatos digitales de obras como la Biblia, el Código de Derecho Canónico, los documentos del magisterio de la Iglesia u otras fuentes. 

Pero este uso digital no es comparable al placer que supone coger un libro en las manos, contemplar su portada, adivinar el contenido a partir del título, abrirlo con delicadeza, acariciar el papel, ponderar el tipo de letra y la separación interlineal, admirar la reproducción de las fotos o grabados, olerlo… y, sobre todo, sentarse cómodamente y comenzar a leer con un campo visual amplio, sin estar sometido a la tiranía de la pantalla. Por todas estas razones, no creo que los formatos digitales desplacen a corto y medio plazo a los libros impresos. Convivirán pacíficamente durante mucho tiempo porque responden a necesidades diferentes.


Ayer comprobé que un impresor es también un artista. Es verdad que el principal responsable de un libro es la persona que lo escribe, pero el manuscrito original no sería casi nada si no se encarnase en un cuerpo tangible, equilibrado y bello. Aquí es donde cobra protagonismo el impresor y todo su equipo. Hoy se cuida mucho la edición de libros. La moderna tecnología permite hacer maravillas. Continuamente están apareciendo nuevas máquinas que dejan obsoletas a las anteriores. 

Yo siempre había creído que hoy se escribe mucho y se lee poco, pero ayer, en diálogo con las personas que se mueven en este mundo de los libros, escuché opiniones contrarias. Según ellos, cada vez se lee más. Acepto el parecer de los entendidos, pero sigo teniendo mis dudas. No me parece que las nuevas generaciones de niños y adolescentes, pegados todo el día a las pantallas de los móviles, sean ávidos lectores. Quizás estoy equivocado. El tiempo lo irá diciendo. 

Para mí, aprendiz de editor, fue un placer conocer de cerca el lugar donde los archivos digitales que nosotros elaboramos en la editorial se transforman en libros que llegan a las manos de muchos lectores. Para que cada uno sea un verdadero regalo, es preciso que todas las fases de proceso de producción estén bien articuladas. Autores, editores, diseñadores, correctores, impresores, distribuidores y libreros estamos al servicio de una obra que puede afectar mucho a la vida de las personas. Hay libros que divierten, entretienen, instruyen, consuelan, despiertan, provocan, acompañan… ¿No es este un servicio público digno de respeto? Es verdad que también hay libros que aburren, envenenan, enredan o dañan, pero siempre podemos prescindir de ellos para buscar refugio en los que proporcionan vitaminas espirituales. Las imprentas y librerías son como farmacias para el alma; o sea, servicios esenciales, por usar la expresión oficial que se puso de moda durante la pandemia.


1 comentario:

  1. Me ha gustado este tema de la imprenta y poder comprobar cómo ha evolucionado. Nada que ver con lo que era treinta años atrás… El que dirige todo el trabajo, es necesario, como dices, que sea un poco artista.
    En cuanto sostenemos un libro en la mano, impreso en papel, podemos valorar todo el proceso, cosa que es mucho más difícil cuando lo tenemos en una pantalla. Desde su inicio hasta el final, ¡por cuántas manos ha pasado!
    En cuanto lo que comentas de la lectura, yo también dudo que vaya en aumento, por lo menos la lectura que es de calidad en todos los aspectos. Muchos leen, por obligación, las lecturas que les proponen en la escuela. Es difícil encontrar padres, abuelos, que potencien en los niños y adolescentes el hábito de leer. Tampoco se crea el hábito de ir a la biblioteca a buscar libros prestados y/o permanecer algún tiempo, respetando el silencio, para leer allí.
    Gracias Gonzalo.

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