jueves, 24 de agosto de 2017

La familia y el trabajo

Tengo un buen grupo de matrimonios jóvenes amigos con los que dialogo de vez en cuando. Algunos se sienten atrapados por sus responsabilidades familiares (sobre todo, cuando tienen dos o más hijos) y laborales (sobre todo, cuando trabajan los dos cónyuges fuera del hogar, lo que hoy suele ser normal). No encuentran tiempo para hacer “algo más”. Quisieran insertarse más en la vida parroquial, pertenecer a algún grupo de voluntarios o ayudar a personas necesitadas, pero no lo consiguen. Sienten que no están viviendo su fe de manera radical. Me parece una preocupación legítima. En el campo espiritual nunca acabamos de llegar a la meta. Hay una inquietud sana que nos mantiene despiertos, que nos empuja a buscar siempre una respuesta más generosa. Pero puede haber también una inquietud insana que nos distrae de nuestras responsabilidades inmediatas. ¿Hay algo más valioso que dedicarse en cuerpo y alma al cuidado y educación de los hijos pequeños y al desarrollo competente y honrado del propio trabajo profesional? Cuando un matrimonio joven descubre que estos son los campos principales de su misión supera la esquizofrenia que a menudo paraliza su vida y encuentra nuevos motivos para una vida cristiana serena y alegre.

He conocido padres que, movidos por intenciones evangelizadoras, han dedicado tanto tiempo a actividades pastorales (en la parroquia, en asociaciones de diverso tipo, en ONGs y voluntariados) que han descuidado mucho la atención a sus propios hijos. Y, claro, luego el tiempo les pasa una factura amarga. ¿No es una excelente tarea evangelizadora cuidar la “iglesia doméstica” que es la propia familia? ¿No es ésta la misión principal de los esposos? ¿O será necesario añadir otros compromisos que son más vistosos y están rodeados de un aura de originalidad? Ser un buen padre o una buena madre es la misión (no solo la tarea) más hermosa que existe. Además de contribuir al crecimiento armónico de los hijos, los padres y madres están contribuyendo – mucho más de lo que a simple vista parece – a crear un mundo mejor y una Iglesia más viva. La presencia de los padres – al menos hasta que sus hijos cumplen la mayoría de edad – es vital. Cuando los hijos vayan independizándose, tiempo habrá de canalizar el compromiso cristiano en otras direcciones. Esto no significa que la vida tenga que limitarse al pequeño círculo familiar, sino que éste tiene que ser prioritario.

Algo parecido podría decirse con respecto al trabajo. Ser un profesional competente, honrado y colaborador no tiene precio. Frente a la cultura de la improvisación y de la chapuza, es preciso destacar la cualificación profesional. Un cristiano tendría que ser consciente de que con su trabajo prolonga la obra creadora de Dios en los múltiples campos de la actividad humana. Y Dios no es un chapucero. La “obra bien hecha” es un canto a la creatividad divina, una muestra de espiritualidad madura. Admiro a las personas que ponen pasión y competencia en lo que hacen: desde un proyecto arquitectónico hasta un muro de mampostería, una clase, un artículo periodístico o una tarta de manzana. Pero eso no basta. En un contexto en el que la corrupción campa a sus anchas (sobre todo en el campo político y económico), el cristiano debe brillar también por su honradez. Estamos hartos de absentismo laboral, de comisiones, mordidas, tráfico de influencias, etc. Los antiguos decían que “es antes la obligación que la devoción”. Era una manera concisa y enérgica de decir que el buen cristiano no debe distinguirse tanto por las prácticas religiosas que acumula sino, ante todo, por el cumplimiento cabal de sus obligaciones, incluyendo las laborales. Yo lo diría de una forma más descarnada: “Más honrado y menos meapilas”. ¿De qué sirve ser un asiduo en las celebraciones litúrgicas si luego en el trabajo uno se deja llevar por la lógica del máximo beneficio a cualquier precio, por la explotación o por la desidia?

Cuando hablamos de compromiso laical tendemos a pensar que lo importante es pertenecer a grupos apostólicos, participar en campañas, estar siempre metidos en mil actividades… De hecho, a las personas que siempre andan liadas solemos llamarlas “comprometidas”, aunque este término no está tan de moda como hace treinta o cuarenta años. Es un gran error, sobre todo si esto supone descuidar los dos campos que son más propios de los cristianos laicos y en los cuales pueden vivir una hermosa espiritualidad: la familia y el trabajo. Me gustaría seguir dialogando con mis amigos jóvenes sobre las muchas posibilidades que se abren en ambos campos. ¡Otro gallo nos cantaría si los millones de laicos cristianos vivieran con gratitud, alegría y constancia estos compromisos! Creo que por parte de los sacerdotes tendríamos que apoyar más este enfoque para evitar que muchos matrimonios jóvenes se sientan a disgusto… por el simple hecho de que tienen que cuidar a sus hijos pequeños y ser responsables en su trabajo. 

1 comentario:

  1. Lo he recomendado a todos mis amigos! me ha gustado mucho.
    Un abrazo
    Pepe Navasqüés

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