domingo, 20 de julio de 2025

El afán y la escucha


La Biblia está llena de historias de rivalidad entre hermanos: Abel y Caín, Esaú y Jacob, José y sus hermanos, Raquel y Lía… ¡y hasta los dos hijos pródigos del padre misericordioso de la parábola de Jesús! Pareciera que el amor de los padres viene a menos si se reparte. ¿Pertenece a esta serie de historias la rivalidad entre las hermanas Marta y María de la que nos habla el evangelio de este XVI Domingo del Tiempo Ordinario? La interpretación más socorrida es la que ve a Marta y a María como representantes de la vida activa (la primera) y de la vida contemplativa (la segunda), pero tal vez se aleja del sentido más original. Por otra parte, esta vía ha sido muy explorada y transitada a lo largo de los siglos. 

Prefiero acoger la historia desde otra clave. En el cuarto evangelio leemos que “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,5). El orden no es irrelevante. Es muy probable que Marta fuera la hermana mayor (de una familia sin padres) y Lázaro el hermano pequeño. María sería la hermana del medio, sin la responsabilidad de la mayor y sin los mimos del menor. No es cuestión de inventarnos ahora su dinámica relacional, pero, como he señalado al principio, en la Biblia son varias las historias que cuentan la rivalidad entre hermanos.


En el relato de Lucas que leemos hoy Marta es presentada como la mujer que acoge a Jesús en su casa (lo cual indica la preeminencia sobre el resto de los hermanos), que “andaba afanada con los muchos servicios” y que, finalmente, se queja ante Jesús de que su hermana la hubiera dejado sola para dedicarse, sentada a los pies del Maestro, a escuchar su palabra. La queja era razonable, y más si, como es imaginable, Jesús se hubiera presentado en esa casa acompañado por algunos de sus discípulos a los que había que acoger con hospitalidad semita. 

La respuesta de Jesús retrata a Marta como si fuera la “hermana mayor” de la parábola del hijo pródigo. De ella dice Jesús que andaba “inquieta y preocupada con muchas cosas”. El problema no es el trabajo en sí mismo, sino ese exceso de responsabilidad que Marta exhibe como “hermana mayor”, como si todo dependiera de ella. Frente a ese exceso, Jesús habla de “una sola cosa necesaria”, de la “mejor parte”. ¿Cuál es esa cosa necesaria o esa parte mejor? Lo que hace María: escuchar la palabra del Maestro. A través de la escucha se está más cerca de Jesús que a través del servicio. Se puede servir por sentido del deber, por quedar bien o por múltiples motivaciones. Escuchar al Maestro solo puede hacerse por amor a Él.


No es difícil iluminar muchas de las cosas que hoy nos pasan en la Iglesia desde esta “rivalidad sororal”. Los adjetivos que el evangelio de Lucas aplica a Marta podrían aplicarse a muchos evangelizadores: afanados, inquietos y preocupados por muchas cosas. Corremos el riesgo de ser víctimas del “síndrome de la hermana mayor”: responsable, organizada, trabajadora y quizás un poco autoritaria y envidiosa. No se trata de descuidar “los muchos servicios”, sino de no abandonar la parte mejor: la escucha paciente y gratuita de la Palabra. 

¿No seríamos más creíbles y eficaces si redujéramos un poco la logística del servicio (“hay muchas cosas que hacer”) y nos dejáramos transformar por la fuerza de la Palabra (“hay que escuchar”)? Parece que Marta, a diferencia del hijo mayor de la parábola de los dos hijos, comprendió bien la lección de Jesús. De hecho, en el evangelio de Juan, al hablar de la resurrección de Lázaro, leemos que “cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa” (Jn 11,20). Se invierten los papeles. Marta aparece como la que ha acogido la Palabra y la anuncia: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11,27). Nunca es tarde cuando aprendemos de la rivalidad.



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