
En alguna parte de nuestra fachada carismática, junto al nombre que escogió para nosotros san Antonio María Claret -Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María- está escrito “since 1849”, como en los establecimientos tradicionales. Han pasado ya 176 años desde aquel 16 de julio de 1849 cuando Claret y cinco compañeros más jóvenes empezaron “la grande obra”, aunque los comienzos no pudieron ser más humildes.
Los seis misioneros catalanes fueron el origen de una congregación misionera que hoy cuenta con 3.000 miembros presentes en más de 70 países de todo el mundo. Aquel caluroso día del mes de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, era inimaginable pensar que esa naciente congregación (ni siquiera lo era en ese momento desde un punto de vista canónico) estaría algún día en Timor Oriental, Vietnam, Nueva Zelanda o Zimbabue. Más fácil era imaginarla en México, Colombia o Argentina.
Si ese grupo inicial no hubiera salido de Cataluña, probablemente hoy no existiría, como les ha pasado a otras fundaciones demasiado apegadas a un ámbito reducido. Pero Claret era consciente de que su espíritu era “para todo el mundo”. En cuanto fue posible, los primeros misioneros saltaron a otras regiones de España y, todavía en vida del fundador, a América. Chile fue el primer país en el que hubo presencia claretiana en el continente americano.

Un laico mexicano afincado en los Estados Unidos me ha enviado un vídeo hecho con IA en el que recrea la escena de la fundación con una canción contemporánea. La técnica moderna nos permite estos juegos, pero lo más importante no es lo que la IA puede hacer, sino lo que están haciendo cientos de misioneros en todo el mundo.
Esta semana, sin ir más lejos, estoy dando un curso en inglés a 16 formadores provenientes de India, Filipinas, Sri Lanka, Indonesia, Nigeria, Camerún y Mozambique. Durante varias semanas han estado estudiando la vida de Claret y la historia de nuestra congregación al mismo tiempo que visitaban los lugares fundacionales. Es admirable cómo se emocionan con el conocimiento de la historia y sintonizan con el espíritu original.
Quienes, en el contexto europeo, nos sentimos llamados a “frecuentar el futuro” no siempre vibramos con la música que empezó a sonar hace 176 años en la celda del antiguo seminario de Vic. Siempre me ha llamado la atención que el comienzo se produjera en el contexto de una experiencia de ejercicios espirituales. Sin “cenáculo” no hay “plaza”. Lo vemos en los Hechos de los Apóstoles. Necesitamos ser encendidos por el fuego de Espíritu para transmitir una pasión contagiosa y creíble.

El cenáculo no se entiende sin la presencia de María, la madre de Jesús. Claret quiso hacer coincidir la fundación con la fiesta de la Virgen del Carmen. Ella es la “formadora de apóstoles”, la fragua en la que nos forjamos como misioneros. En los períodos en los que hemos vivido con intensidad nuestra filiación cordimariana hemos experimentado una gran eficacia apostólica y una gran fecundidad vocacional.
En el contexto europeo actual, marcado por la disminución y el envejecimiento, necesitamos volver nuestros ojos al Corazón de María y decirle -como le dijo Claret en unos ejercicios que predicó en 1865- que ella es nuestra verdadera fundadora: “Vos la fundasteis, ¿no os acordáis, Señora?”. Guiados por la madre de Jesús, aprendemos a vivir este tiempo complejo “guardando todo en el corazón”, “haciendo lo que Él nos diga”, “estando de pie junto a la cruz” y, en definitiva, esperando contra toda esperanza porque “el Poderoso ha hecho obras grandes” por nosotros.

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