domingo, 13 de julio de 2025

Un oxímoron muy actual


Tras una semana intensa en San Lorenzo de El Escorial, estoy de nuevo en Madrid. Los 27 grados de hoy hacen más soportable una ciudad que en verano suele ser inhóspita y despiadada. Acabo de ver el ángelus del papa León XIV desde Castelgandolfo. Vuelvo ahora sobre el evangelio de este XV Domingo del Tiempo Ordinario. La parábola que Jesús nos propone es conocida como la parábola del “buen samaritano”. A oídos de un judío del tiempo de Jesús, esta expresión era un perfecto oxímoron. No podía haber un samaritano que fuera bueno. Tampoco podía haber una persona buena que fuera samaritana. El odio entre judíos y samaritanos era histórico, visceral, insuperable, muy parecido al que hoy se da entre judíos y palestinos, aunque por distintas razones. 

¿Podemos imaginarnos hoy a Jesús contando a sus connacionales judíos la parábola del “buen gazatí”? ¡Pues eso! Provocación en estado puro. Por lo general, las parábolas de Jesús llevan dinamita dentro. No son historietas para entretener a la gente o meros recursos didácticos para que su mensaje se entienda mejor. Nos colocan contra las cuerdas de nuestra verdad o nuestra mentira. ¡Nos desnudan!


Tenemos varios personajes para elegir. Podemos ser al menos: el hombre anónimo que bajaba de Jerusalén a Jericó, uno de los bandidos que lo atacaron, el sacerdote o el levita que pasaron de largo, el samaritano que lo atendió… o incluso el posadero que lo cuidó por un par de denarios. Las acciones de estos personajes están descritas con verbos elocuentes. El hombre anónimo “baja” de Jerusalén a Jericó; los bandidos “desnudan” al hombre anónimo, lo “apalean” y lo “abandonan” medio muerto; el sacerdote y el levita “dan un rodeo” y “pasan de largo”; el posadero lo “cuida”. 

Solo al samaritano -ese hereje bastardo- se le aplican muchos verbos: lo “vio”, “se compadeció”, “se acercó”, le “vendó” las heridas, “echó” sobre ellas aceite y vino, “montó” al herido en su propia cabalgadura, lo “llevó” a una posada y lo “cuidó”. Tenemos una ristra de verbos entre los cuales podemos elegir aquellos que con más frecuencia solemos conjugar y aquellos que sentimos que tendríamos que conjugar más.


Si, como hombres o mujeres ilustrados o piadosos, solemos “dar un rodeo” y “pasar de largo” ante personas y situaciones que nos desestabilizan, que reclaman nuestra atención, entonces estamos bastante lejos de lo que Jesús entiende por “prójimo”. Si nuestros verbos son de otro estilo (como, por ejemplo, ver, compadecerse, acercarse, curar, transportar, cuidar, etc.), entonces no estamos tan lejos de lo que Jesús entiende por una persona que practica la misericordia. 

El papa Francisco hizo una interpretación muy actual de esta parábola del “buen samaritano” (¡ojo al oxímoron!) en el capítulo segundo de su encíclica Fratelli tutti. Merece la pena volver sobre ella en este domingo. Habla de “un extraño en el camino” y concluye así: 
“Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que «con ello le confiere una dignidad infinita». A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos a la fuente última, que es la vida íntima de Dios, nos encontramos con una comunidad de tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en común. La teología continúa enriqueciéndose gracias a la reflexión sobre esta gran verdad” (n. 85).

Son tantas las lecturas y aplicaciones que esta parábola tiene a la situación que hoy estamos viviendo que merece la pena colocarse ante ella como ante un espejo. Es imposible no verse reflejado. 


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