
El evangelio de este III Domingo de Pascua es largo, hermoso y muy simbólico. A mí me recuerda a esos trípticos detallistas y llenos de colorido de la escuela flamenca. Si lo leyéramos desde esta clave, veríamos tres tablas. La primera está centrada en la pesca en el lago de Tiberíades; la segunda, en el almuerzo en la playa; la tercera, en el diálogo de Jesús con Pedro.
Merece la pena explorarlas con detalle y, sobre todo, contemplarlas desde nuestra situación actual. Cada uno de nosotros somos ese “discípulo amado” que está llamado a reconocer al Señor en el tríptico de Tiberíades.

Primera tabla: la pesca en el lago
En la escena aparecen siete discípulos: Pedro, Tomás, Natanael, Juan, Santiago y otros dos anónimos. ¡Ojo al número 7! Está amaneciendo después de una noche de pesca infructuosa. Jesús se presenta en la orilla del lago. En el recuento joánico, es la tercera vez que se aparece como resucitado. ¡Ojo al número 3!
No lo reconocen. Les pide pescado. Como tienen nada, les sugiere que echen la red a la derecha de la barca. Se llena de tal manera que “no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces”. El recuento arroja una cifra misteriosa. ¡Ojo al número 153! El discípulo amado le confiesa a Pedro que ese misterioso peregrino “es el Señor”. Primera confesión de fe individual.

Segunda tabla: el almuerzo en la playa
Mientras ellos regresan Jesús ha preparado fuego. Asan algunos peces y comparten el pan. Jesús los invita a almorzar y les reparte el pan y el pescado. Momento de comensalidad que prosigue la cadena de comidas de Jesús.
Nadie pregunta nada porque “todos sabían bien que era el Señor”. Segunda confesión (silenciosa) de fe comunitaria.

Tercera tabla: el diálogo de sobremesa
Mientras quizá los demás dormitan un poco, Jesús se pone a hablar con Pedro. Con ligeras variantes, le hace por tres veces la misma pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. ¡Ojo de nuevo al número 3! La triple respuesta de Pedro es sincera y contundente: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Imposible no acordarse de la triple negación antes de la muerte de Jesús. Tercera confesión de fe/amor de Pedro como representante de todos.
Jesús le confía a Pedro la misión de apacentar/pastorear a las ovejas y corderos. No le exige ninguna cualidad especial y ningún entrenamiento. Lo que cuenta es el amor incondicional. Eso sí: le advierte que el ministerio de pastor comporta guiar y dejarse guiar. Y de nuevo la misma llamada que al principio de esta historia de amor/seguimiento: “Sígueme”.

Estamos viviendo días de discernimiento eclesial. Tras la muerte del papa Francisco, la Iglesia busca un nuevo sucesor de Pedro. Los periódicos hablan del perfil ideal del nuevo pastor. Seguramente también los cardenales están haciendo algo parecido en sus reuniones.
En este contexto resuena la voz de Jesús. La única pregunta decisiva sigue siendo: “¿Me amas?”. La misión de pastorear a la comunidad se fundamenta en un inquebrantable amor a Jesucristo. Sin él, todas las demás cualidades sirven muy poco. Solo quien ama reconoce al Señor en el claroscuro del alba, se fía de su palabra para lanzar la red “a la derecha de la barca” y comparte el almuerzo con sus hermanos. Todo verdadero pastor que quiera conducir a la comunidad “en nombre de Jesús” tienen que aprender a guiar con la fuerza del amor, pero también con la humildad de quien “se deja guiar”.
El liderazgo cristiano se parece muy poco al que predomina en el mundo. Ya lo había anticipado Jesús: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo” (Mt 20,25-27).
El tríptico de Tiberíades se convierte en un espejo en el que podemos mirarnos para saber cómo afrontar este desafiante momento de la Iglesia. Lo que importa es que, en medio de todas las contradicciones, sepamos descubrir, como nuevos discípulos amados, la presencia misteriosa del Señor resucitado.
En un sermón he escuchado que en las dos primeras preguntas Cristo le dice ¿Me amas? Y Pedro le contesta "sabes que te quiero". Y que el AMAS significa un amor total y divino que no alcanza Pedro y por eso dice quiero. Pero veo que la tercera vez que le pregunta Cristo dice "Me quieres".
ResponderEliminarNo sé. Y esperamos los significados de esos números sobre los que nos llamas la atención. Del 7 algo sabemos pero del 3 y del 153, ni idea.
Las reflexiones sobre el Cónclave muy buenas.
Gracias. Abrazo
Qué diferente se lee un Evangelio, desmenuzado, como has hecho… Nos has preparado “una buena merienda”.
ResponderEliminarHay muchas llamadas que pueden interpelarnos. Me llama la atención, algo que, en diferentes palabras, remarcas más de una vez: “el que acompaña, también es bueno que se deje acompañar”. Tú lo manifiestas: “… aprender a guiar con la fuerza del amor, pero también con la humildad de quien “se deja guiar”.
Gracias Gonzalo por las últimas palabras que son bien interpeladoras: “Lo que importa es que, en medio de todas las contradicciones, sepamos descubrir, como nuevos discípulos amados, la presencia misteriosa del Señor resucitado.”