sábado, 3 de mayo de 2025

Cristianos incómodos


Muchos de mis amigos están de puente. Yo me he quedado en Madrid. La tranquilidad de estos cuatro primeros días de mayo me está permitiendo rematar trabajos pendientes. Mientras buscaba información sobre un asunto, me he topado por casualidad con una volcánica entrevista hecha al filósofo anarcocristiano Carlos Díaz, a quien he saludado en varias ocasiones, pero con quien, a diferencia de algunos de mis compañeros claretianos,  no he tenido ningún trato personal. Se siente tan identificado con el pensamiento personalista de Emmanuel Mounier que hasta le gustaría llamarse Carlos Díaz Mounier. 

Carlos, que ha cumplido ya 80 años, es de una fecundidad literaria casi inabarcable. De sus alrededor de 400 libros, creo que solo he leído Contra Prometeo (1980), La juventud a examen (1982) y Sabiduría y locura. El cristianismo como lúcida ingenuidad (1984). Hace muchos años que le había perdido la pista. Ya no se prodiga en los medios de comunicación. Él mismo dice con amargura que es un autor silenciado o evaporado. En un momento dado de la entrevista, se refiere al sacerdote Marcelino Legido (1935-2016), una figura singular dentro del clero español de las últimas décadas. Aunaba una rigurosa formación filológica, filosófica y teológica con una profunda espiritualidad cristocéntrica y un gran sentido pastoral.


No pensaba escribir sobre ninguna de estas figuras, pero me han saltado como “apariciones” pascuales. Me alegro mucho porque en ambos casos se trata de cristianos lúcidos, críticos y muy comprometidos, de esos que con su testimonio y su palabra desenmascaran la reducción burguesa a la que a menudo hemos sometido el evangelio. 

Hoy vivimos otros tiempos, no sé si mejores o peores. Lo que me parece evidente es que muchos de quienes hoy lideran la animación de nuestras comunidades carecen del vigor intelectual, espiritual y social que se descubre en creyentes como Carlos Díaz (laico) y Marcelino Legido (sacerdote). 

La espiritualidad de El Corte Inglés, por llamarla de alguna manera, ha ido reduciendo la fe a una especie de analgésico para hacer más llevaderos los sinsabores de nuestra vida burguesa. Hoy podemos leer el evangelio sin modificar lo más mínimo nuestros hábitos consumistas y sin rebelarnos contra un estado cada vez más invasivo y una sociedad digitalizada que nos controla hasta los últimos movimientos. La espiritualidad que debería nutrir la llamada a la insubordinación acaba siendo una especie de placentero sedante envuelto en un esteticismo vacío. Nos cuesta entender por qué mataron a Cristo y por qué la historia de la Iglesia está regada con sangre de mártires.


Creo que a todos nos conviene de vez en cuando acercarnos a la biografía de hombres y mujeres de ayer y de hoy que no se han resignado a lo que somos y tenemos, que se han tomado en serio la fe en Jesús, que se han sentido “incómodos” miembros de la Iglesia. La mayoría de ellos son un poco exagerados, hasta desequilibrados, pero imprescindibles. Gracias a Dios, en cada generación podemos encontrar algunos testigos que nos remueven por dentro y que nos despiertan de la modorra intelectual, espiritual y pastoral. 

¡Ojalá estos días que preceden a la elección de un nuevo papa no nos dejemos marear por las especulaciones periodísticas y nos preguntemos qué estamos haciendo con nuestra fe! Si todo encaja a la perfección, si podemos seguir yendo a misa el domingo y mirando para otro lado cuando vemos una injusticia, si debatimos acerca de la necesidad de un Papa conservador o liberal y luego acomodamos la moral a nuestras necesidades... entonces tal vez deberíamos preguntarnos si no nos hemos fabricado un Dios a nuestra imagen y semejanza y una espiritualidad prêt-à-porter.


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