viernes, 26 de septiembre de 2025

Los vaivenes y los días


El título de la entrada de hoy se inspira en Los placeres y los días, una obra de Marcel Proust, que a su vez reformuló Los trabajos y los días de Hesíodo. No es inocuo el cambio de “trabajos” (Hesíodo) por “placeres”, como tampoco lo es el de “placeres” por “vaivenes”. Y es que, entrados ya en el otoño, con una temperatura aceptable, estoy inmerso en un sinfín de actividades que me obligan a ir y venir, hablar con unos y con otros, vivir con intensidad cada momento del día. Quizás la felicidad personal se asemeja más a la capacidad de dar sentido a cada fragmento de la jornada que a la eclosión de experiencias placenteras de corta duración. 

El hecho de poder levantarnos cada día tras un descanso reparador, disponer de una ducha templada (una especie de bautismo secular), saborear un café caliente no tendría que ser condenado a un hecho rutinario. Se trata, más bien, de una sucesión de pequeños milagros que van configurando el rosario de nuestra jornada. No es necesario vivir nada extraordinario. Podemos asombrarnos de la maravilla de lo ordinario si descubrimos que es expresión de gracia y de belleza. Las personas que tienen esta capacidad convierten cada jornada en una síntesis de la existencia entera. Todos los días, nacen, viven y mueren sin rutina y sin aburrimiento.


Lo pensaba esta mañana mientras, enfundado en una cazadora de otoño, caminaba por la calle Princesa rumbo a la celebración de la Eucaristía matinal con las religiosas concepcionistas. Los nueve grados me ayudaban a despertarme un poco más y contemplar a los barrenderos que recogen ya las hojas caducas de los plátanos de Indias y las colillas de cigarrillos que muchos desaprensivos arrojan en los alcorques cuando tienen una papelera al alcance de la mano. Es verdad que a menudo veo a los barrenderos pegados a su móvil, como matando el tiempo, pero la mayoría se esfuerza por arreglar cada mañana lo que nosotros estropeamos durante el día. Siempre me he extrañado, y hasta indignado, de lo innecesariamente sucios que somos. ¡Con lo fácil que sería mantener una ciudad limpia con un mínimo de sentido cívico y alguna que otra multa ejemplarizante! 

Veo también a oficinistas y obreros que apuran un café en los bares que abren temprano. Y veo todos los días a colegiales que, desafiando el fresco matutino, van a clase en mangas de camisa, como si el cambio de estación no fuera con ellos. A veces juego a imaginar las historias que esconde cada viandante con el que me cruzo, pero estoy seguro de que casi siempre me equivoco, aunque hay algunos rostros que no pueden esconder su pesadumbre.


Viene luego el ritmo del trabajo. Me aguardan conversaciones telefónicas, entrevistas personales, redacción de artículos, pequeñas reuniones de programación y revisión, excursiones a internet para ver si ha pasado algo importante en el mundo, pausas conversacionales en torno a otro café. Y, al filo de las dos de la tarde, la comida compartida en comunidad. Esa “eucaristía secular” es todo un concentrado de gracia. Detrás de cada plato hay agricultores, ganaderos y pescadores que han cultivado o recogido los productos y comerciantes que los han distribuidos. Hay, por supuesto, alguien que los ha preparado en la cocina y que ha colocado los manteles y los platos sobre las cuatro mesas de nuestro refectorio. 

Cuando todo esto se reconoce y se agradece, la comida se convierte en un canto a la vida. Un día más podemos sentarnos a la mesa, llenar nuestros platos y departir con un grupo plural de hermanos. La vida sigue teniendo sentido, aunque en otros muchos lugares haya millones de seres humanos que batallan por sobrevivir. Cada uno de ellos vivirá también sus “vaivenes y sus días” y, en medio de sus dificultades, encontrará motivos para no rendirse. Nunca sabremos lo afortunados que somos. Quizás solo el día en que perdamos la fe y la esperanza y todo lo que hasta ahora nos parece admirable se torne fatigoso y hasta despreciable. Esperemos que ese día no llegue nunca y que, mientras tanto, podamos disfrutar con la maravillosa sinfonía de “los vaivenes y los días”.

domingo, 21 de septiembre de 2025

Una virtud discutida


Cuando hacemos una lista con las virtudes que más apreciamos solemos incluir la caridad, la humildad, la prudencia, la fortaleza… A esta lista Jesús añade en el evangelio de este XXV Domingo del Tiempo Ordinario una que no suele figurar en el ranking virtuoso: la astucia o la sagacidad. Mientras cuenta la parábola del administrador injusto, añade que “el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia”. En realidad, el texto griego no utiliza el sustantivo “astucia”, sino el adverbio “phronímos”, que significa “sagazmente”, “prudentemente”. 

Es obvio que Jesús no defiende la conducta corrupta del administrador, sino su capacidad de aprovechar la oportunidad, de discernir lo más conducente a su objetivo de sobrevivir con dignidad tras ser despedido por su amo. Acostumbrado a administrar, no estaba preparado para otros menesteres más onerosos. Lo confiesa sin pudor: “Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza”. Por eso, busca una salida honrosa. Jesús reconoce que “los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”.


¿Cómo podríamos aplicar hoy esta difícil parábola a nuestra situación? Para ello, tendríamos que partir de la última frase de Jesús en el evangelio: “No podéis servir a Dios y al dinero”. En otras palabras: el ser humano no puede tener simultáneamente dos dioses porque “o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo”. Si bien la codicia del dinero siempre ha sido una tentación humana, hoy ha adquirido proporciones inimaginables. El sueño de muchos adolescentes es “ser millonario”. Si no lo pueden lograr siendo futbolistas de élite o actrices de renombre, siempre pueden intentarlo en el mundo digital de los influencers o de quienes se venden en páginas “para adultos”. 

Así como otras pasiones van menguando con los años, la codicia es insaciable. Recuerdo que Camilo José Cela, el premio Nobel de Literatura (1989), contaba que, desde adolescente, había aprendido que para ser virtuosos tenemos que dejar los vicios. Sin negar este consejo, él recordaba que un sagaz cura gallego, amigo suyo, le dijo que, con la edad, son los vicios los que nos dejan a nosotros (pensemos, por ejemplo, en la lujuria o la gula), excepto dos que se mantienen activos hasta el final: la envidia y la codicia. Jesús conocía bien estos entresijos del alma humana; por eso, nos pide que seamos sagaces, que no caigamos en la tentación de dejarnos dominar por la codicia del dinero porque entonces nuestro corazón nunca, absolutamente nunca, va a estar satisfecho.


Ser astutos o sagaces significa, pues, ser capaces de distinguir entre el camino de Dios y el camino del dinero y aprovechar aquellas actitudes y acciones que nos permiten recorrer expeditos el primero y evitar el segundo. Si damos culto al dios dinero y para ello “pisoteamos al pobre y eliminamos a los humildes del país” (primera lectura del profeta Amós), Dios nos anuncia su modo de actuar: “No olvidaré jamás ninguna de sus acciones”. Ninguna afrenta a los pobres quedará impune por más que en este mundo parezca lo contrario. 

En cualquier caso, el Dios en el que creemos no se gloría en nuestro fracaso porque “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (segunda lectura de la primera carta de Pablo a Timoteo). Ser astutos y sagaces significa darnos cuenta de esto antes de que sea demasiado tarde, no dejarnos seducir por la avaricia ciega, comprender lo que conduce a la vida y lo que empuja a la muerte. Igual que los “hijos de las tinieblas” saben hacer negocio con todo para engrosar sus arcas (pensemos en algunos de los multimillonarios mundiales), los “hijos de la luz” debemos espabilarnos para aprovechar todo lo que pueda ayudarnos a vivir como hijos de Dios. Esta astucia evangélica debe ser incorporada cuanto antes a la lista de nuestras virtudes cristianas.

jueves, 18 de septiembre de 2025

Mucho más que palabras


Le he preguntado a la IA (AI en inglés) qué entiende por oración. Y como la mía es una IA muy secularizada me ha respondido que es “una unidad lingüística que expresa una idea completa”. Para que no hubiera confusión le he preguntado qué entendía por oración cristiana, a lo que muy amablemente me ha respondido que “la oración cristiana es mucho más que palabras dirigidas al cielo: es una conversación íntima con Dios, una expresión de fe, gratitud, necesidad y adoración. En el cristianismo, orar no es simplemente repetir fórmulas, sino abrir el corazón a Dios con sinceridad y humildad”. 

He vuelto a la carga repitiendo la pregunta inicial. Esta vez la IA me ha dado una respuesta muy comedida: “La palabra oración tiene varios significados, dependiendo del contexto en que se use. Aquí te explico los dos principales: el religioso y el gramatical”. Está claro que la IA no quería pasar por tonta y que había “aprendido” del diálogo anterior. Será todo lo “artificial” que queramos, pero también es “inteligente”. El pequeño ejercicio me lo ha provocado la lectura de unas declaraciones del papa León XIV en las que revela que no ha autorizado una propuesta para ser recreado mediante inteligencia artificial.


Pero volvamos a lo que mi amiga IA dice sobre la oración cristiana porque demuestra profundidad teológica y unción espiritual: “Es una conversación íntima con Dios, una expresión de fe, gratitud, necesidad y adoración. En el cristianismo, orar no es simplemente repetir fórmulas, sino abrir el corazón a Dios con sinceridad y humildad”. Exploremos las tres categorías empleadas.
  • En primer lugar, la oración es una conversación íntima con Dios. Conversar significa hablar con alguien, entrar en comunicación con otra persona. Eso presupone que creemos en el Tú de Dios, que no lo reducimos a una fuerza cósmica impersonal, sino que lo sentimos como Alguien con quien se puede establecer una relación. Por otra parte, el adjetivo “íntima” indica interioridad, amor, confianza. No se trata, pues, de algo puramente exterior, reducido a fórmulas estereotipadas listas para ser usadas según un catálogo de necesidades.
  • En segundo lugar, la oración es expresión de fe, gratitud, necesidad y adoración. El uso de estas cuatro palabras parece conectado con los distintos tipos de oración: alabanza, acción de gracias, petición y adoración. Eso significa que podemos “conversar con Dios” en una gama amplia de situaciones, que van desde el asombro o el sobrecogimiento hasta el dolor, la enfermedad, el pecado o la preocupación por los demás. No hay experiencia humana que no sea susceptible de ser “orable”. Para orar podemos estar tristes o contentos, satisfechos o inquietos, solos o acompañados, esperanzados o desesperados… En toda ocasión podemos expresar a Dios lo que estamos viviendo.
  • Por último, la oración consiste en abrir el corazón a Dios con sinceridad y humildad. A menudo, la oración no se hace con palabras, sino con sentimientos. Abrir el corazón a Dios significa liberarnos de todas las caretas que usamos en el trato con los demás y también de los autoengaños, “andar en verdad”, como definía Santa Teresa de Jesús la humildad.


Reconozco que la IA no anda muy desencaminada. Se ve que ha sabido rastrear el ciberespacio, escoger lo más pertinente y presentarlo de manera articulada. Lo que no puede hacer es orar por nosotros. Este es un asunto completamente personal.



miércoles, 17 de septiembre de 2025

Juntos podemos ayudarnos


En este mes de septiembre las parroquias, colegios y comunidades programan el curso 2025-2026. En el retiro con varios amigos de este Rincón celebrado el fin de semana del 9 al 11 de mayo decidimos organizar otro en otoño. Faltan todavía dos meses para el momento previsto, pero me parece que es oportuno anunciarlo ahora para que el que lo desee pueda reservar las fechas con anticipación. 

Cada vez se habla más de una Iglesia sinodal en la que todos podamos participar. El ámbito natural son las parroquias, pero no todas pueden garantizar experiencias de encuentro, formación y oración. Por eso, es saludable que haya otras iniciativas que cubran de manera complementaria esos espacios y remitan siempre a la vida comunitaria parroquial. Ese es el objetivo de los retiros que desde el año 2020 venimos organizando con algunos lectores de este blog. De ninguna manera pretendemos crear caminos paralelos o poner en marcha un movimiento alternativo. Se trata solo de favorecer experiencias que ayuden a vivir con más profundidad y sentido comunitario la propia fe o la búsqueda sincera.

Para el retiro de noviembre queremos propiciar el encuentro entre los mayores y los jóvenes de manera que se supere la brecha generacional que a veces impide beneficiarse de la experiencia de los primeros y de las inquietudes de los segundos. El tema escogido tiene que ver con la práctica de la oración. Hay muchas personas que desearían orar, pero no saben bien cómo hacerlo. Intuyen que su vida cristiana daría un salto de calidad, pero carecen de método y de hábitos. 

No se trata de leer muchas cosas sobre la oración, sino de practicar. No aspiramos a ser cartógrafos de la geografía divina, sino exploradores. Os animo a participar en este encuentro a todos aquellos que sintáis la inquietud. Podemos acoger a un máximo de 30 personas. 


En el cuadro siguiente ofrezco toda la información necesaria. Los que se vayan inscribiendo formarán parte del grupo de WhatsApp en el que distribuiremos otras informaciones complementarias.

RETIRO DE ADVIENTO

para lectores y amigos de El Rincón de Gundisalvus

  • Fecha: Del viernes 21 de noviembre (a las 8 de la tarde) al domingo 23 de noviembre (después de la comida).
  • Tema: “Señor, enséñanos a orar” (cómo pasar de la inquietud a la práctica).
  • Lugar: Casa de Espiritualidad de las Esclavas de la Santísima Eucaristía y Madre de Dios. Avd. Reina Victoria, 35. 28430 Alpedrete-Los Llanos (Madrid).
  • Inscripción: Los que deseéis participar, podéis escribirme a esta dirección: gonfersa@@hotmail.com.


martes, 16 de septiembre de 2025

No es nada fácil


Resulta difícil opinar sobre cuestiones controvertidas sin que nadie se sienta ofendido. Una de ellas es el sabotaje a La Vuelta con el objetivo de protestar contra la masacre (“genocidio” es la palabra usada) de Israel en Gaza. Como sucede en este tipo de protestas, hay un revoltijo de motivaciones y, en algunos casos, una incongruencia de métodos. No se puede denunciar la violencia grande practicando la violencia pequeña. No se puede luchar por una causa que se considera justa tomando injustamente como rehenes a quienes no tienen ninguna responsabilidad directa en ella: corredores, policías, etc. De lo contrario, abriríamos una vía en la que todos seríamos responsables de todo (la guerra de Gaza, el calentamiento global, los altos precios de la vivienda, la pederastia, la trata de personas, el precio de la luz) y, por lo tanto, estaríamos expuestos a la justicia ejercida por los supuestamente afectados. 

Lo que ha sucedido con La Vuelta es un ejemplo más de cómo una protesta discutible, pero legítima, puede ser instrumentalizada al servicio de intereses espurios. Es otro indicador de esa estrategia perfectamente conocida que consiste en “agitar la calle” (el motivo es lo de menos) para desviar la atención de lo que no interesa que se airee. Naturalmente, hay que utilizar causas que resulten creíbles y conciten, según los casos, la indignación popular o la compasión mediática. Es la estrategia del “ángel malo” que actúa sub angelo lucis (como si fuera un ángel de luz) de la que Ignacio de Loyola nos advierte en el libro de los Ejercicios Espirituales y para la que se necesita un olfato especial.


Si uno denuncia esta estrategia en el caso del sabotaje a La Vuelta, enseguida será tildado de corresponsable de las matanzas de Gaza, de colaboracionista con el gobierno de Israel, de equidistante cobarde y de otras lindezas por el estilo. No hay que caer en la trampa racional del callejón sin salida o en la provocación emocional. En todo proceso de discernimiento sano, distinguir y cribar son dos operaciones imprescindibles. ¿Quién en su sano juicio puede justificar las muertes indiscriminadas y la hambruna a la que está siendo sometida la población de Gaza? Parece claro que la reacción de Israel al inhumano ataque de Hamás es absolutamente desproporcionada e injusta y que la comunidad internacional debe reaccionar con energía, más allá de los intereses económicos y geoestratégicos. Los derechos humanos están por encima de las alianzas políticas. 

Pero, dicho esto, es necesario añadir que quienes conocen de cerca el conflicto que enfrenta desde hace décadas a israelíes y palestinos hablan de matices que se nos escapan a quienes observamos las cosas a distancia. La protesta valiente es inseparable de la prudencia sabia. Y aquí es donde se abre un espacio amplísimo para la instrumentalización. Quienes más están ayudando de cerca a la sufrida población de Gaza (médicos, enfermeros, trabajadores sociales, personal de ONGs, misioneros) no suelen coincidir con quienes se echan a las calles, enarbolan la típica kufiya palestina, derriban vallas, agreden a policías… y luego se van al bar de la esquina a tomarse un par de cervezas con los colegas de manifa para comentar las jugadas y colgar fotos y manifiestos en las redes sociales.


Como era de esperar (o más bien de temer), los periódicos de ayer contemplaron estos hechos con sus gafas ideológicas. Eran muy previsibles los titulares de las portadas y el tenor de sus editoriales. Quizás es algo inevitable. A todos nos pasa. Pero, conscientes de esta distorsión perceptiva, hemos de hacer un continuo ejercicio de autocrítica, de modo que -como nos advierte Jesús- caigamos en la cuenta de la viga que hay en nuestro ojo antes de señalar la mota que hay en el ojo de los de los demás. 

Reconozco que no es nada fácil y que las emociones suelen prevalecer sobre las razones. Todos necesitamos tomar distancia, liberarnos de precompresiones, abrir los ojos a los hechos, escuchar opiniones distintas y luego, de manera humilde pero coherente, tomar nuestra posición y, llegado el caso, corregirla. Siempre estamos aprendiendo.

domingo, 14 de septiembre de 2025

Las tres cruces


El título no es una ampliación del célebre bolero Dos cruces compuesto por Carmelo Larrea en 1952 e interpretado por numerosos artistas. Es una meditación sobre la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz que celebramos hoy domingo en España, aunque en muchos países de Hispanoamérica celebran el XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

Creo que, a lo largo de nuestra vida, vivimos nuestra relación con la cruz de Jesús de maneras diferentes. Tardamos mucho tiempo en comprender su verdadero significado redentor. Por eso se nos hacen incomprensibles muchas palabras de Jesús que nos invitan a cargar con la la cruz de cada día. Hay una cruz evitada, una cruz soportada y una cruz abrazada.


La cruz evitada

Cuando somos jóvenes experimentamos la vida en todo su esplendor. Aspiramos a disfrutarla y a compartirla. Huimos de todo lo que implique dolor o sufrimiento. Admiramos al Jesús que evangeliza y cura, pero tenemos problemas para aceptar y entender su trágico final. La muerte en la cruz nos parece innecesariamente cruel. Introduce una distorsión que no sabemos manejar. Por eso, aunque llevemos cruces al cuello y colgadas de las orejas, evitamos cualquier experiencia que nos suponga morir a nosotros mismos o cualquier sufrimiento que nos parezca inútil.

La cruz soportada

En la edad adulta hemos tenido ya suficientes experiencias de la vida como para darnos cuenta de que el sufrimiento es inevitable, de que la vida no es un camino de rosas, de que las espinas forman parte de la realidad. Hemos almacenado fracasos y sinsabores, frustraciones y esfuerzos. Sabemos que vivir es luchar. Vemos la cruz como un elemento inevitable, pero nos limitamos a soportarla del mejor modo posible. Convivimos con ella como quien convive con un defecto físico insuperable. Amortiguamos su peso con experiencias placenteras que equilibren la balanza de la vida. Empezamos a entender a Jesús, pero nos resistimos a imitarlo.

La cruz abrazada

A medida que nos acercamos a la ancianidad y vamos experimentando las “pérdidas” normales de la vida (salud, trabajos y responsabilidades, amigos y seguridad) nos acercamos a la cruz de Jesús como a nuestra tabla de salvación, nos identificamos con ella porque entendemos que el verdadero amor siempre implica la muerte a uno mismo. La cruz deja de ser un objeto de adorno o un símbolo de suplicio para convertirse en expresión suprema de entrega, en fuente de consuelo y esperanza. No huimos de ella, ni siquiera nos limitamos a soportarla pasivamente. Nos abrazamos a ella porque en ella encontramos al Jesús que muere por todos.


No es necesario que estas etapas coincidan con las edades de la vida. Se pueden dar en cualquier tiempo. Incluso admiten repeticiones. Lo que importa es que, conducidos por el Espíritu, aprendamos a descubrir que en la cruz de Jesús se transparenta lo que leemos en el evangelio de hoy: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Hace falta mucha transformación interior para comprender el alcance de esta buena noticia.

jueves, 11 de septiembre de 2025

Aprender de la vida


Me sorprendió la humedad pegajosa de Roma en comparación con el calor seco de Madrid. De todos modos, el tiempo no fue obstáculo para compartir una intensa jornada formativa con los participantes en la asamblea intercapitular de los Misioneros Combonianos precisamente en el día en que celebraban la fiesta de su patrono san Pedro Claver, un jesuita español de los siglos XVI-XVII que dedicó casi cuarenta años de su vida a trabajar en favor de los esclavos negros que llegaban al puerto colombiano de Cartagena de Indias. 

Hace once años tuve la oportunidad de orar ante la tumba que conserva sus restos en la iglesia que lleva su nombre. Es admirable cómo un hombre que tuvo dificultades para ser ordenado sacerdote a causa de sus limitaciones intelectuales fue capaz de socorrer, evangelizar y bautizar a unos 300.000 africanos que llegaban en barcos negreros para ser vendidos y explotados. 

Figuras como estas redimen la mediocridad de muchos de nosotros. En toda época ha habido hombres y mujeres que se han tomado el Evangelio en serio, que no han buscado una vida cómoda, que se han desgastado por los demás porque tenían muy claro cuál era el propósito de su vida. Por eso mismo, en medio de innumerables dificultades, vivían con paz y alegría. Hoy disponemos de mejores condiciones para vivir, pero a menudo no sabemos bien por qué y para quién. Eso explica en parte la confusión y el hastío de muchas personas que no acaban de sentirse a gusto en su piel.


Ayer participé en la audiencia general de León XIV en la plaza de san Pedro. De vez en cuando caían unas gotas suaves sobre la marea multicolor de paraguas desplegados. El papa dedicó su catequesis a la muerte de Jesús. Había mucha gente en la plaza y en los alrededores. El año jubilar ha convocado a muchas personas de todo el mundo. 

Después de la audiencia, disfruté paseando solo por el centro de Roma. De vez en cuando abría mi pequeño paraguas para protegerme de una lluvia suave. Participé en la misa en inglés de un grupo de peregrinos estadounidenses en la iglesia de Santa María in Traspontina. Comí después con el prepósito general de los carmelitas descalzos y el joven obispo (48 años) de La Seu d’Urgell Josep-Lluís Serrano Pentinat

En el momento del café tuvimos una interesante conversación sobre la situación de la Iglesia y, en especial, de la vida consagrada. Es bueno contrastar opiniones con personas que tienen distintos puntos de vista. Terminé la jornada dando un largo paseo por el centro con el que hasta hace una semana fue párroco de mi pueblo natal y que ahora se encuentra en Roma para comenzar sus estudios de especialización. La lluvia nos dio un respiro, así que pudimos disfrutar de Piazza Navona y alrededores sin tener que refugiarnos bajo el paraguas. Un helado en Giolitti endulzó el recorrido.


Confieso que disfruto regresando a Roma de vez en cuando, pero no concibo mi vida en esta ciudad. Esa etapa ya pasó. Me da la impresión de que la vida eclesial se incuba hoy en otros muchos lugares del mundo sin el lastre de la historia. Tradición y vanguardia están siempre en tensión. Roma mantiene vivos los orígenes, pero el cristianismo no es solo “alfa”, sino “omega”. Mira al pasado, pero se deja atraer por el futuro. Esta es la tensión que nos mantiene vivos, fieles y creativos a un tiempo. 

Hay eclesiásticos que fanno fatica a comprender esta dinámica, pero quienes están muy cerca de las personas y comunidades la entienden muy bien porque la viven en carne propia. Los libros son buenos cuando ayuda a esclarecer la experiencia de la vida; sin ella, se convierten en manuales de idealismo o escepticismo, en GPS que te llevan por carreteras equivocadas. Se nota enseguida cuando alguien habla de modo libresco o desde la vida. En la fauna eclesiástica hay un poco de todo. Espero que abunden más las especies que aprenden y hablan desde la vida.

sábado, 6 de septiembre de 2025

Santos de hoy


He terminado la semana de ejercicios espirituales con los Hermanos de San Juan de Dios. La casa, el entorno, el ambiente de silencio y, sobre todo, la actitud orante de los Hermanos me han ayudado a prepararme para afrontar los muchos compromisos que me aguardan en las próximas semanas. Hacía tiempo que no terminaba una tanda de ejercicios más reposado que cansado. También yo he recorrido el mismo itinerario que les he propuesto a ellos; por eso, no he querido dedicar tiempo a escribir las entradas del blog. Cada cosa tiene su momento. 

Antes de viajar a Roma el próximo lunes, pienso en los muchos laicos que nunca tienen la oportunidad de vivir una experiencia de este tipo. Ni su ritmo de vida ni su economía les permiten ausentarse una semana para descansar, orar y escuchar la Palabra en un ambiente de silencio y contemplación. Y, sin embargo, muchos llevan una vida cristiana admirable, hecha de trabajo, esfuerzo, atención a los detalles, cuidado de la familia… Dios sabe llegar a cada uno de nosotros por los caminos que nos resultan más transitables. No es necesario retirarse a una casa de espiritualidad perdida en la montaña para oír su voz y caldear el corazón.


Por un día no voy a poder participar mañana en la canonización de los jóvenes italianos Pier Giorgio Frassati (1901-1925) y Carlo Acutis (1991-2006). El primero tenía la edad de mi abuelo materno. Es un claro representante del siglo XX. El segundo podría ser sobrino mío. Es una primicia del siglo XXI. Ambos crecieron en el seno de familias acomodadas. Ambos tuvieron que aprender a reconocer a Jesús en el rostro de los pobres. El primero era un gran deportista; el segundo se apasionó más por la informática. 

Tras el debido discernimiento, ambos son propuestos como modelos de jóvenes que supieron vivir el Evangelio en circunstancias que a nosotros nos parecen demasiado difíciles para hacer vida el estilo de Jesús. Pier Giorgio tuvo un fuerte compromiso social. Era hijo de la Rerum novarum. Se opuso al incipiente fascismo. Carlo se sintió atraído por la Eucaristía y por las enormes posibilidades de Internet. Sus perfiles psicológicos y sus modos de encarnar el Evangelio son muy diferentes. 

Los cristianos no somos fotocopias de un modelo único. Cada uno seguimos a Jesús con la mochila de nuestra personalidad y con los dones que el Espíritu nos concede para vivir el Evangelio. Sueño con muchos más modelos de jóvenes de nuestro tiempo. Muchos chicos y chicas necesitan verse reflejados en el espejo de sus contemporáneos. No basta solo con identificarse con algunos personajes de Netflix o con colgar posters de futbolistas y cantantes en las paredes de la propia habitación. Se necesitan “santos” de carne y hueso que den alas a quienes buscan ir más allá de un mundo curvado sobre sí mismo.


Le he escuchado a un experto de IA que no somos conscientes de la que se avecina. Se tardaron unos 25 años en que los automóviles entraran en los hábitos sociales. (Por cierto, Pier Giorgio vivió la eclosión de este invento moderno entre 1900 y 1925; incluso su padre rico quiso regalarle uno). Se calcula que el uso generalizado de los teléfonos inteligentes tardó solo siete años. El experto considera que los tiempos se aceleran. La IA habrá tomado el control de nuestras actividades dentro de dos o tres años. 

No nos importa mucho cómo funciona (no somos expertos en inteligencia artificial), sino cómo podemos hacer buen uso de ella y qué impacto va a tener en nuestro estilo de vida personal y en la organización social. La mayoría de nosotros no pasamos de meros aprendices. Además de buenos pedagogos, necesitamos también santos que nos ayuden a seguir a Jesús en la era de la IA. Necesitamos más Pier Giorgios y Carlos que vivan la compatibilidad entre este salto tecnológico-antropológico y los valores perennes del Evangelio. Nos estamos adentrando en un mundo desconocido que, incluso para los expertos, inspira más temor que esperanza. No es bueno que el miedo sea el sentimiento dominante. El Evangelio puede poner alma.

martes, 2 de septiembre de 2025

Solidaridad con los lejanos, distancia con los cercanos


Hoy he hecho un experimento. Le he pedido a la IA (Inteligencia Artificial) que escribiera un texto de algo menos de mil palabras sobre un asunto que me preocupa: la solidaridad de muchas personas con causas lejanas y su incapacidad para asumir compromisos con personas de su entorno. El resultado, sin modificar una sola palabra, es el que os pongo a continuación. Ya me diréis qué os parece.  A mí me ha dejado speechless.


Vivimos en un mundo hiperconectado, donde las noticias y las causas globales llegan a cada rincón a través de la pantalla de nuestros dispositivos. Historias sobre comunidades que sufren en países remotos, campañas humanitarias para desastres naturales a miles de kilómetros, o movimientos sociales que surgen en otras latitudes, despiertan nuestra empatía y solidaridad. Compartimos publicaciones, sumamos nuestra voz a campañas en línea, donamos a organizaciones internacionales y sentimos que, de alguna manera, somos parte del cambio que el mundo necesita.

Sin embargo, existe una paradoja que se repite una y otra vez: muchas personas se involucran con gran entusiasmo en causas lejanas, pero muestran poco o ningún compromiso con las necesidades y problemáticas que afectan a su entorno inmediato. ¿Por qué es más sencillo solidarizarse con quienes están lejos que con quienes están cerca? ¿Qué impulsa este fenómeno tan común en nuestra sociedad?

Hay algo casi romántico en la idea de ayudar a quienes viven lejos. Las catástrofes en otros países, la pobreza en continentes distantes o las luchas de comunidades minoritarias en lugares remotos nos resultan, paradójicamente, más inspiradoras que los desafíos cotidianos de nuestra propia ciudad o vecindario. Quizá sea porque lo lejano es más fácil de idealizar. Desde la distancia, los problemas parecen más claros, las soluciones más sencillas, y el impacto de nuestra ayuda más contundente.

Además, las causas lejanas suelen estar envueltas en relatos poderosos, imágenes impactantes y narrativas que apelan a la compasión global. Los medios de comunicación y las redes sociales potencian este efecto, presentando historias que movilizan emociones intensas y generan una sensación de urgencia. Así, muchas personas sienten que, al involucrarse, aunque sea simbólicamente, están haciendo una diferencia significativa.

Sin embargo, la distancia no solo es geográfica, sino también emocional y práctica. Comprometerse con causas lejanas nos permite mantener una cierta comodidad. Ayudar a quienes no conocemos, que viven realidades distintas y cuya complejidad está mediada por pantallas, evita exponernos a las incomodidades de la implicación directa.

La solidaridad a distancia no nos obliga a enfrentar conflictos interpersonales, diferencias ideológicas o la cruda realidad de nuestras comunidades. No requiere que reorganicemos nuestra rutina, que salgamos de nuestra zona de confort, ni que nos expongamos a posibles frustraciones o rechazos. Es más sencillo donar unos cuantos pesos a un fondo para personas refugiadas que involucrarse en el comité vecinal para mejorar el parque del barrio, donde las diferencias y los roces son inevitables.

En contraste, asumir compromisos con las causas cercanas implica mirar de frente los problemas de nuestra realidad inmediata. Significa reconocer la desigualdad, la injusticia o la falta de oportunidades que afectan a quienes comparten nuestro entorno, personas con nombre y rostro. Implica, además, involucrarse activamente: asistir a reuniones, colaborar con organizaciones locales, participar en actividades comunitarias o simplemente estar dispuesto a ayudar a una persona vecina en dificultad.

Este tipo de compromiso requiere tiempo, energía y, en ocasiones, la valentía de cuestionar las estructuras que sostienen el statu quo. Exige lidiar con la frustración cuando los cambios son lentos, la paciencia para construir redes de confianza y la capacidad de dialogar y encontrar consensos entre personas diversas. No es glamoroso ni da la satisfacción inmediata de un “me gusta” en redes sociales, pero es justamente ahí donde la solidaridad cobra su sentido más profundo.

Resulta tentador caer en el espejismo de que, por participar en causas internacionales, cumplimos con nuestra cuota de solidaridad. Las redes sociales, en particular, han amplificado esta ilusión, permitiendo que se confunda la visibilidad con el compromiso real. Publicar una historia sobre una crisis en otro continente puede ser valioso, pero si descuidamos los problemas de nuestra propia comunidad, la solidaridad se vuelve selectiva y superficial.

Al final, la verdadera compasión no distingue entre lo cercano y lo lejano. No se trata de elegir entre ayudar a quienes viven lejos o a quienes comparten nuestra cotidianidad, sino de entender que la solidaridad empieza en casa y se expande hacia afuera. La coherencia entre nuestro discurso y nuestras acciones es el mejor indicador de un compromiso genuino.

Esto no significa que debamos dejar de preocuparnos por las causas globales. Vivimos en una aldea planetaria donde todo está interconectado, y lo que ocurre en un país lejano puede tener repercusiones en nuestro entorno. Pero es importante recordar que, mientras dedicamos tiempo y recursos a apoyar campañas internacionales, no debemos olvidar los desafíos que tenemos a la vuelta de la esquina.

Podemos construir puentes entre las dos dimensiones de la solidaridad, aprendiendo de las experiencias internacionales y aplicando ese aprendizaje en nuestro entorno. Participar en proyectos locales, colaborar con organizaciones de base, escuchar las necesidades de nuestras comunidades y actuar en consecuencia puede ser tan transformador como cualquier campaña global.

La solidaridad auténtica no se mide solo por el alcance de las causas que apoyamos, sino por la disposición a comprometernos con los problemas que nos rodean. Es fácil conmoverse con las desgracias lejanas, pero es mucho más valioso actuar para mejorar nuestro propio entorno, aunque las recompensas sean menos visibles.

El reto está en reconocer que nuestra responsabilidad social comienza aquí y ahora, en el lugar donde vivimos, estudiamos o trabajamos. Solo así podremos construir comunidades más justas, incluyentes y solidarias, capaces de extender su mano tanto a quienes están cerca como a quienes nos miran desde la distancia.

Que la empatía global no sea una excusa para la indiferencia local. La próxima vez que sientas el impulso de comprometerte con una causa lejana, pregúntate: ¿Qué puedo hacer hoy, aquí, para mejorar la vida de quienes me rodean? La verdadera revolución empieza en lo cotidiano.


NOTA: No me digáis que el resultado no es asombroso. Me parece que tengo los días contados como bloguero. Más vale que me dedique a otra cosa antes de que la IA aprenda también a ser irónica y deslenguada.



lunes, 1 de septiembre de 2025

Empezar con ganas


Muchas personas han vuelto hoy al trabajo. La mayoría de las escuelas de enseñanza primaria y secundaria comenzarán las clases la próxima semana, pero hoy lo han hecho ya algunas universidades privadas. Septiembre empieza con temperaturas frescas y vuelta al trabajo. Imagino que, como todos los años, algunos periódicos hablarán del famoso síndrome postvacacional y otros enseguida empezarán con el pim-pam-pum político. Son los típicos ritos septembrinos. 

Yo llevo un par de días con un grupo de Hermanos de San Juan de Dios en un bello rincón de la sierra madrileña. Los estoy acompañando en una semana de ejercicios espirituales. Cuando contemplo sus rostros, en muchos casos cargados de años, veo historias de hombres que han consagrado su vida a seguir a Jesús sirviendo a los enfermos, especialmente a los niños y a aquellos que padecen enfermedades mentales. Me produce un profundo sentimiento de admiración y gratitud, más allá de las fragilidades que puedan padecer. Me sorprende también la seriedad con la que viven el silencio de estos días y su profunda devoción a la Eucaristía. Sin ella, no se comprende bien su entrega.


De no haber sido por este compromiso, ayer hubiera acompañado a don Pedro Luis Andaluz, párroco de mi pueblo natal, en su despedida de los feligreses. Ha sido destinado un par de años a Roma para licenciarse en Teología Moral. Sé que le cuesta despedirse de un lugar en el que en tan solo cuatro años ha echado raíces sentimentales y pastorales. Lo sustituye el colombiano William Fernando Zárate Delgado, que tomará posesión el próximo domingo. Desde estas líneas, que él suele leer, quiero expresarle a Pedro mi gratitud por el ministerio realizado y también la confianza que siempre me ha otorgado. Ci vedremo a Roma fra qualche giorno. 

Unos se van y otros vienen, la comunidad permanece. Cada vez me convenzo más de la importancia que tienen los laicos en la consistencia de las parroquias. Mientras los pastores cambian cada cierto tiempo (por razones pastorales o personales), ellos suelen permanecer. De ahí la importancia de crear estructuras estables de comunión, participación y misión que garanticen la vitalidad y la continuidad. De lo contrario, las comunidades bailan demasiado al son del cura de turno, incapaces de organizarse por sí mismas. Confío en que en este caso se pueda seguir avanzando por un camino que ha sido bien pavimentado, pero que exige todavía mucho desarrollo.


En las próximas semanas las parroquias y grupos cristianos de todo tipo se pondrán manos a la obra para programar el nuevo curso pastoral. La experiencia me dice que suelen progresar más las comunidades que se fijan dos o tres objetivos cada año (concretos y realizables) que aquellas que sueñan con proyectos muy completos y articulados, pero que acaban diluyendo las fuerzas y el entusiasmo. Por otra parte, son cada vez más las comunidades rurales que no cuentan con párrocos a tiempo completo, sino que tienen que compartirlos con otras comunidades repartidas por un territorio más o menos extenso. 

Eso exige la selección y formación de líderes laicales que aseguren una red de presencia y compromiso y la participación más activa de las personas consagradas. En muchas comunidades de África, Asia y América esta es una práctica consolidada desde hace muchos años. En Europa sigue predominando un modelo demasiado clerical que, además de no responder a una eclesiología de comunión, se hace inviable a medida que pasan los años y las nuevas ordenaciones no compensan ni de lejos el fallecimiento de los presbíteros actuales.

jueves, 28 de agosto de 2025

Nunca es tarde


La estación de Barcelona-Sants hierve de gente. La megafonía no para de escupir informaciones y avisos en castellano, catalán e inglés. Yo aprovecho la espera de mi tren a Madrid para escribir la entrada de hoy. Terminado mi encuentro con las 30 hermanas de Filiación Cordimariana en Vic, regreso al campamento base. Han sido días frescos, serenos, fraternos y espero que fructíferos. Volver a los lugares claretianos de Sallent y Vic siempre ayuda a revitalizar nuestras raíces carismáticas. 

Ayer por la tarde, frente al sepulcro de Claret abierto, dimos gracias a Dios por la experiencia vivida estos días. Como tantas otras veces, me sorprende que el carisma misionero de Claret haya llegado a lugares tan lejanos como México, Filipinas o Zimbabue y, sin embargo, tenga tan poco arraigo en su pueblo natal o en Vic, donde fundó mi congregación. Se cumplen al pie de la letra las palabras de Jesús de que “nadie es profeta en su tierra”, aunque en el caso de santa Teresa, por ejemplo, Ávila mantiene muy viva su herencia. Lo mismo pasa en Asís con respecto a Francisco y Clara. O en san Giovanni Rotondo en relación con san Pio da Pietrelcina. Las excepciones confirman la regla.


Después de haber recordado ayer a santa Mónica, la mujer de las lágrimas, hoy celebramos la memoria de su hijo san Agustín de Hipona. Su figura ha recorrido los siglos. No necesita ninguna campaña publicitaria para seguir siendo una figura luminosa, pero el hecho de que el papa León XIV sea agustino está ayudando a volver sobre el santo de Hipona. Su aventura espiritual, tan accidentada y apasionada, puede ayudarnos mucho a vivir la búsqueda de Dios en este primer tercio del siglo XXI. 

También hoy tenemos la impresión de que la civilización occidental ha entrado en un proceso imparable de decadencia, por más que siga siendo inercialmente vigorosa. Los grandes valores que la han sostenido durante siglos (la filosofía griega, el derecho romano y la espiritualidad cristiana, por decirlo de manera breve y algo tópica) han sido sustituidos paulatinamente por la sociedad del entretenimiento y de los cuidados paliativos. Junto al envejecimiento demográfico, se ha abierto paso un suave escepticismo que recela del esplendor de la verdad y que no se arriesga a ir más allá del recinto del propio yo. “Vendrán de Oriente y Occidente” -como decía Jesús- para despertarnos de este adormecimiento, aunque es verdad que algunos jóvenes de la generación Z están ya reaccionando.


La contribución de san Agustín no es artificiosa o excesivamente sutil. Lo que él experimentó en carne propia y lo que nos propone a todos es claro y sencillo. Se podría expresar con palabras que todo el mundo entiende. Si los seres humanos hemos sido creados por Dios y para Dios, nunca encontraremos nuestro sosiego hasta que no nos centremos en él. Todas las demás realidades (la ciencia, la técnica, la filosofía, el sexo, la política o la economía), tendrán sentido en la medida en que nos ayuden a acercarnos a la verdad de Dios y a encarnarla en nuestra vida. 

El razonamiento parece cabal. El problema está en el punto de partida. Muchos contemporáneos no admiten con humildad que “hemos sido creados por Dios y para Dios”. Prefieren fiar nuestra existencia al azar antes que abrirla al misterio amoroso del Padre revelado por Jesús. Les parece más racional no tener ninguna explicación antes que reconocer a Cristo como “el camino, la verdad y la vida” que nos abre a Dios. Están en su derecho. Dios no anula la libertad del hombre. 

Pero no nos extrañemos entonces de que, alejados de Dios, todo se vuelva más problemático, oscuro e insignificante y de que la alegría de creer sea sustituida por el pesimismo de la indiferencia o la idolatría. San Agustín lo dice con palabras más certeras y hermosas, nacidas de su apasionante experiencia personal y de su enorme capacidad intelectual y literaria. Prefiero escuchar a quienes han vivido a fondo que a quienes surfean por la superficie de la existencia.

lunes, 25 de agosto de 2025

¿Condenados a la frustración?


Esta última semana de agosto es para muchas personas una especie de transición entre el período veraniego de vacaciones y el comienzo de las actividades laborales, académicas o pastorales el próximo 1 de septiembre. La playa, el sol o la montaña no están siempre al alcance de la mano. Hay que volver a la rutina diaria.

En el clima de polarización en el que seguimos envueltos, nos veremos empujados -casi obligados- a pronunciarnos por Pedro Sánchez o por Alberto Núñez Feijóo, por El País o por ABC, por RTVE o por Antena3, por el socialismo estatalista o por el liberalismo salvaje, por la unidad de la patria o por su desmembración en unidades autónomas, por la Agenda 2030 o por medidas menos globalistas, por apagar los fuegos en invierno o por desangrarnos en verano...

El precio que se paga por esta polarización crónica es una crispación permanente, de la que el parlamento y los medios de comunicación son cacofónicos altavoces. Es verdad que en la calle no llega la sangre al río y que la mayoría de los ciudadanos vivimos con más serenidad, pero al final, de una forma u otra, acabamos contagiándonos. Poco a poco, el clima social se enrarece hasta el punto de vivir una especie de absurdo guerracivilismo.


Por alguna razón que se me escapa, en España casi siempre fracasan las posiciones integradoras. Apenas ha habido partidos políticos centristas de larga duración. Es difícil encontrar publicaciones “independientes”, aunque algunas exhiban este adjetivo en su cabecera. ¿Tan difícil resulta sentarse a la misma mesa, analizar los problemas y tratar de encontrar soluciones conjuntas? ¿Por qué si yo defiendo la vivienda social, el aumento del sueldo base de los trabajadores o la integración ordenada de los inmigrantes debo aceptar en el mismo pack el aborto libre, la eutanasia o la excesiva regulación estatal? 

Viendo las cosas desde el otro lado, ¿por qué si yo creo que la libertad de mercado es condición indispensable para crear prosperidad o que hay que fortalecer la sociedad civil frente al estado, debo aceptar en el mismo pack el poder oligárquico de los grandes grupos económicos multinacionales, la privatización comercial de la sanidad o la estigmatización de los más pobres? Estamos perdiendo una energía extraordinaria por no ser capaces de integrar lo mejor de cada manera de entender la vida social y de minimizar sus excesos y desequilibrios.


Estoy convencido de que hay personas inteligentes y buenas -muchas con una clara inspiración cristiana- que tienen esta capacidad de integración y que desearían promover la cultura del encuentro y de los acuerdos, pero no se atreven a comprometerse en responsabilidades políticas. Alguno me ha dicho expresamente que no quiere quemarse, que la política actual es demasiado cainita, que no merece la pena arriesgar tanto para acabar “condenados a la frustración”. Por otra parte, hay corrientes de pensamiento de inspiración marxista que solo entienden el progreso como una permanente 
“lucha de clases” que hay que actualizar y avivar lo más posible. 

Creo que, si no damos pasos en una dirección integradora, las nuevas generaciones (ya se está viendo) optarán por formas extremistas, incluso dictatoriales. Cuando la democracia se corrompe o se burocratiza en exceso, prepara el terreno para populismos autoritarios que suelen canalizar el descontento social, pero que fracasan en la resolución de los problemas porque, en realidad, no tienen una propuesta clara y eficaz de organización social. Ha sucedido con Trump en Estados Unidos, con Milei en Argentina... y puede suceder en Europa. De hecho, ya hay algunos ejemplos.

Mientras tanto, seguimos perdiendo el tiempo en dilucidar si son galgos o podencos cuando tendríamos que concentrar todas las fuerzas en prepararnos conjuntamente para afrontar los enormes desafíos éticos, sociales y económicos que nos presenta la revolución digital. Quisiera creer -más bien soñar- que las nuevas generaciones, además de expresar su descontento o de abandonarse a la resignación, son capaces de liderar una verdadera revolución ética que nos libre de la polarización y que nos ayude a integrar las diferencias y polaridades.


viernes, 22 de agosto de 2025

A bordo del tren


El termómetro del vestíbulo de la estación de Atocha marca 26,2 grados. Hay mucha gente, pero todo discurre con orden. Me tomo un café con leche en el establecimiento Mahoudrid mientras espero mi tren para Barcelona. Apenas me subo al vagón 13 empiezo a teclear la entrada de hoy. No me ha sido posible hacerlo antes. La mañana se me ha ido en ultimar los detalles de la actividad que voy a desarrollar en Vic los próximos días con el instituto secular Filiación Cordimariana. Observo a la gente que tengo alrededor. Muchos viajan solos como yo. 

Me acomodo en mi asiento 1C. Imagino a los pasajeros que podrían ocupar el asiento 1D. Me vienen a la mente los rostros y nombres de personas conocidas. Me pregunto con quién me gustaría viajar esta tarde y qué tipo de conversación podría darse durante las dos horas y media que dura el viaje a Barcelona. La hora se presta a una buena siesta veraniega, pero una conversación interesante es siempre preferible a una cabezadita. 

Uno de los posibles temas sería la ola de incendios que nos está afectando desde hace varias semanas. Quizá repetiríamos los argumentos que leemos en los periódicos y en las redes sociales u oímos en las radios y televisiones. No es fácil ser original cuando ya se ha dicho todo lo imaginable.


Después de dar un rápido repaso a los temas de actualidad, tal vez nos internaríamos en terrenos más personales. Aquí se abrirían caminos distintos según la persona que estuviera sentada a mi derecha. En algunos casos, abordaríamos cuestiones laborales, la desgana a la hora de reanudar el trabajo tras el paréntesis vacacional y las perspectivas que se presentan para los próximos meses. Yo le comentaría algo de los nuevos proyectos editoriales en que nos estamos embarcando y de los viajes previstos hasta Navidad: Roma, Canarias, Londres, etc. Él (o ella) me preguntaría si sigo viajando como antes. Yo le diría que no tanto y que, en todo caso, los viajes de ahora son más cortos en tiempo y en distancia que los que solía hacer cuan do vivía en Roma. 

Es probable que, a la altura de Zaragoza, abordáramos algo relativo a la fe. Parece inevitable cuando uno de los interlocutores es sacerdote. Seguramente procederíamos de la periferia al centro. La otra persona comenzaría preguntándome qué opino del papa León XIV, seguiría por algunas cuestiones de moral sexual y acabaría confesándome lo difícil que resulta creer en Dios cuando en nuestro contexto europeo todo parece conjurarse para hacer de la fe una opción irrelevante.


Si viera que el terreno está preparado, quizá yo me atrevería a compartir algo de mis dudas y preguntas, de mis travesías del desierto y de mis pequeñas noches, de mis frágiles experiencias de encuentro con Jesús en medio de las tormentas de la vida. Es muy probable que, a partir de ese momento, los silencios fueran más prolongados que las palabras. 

Por la megafonía del AVE nos desean un buen viaje en castellano, catalán e inglés. Yo sigo abandonándome a un ejercicio de imaginación. Cuando miro al asiento de mi derecha, caigo en la cuenta de que en él no está sentada ninguna de las personas con las que me hubiera gustado compartir este viaje. En su lugar hay un muchacho de unos 20 años vestido con vaqueros claros y camiseta blanca. Huelga decir que lleva los auriculares puestos y está practicando el noble deporte de deslizar el dedo pulgar de la mano derecha por la pantalla manoseada de su móvil. No veo muchas posibilidades de entablar una conversación real, así que continuaré abandonándome a la imaginación. Nos vemos en Barcelona.

jueves, 21 de agosto de 2025

La vuelta fresca


Madrid me ha recibido con una temperatura razonable. A las 10 de la mañana, mientras tecleo la entrada de hoy, el termómetro marca 20 grados. Se puede trabajar con normalidad. Atrás quedan unos días de vacaciones rematados por la visita a la sede de la Fundación Vicente Marín, escondida en la aldea de Bretún, en la comarca de Tierras Altas de Soria. 

La historia de por qué en esta aldea se encuentra una extensa y heterogénea colección de piezas de arte es una novela o una película en la que aparecen personajes como el conde de Atarés, Ava Gardner o Sofía Loren. Su vida spudorata la cuenta el escritor Javier Narbaiza en el libro Las buenas y malas noches de Vicente Marín. 

El tal Vicente Marín fue seminarista salesiano y luego novicio verbita y, tras muchas peripecias en Mallorca y Londres, acabó siendo un personaje conocido de la noche madrileña de los años 60 y 70. Ahora, a punto de cumplir 90 años, ha regresado a su pueblo natal como heredero universal de la inmensa colección artística del conde de Atarés, del que fue mayordomo, mano derecha y quizás algo más. 


Recuperado del impacto que me produjo esta visita tan excéntrica y kitsch, por decirlo suavemente, me dispongo a organizar el calendario de los compromisos venideros. Apenas llegado a Madrid, preparo de nuevo la maleta para viajar mañana a Barcelona. Pero es bueno recordar algunos momentos significativos de los últimos días. Acompañado por la preocupación constante por los incendios, he tenido tiempo para disfrutar de algunas conversaciones significativas con viejos amigos y también con algunos lectores “desconocidos” de este blog que me han invitado a su casa para departir con calma sobre asuntos de actualidad. 

Las fiestas de Vinuesa han ocupado también una semana intensa. Confieso que a veces el exceso de ritualismo me aburre un poco, pero me asombra que muchos jóvenes se sientan muy identificados con tradiciones que les proporcionan señas de identidad y sentido de pertenencia. Náufragos en el océano de las redes sociales, necesitan algunas anclas que les ayuden a detenerse y tocar tierra. Compruebo que los jóvenes de hoy son menos iconoclastas que los de hace tres o cuatro décadas.


En el vaivén de encuentros y experiencias, no me olvido de que el pasado día 15, coincidiendo con la solemnidad de la Asunción de María, mi amigo Heriberto García Arias, bien conocido de los amigos del Rincón, publicó en YouTube su documental “Vamos María” en el que narra de una forma original la vida de la beata María Inés Teresa Arias, fundadora de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 23 de agosto de 1945 en Cuernavaca (México), a pocos días del final de la Segunda Guerra Mundial. 

Resulta que mi amigo Heriberto tiene una prima que pertenece a esta congregación y que trabaja desde hace años en Japón. Ella fue el punto de contacto para contar de manera original la historia de una mujer con una biografía travagliata, como dicen los italianos. Han sido dos años intensos de trabajo que Heriberto ha compaginado con sus estudios de Comunicación Institucional en Roma. 

Antes de estrenar el documental tuve la oportunidad de verlo en su fase de elaboración y de hacerle algunas sugerencias a Heriberto. Creo que el resultado es una producción ágil, bien presentada y con un punto de intriga que la hace más interesante. Merece la pena conocer historias contemporáneas que contribuyen a acercar el evangelio a las nuevas generaciones.

lunes, 18 de agosto de 2025

No echar más leña al fuego


Los incendios que están asolando la parte occidental de la península ibérica están produciendo graves daños personales, materiales… y morales. En muchas personas está cundiendo un fuerte desánimo. Tras el golpe que supuso la pandemia hace cinco años, ahora los incendios añaden más carga emocional a una situación social que es muy tensa y que deja a las personas sin aliento. La rabia se expresa de mil maneras. Los campesinos y ganaderos culpan a los ecologistas de salón por no permitirles gestionar los bosques como siempre se ha hecho. 

Los políticos se acusan mutuamente de negligencia e impericia. Los pirómanos e incendiarios se aprovechan de lo sucedido. Los equipos de extinción, por lo general mal pagados, están al borde de su resistencia. Los habitantes de los pueblos desalojados cuentan los días o las horas para volver a sus casas mientras hacen balance de los daños. Ver los telediarios de estos días es un ejercicio de resistencia. Se encadenan las noticias y reportajes sobre incendios y otras catástrofes. “¿Qué más nos puede pasar?”, se preguntan muchas personas.


Es muy fácil mantener la calma y prodigar palabras de ánimo cuando uno contempla estos desastres a través de la pantalla del televisor o del ordenador desde la seguridad y comodidad de su casa. Pero todo cambia cuando se padecen en carne propia, cuando las llamas devoran tu casa y el humo intenso hace dificultosa la respiración. Entonces es muy normal dejarse arrastrar por la rabia y la indignación, buscar responsables, imaginar soluciones mágicas, etc. Pocas personas conservan la calma cuando se ven sometidas a una presión física y emocional tan grande. Según los casos, los mensajes de ánimo y solidaridad pueden hasta resultar hirientes. 

A veces, lo mejor es un silencio respetuoso y empático. Y, en la medida de lo posible, extraer lecciones eficaces para el futuro. Hay tragedias inevitables, pero otras se pueden soslayar con una gestión adecuada de los montes y del medio rural. Estos incendios de sexta generación tienen mucho que ver con la despoblación y el vaciamiento de algunas regiones de España y con el abandono “romántico” de los montes. En la naturaleza todo está conectado. La ecología, para que merezca tal nombre, debe ser integral; es decir, debe prestar atención a todos los factores (naturales y humanos) que intervienen en la conservación del medio ambiente.


Confieso que se me ha hecho muy difícil mantener el ánimo festivo de estos días en un contexto de desolación. Es como si sintiera que mi regocijo fuera un atentado contra las personas que están siendo víctimas de tantos desastres o contra quienes están dedicando jornadas de doce horas a trabajar sin descanso en la extinción de los incendios. Hay como un cierto pudor moral que nos lleva a moderar la alegría cuando otros cercanos están sufriendo. 

Es verdad que este pudor no se puede llevar al extremo. De lo contrario, nunca podríamos disfrutar de nada en la vida porque siempre hay en algún lugar del mundo tragedias y sufrimientos incontables. Pero la proximidad es un criterio que nos ayuda a encontrar la actitud correcta. Lo que importa, en este contexto de tanta tensión, es ayudar en la medida de nuestras posibilidades. Y, si esto no es fácilmente viable, al menos no echar más leña al fuego añadiendo críticas inoportunas, esparciendo bulos o prosiguiendo conductas irresponsables, como las de las personas que organizan barbacoas en lugares prohibidos.