viernes, 17 de octubre de 2025

Volver al corazón


Regresé ayer de Roma después de cuatro días intensos. Solo salí de la casa en donde me alojaba el martes para participar en el rosario que se reza todas las noches del mes de octubre en el atrio de la basílica de Santa María la Mayor. Quise visitar antes la tumba del papa Francisco, pero la larguísima cola de fieles y la escasez de tiempo me disuadieron. Todavía quedaban en Roma muchos religiosos que en los días anteriores habían participado en el Jubileo de la Vida Consagrada. A ellos el papa Francisco les había exhortado a “volver al corazón, como el lugar en el cual redescubrir la chispa que animó los inicios de su historia, entregando a quienes les precedieron una misión específica que no pasa y que hoy se les confía a ustedes”. 

Ese mensaje tenía algunos puntos de coincidencia con el librito que me leí en el vuelo Madrid-Roma. Acababa de salir. Es el último del filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Se titula Sobre Dios. El subtítulo explica el contenido. Se trata de pensar la cuestión de Dios en diálogo con Simone Weil, a la que Han considera la mejor intelectual del siglo XX.


Frente a la voracidad que caracteriza nuestra cultura moderna, Simone Weil reivindica el papel de la atención. Sin ella, no podemos acoger a Dios. Byung-Chul Han dice que “la crisis de la religión también es, por tanto, una crisis de la atención, una crisis de la vista y del oído. No es Dios quien ha muerto, sino el ser humano al que Dios se revelaba”. Y lo explica con más detalle: “La crisis actual de la atención está ligada al hecho de que queramos comerlo todo, consumirlo todo, en lugar de mirarlo. La percepción voraz no requiere atención alguna. Se traga cuanto se le ofrezca. Solo el alma que ayuna puede mirar, contemplar”. 

Me llama a atención la referencia a la voracidad como opuesta a la contemplación. Nos comemos todo (comida, viajes, redes sociales, información, relaciones) porque no sabemos simplemente mirarlo. Hemos perdido la capacidad de contemplar sin devorar. Queremos incorporar todo a nuestro yo hasta hacer de él un sujeto obseso, pesado, lleno de cosas (ideas, sensaciones, placeres), incapaz de hacer el vacío interior para que Dios entre en él.


Esta voracidad está muy ligada a la ansiedad. Vamos por la vida deprisa, casi sin respirar, con ganas de llenarnos de todo y con la sensación de que no acabamos de conseguirlo. Siempre queremos más sensaciones, más cosas, más afectos, más dinero, más posibilidades. La voracidad es hija de la codicia. Ambas nos conducen a un callejón sin salida. Solo pocas personas han descubierto la belleza y libertad del camino contrario. No se trata de llenarnos, sino de vaciarnos. No se trata de comer, sino de ayunar. No se trata de poseer, sino de contemplar. En estos cambios consiste una espiritualidad digna de tal nombre. 

Han y Weil lo explican de manera más detallada, haciendo una auténtica orfebrería conceptual y verbal. Yo me limito a unos cuantos trazos gruesos mientras el otoño madrileño tiene todavía un regusto veraniego. El otoño debería ser la estación de la “vuelta al corazón”, pero todavía nos distrae demasiado. Faltan días o semanas para entrar en un verdadero tempo contemplativo. Como la sociedad consumista no entiende estas cosas, antes de que nos sacudamos la modorra del verano ya nos está encandilando con los adornos navideños. Está claro que no quieren que contemplemos, sino que consumamos. Por algo será. Un consumidor es una persona manipulable. Un contemplativo es siempre un rebelde impenitente. 

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