El frío ha dado paso a la lluvia y al viento. Terminados mis compromisos en Inglaterra, vuelo dentro de unas horas de regreso a Madrid. Escribo desde el aeropuerto de Heathrow. Por desgracia, mi vuelo ha sido retrasado. Las pantallas indican que una hora, pero no me fío. [Al final, fueron casi tres horas].
Mi viaje coincide con la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Después de varios días profundizando en el liderazgo cristiano desde la clave del servicio, me llama la atención que la Iglesia siga hablando de Cristo como “rey”, a sabiendas de que la experiencia de la monarquía fue nefasta para Israel.
Medito sobre el verdadero significado de la realeza de Cristo en un país que mantiene la monarquía desde hace siglos y que, a pesar de que el actual rey Carlos III no goza del respaldo popular que tuvo la reina Isabel II, todavía muchos ciudadanos se reconocen monárquicos. Israel quiso tener un rey como los pueblos circunvecinos. Al final, lo tuvo. Del buen rey se esperaba que defendiera al pueblo de los agresores extranjeros y que fuera el defensor del huérfano y de la viuda en el interior. Ningún rey -ni siquiera David o Salomón- estuvo a la altura de estas expectativas. Por eso, se fue abriendo paso la idea de que solo el futuro Mesías sería un rey de verdad.
Entre los diversos títulos que Jesús se atribuye figura también el de rey. A la pregunta de Pilatos, Jesús responde: “Tú lo dices, yo soy rey”. Ese “yo soy rey” se una a la serie de afirmaciones enfáticas sobre su identidad: camino, verdad, vida, pastor, puerta, luz, etc. Pero inmediatamente añade: “Mi reino no es de este mundo”. La realeza de Jesús consiste en servir y dar la vida. Se manifiesta abiertamente en la cruz, que es al mismo tiempo cadalso y trono. Muriendo por todos los seres humanos, manifiesta su verdadero señorío.
Él, que ha sido el “alfa” de todo (principio y origen), será también el “omega” de todo (final y consumación). Esta convicción nos permite contemplar la historia con esperanza. Vivimos tiempos en los que los temores de una guerra a escala mundial nos ponen el alma en vilo. No son tiempos para el optimismo, pero deben serlo para la esperanza. La fiesta de hoy nos recuerda que, por extraño que resulte, a Dios no se le escapa la historia de las manos.
La terminal 5 de Heathrow es un hormiguero de gente que va y viene. Ya hay una sobria decoración navideña, aunque todavía no hemos comenzado el Adviento. Los de seguridad me han sometido a un control exhaustivo. Se ve que les parecía un tipo sospechoso. Es la parte más odiosa de los viajes. Uno se siente como “cordero llevado al matadero”. Todo sea en aras de una seguridad que nunca es absoluta. Me temo que mi vuelo se retrase mucho más de lo razonable. Intuyo que me aguarda un domingo de paciencia.
Hay momentos de la vida en que, para mí, es bueno y positivo que nos digas que: “No son tiempos para el optimismo, pero deben serlo para la esperanza...” y que “a Dios no se le escapa la historia de las manos.”
ResponderEliminarGracias Gonzalo, por ayudarnos a comprender que “la realeza de Jesús consiste en servir y dar la vida”… Espero que a estas horas que, puedo comentar, ya hayas podido realizar el viaje de vuelta.