Desde ayer por la tarde me encuentro en Addlestone, un pueblo de menos de 20.000 habitantes situado a 30 kilómetros al suroeste de Londres, en el condado de Surrey. Aquí tienen las Religiosas Hospitalarias una residencia llamada St. Augustine. Durante un par de días tendré un encuentro con todas las hermanas de esta congregación que viven en el Reino Unido. La mayoría son españolas que llevan en este país toda su vida. Aunque no han perdido su lengua materna, se manejan a diario en inglés. Su dedicación fundamental, dentro del carisma hospitalario, es la atención a los ancianos.
Ayer celebraron el 25 aniversario de la canonización de su fundador, el hospitalario san Benito Menni, nacido en Milán (1841) y muerto en la Bretaña francesa (1914). Sus restos descansan en Ciempozuelos (Madrid), en el Complejo Asistencial Benito Menni, el primer centro que fundó de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús.
Aunque seguimos con frío (en torno a 2-3 grados), hoy ha salido un poco el sol. Dentro de casa se está muy bien. Podemos trabajar con tranquilidad. Viendo a este grupo de 28 hermanas, cuya media de edad supera los 75 años, me pregunto por el futuro de la vida consagrada europea en las próximas décadas. Es evidente que va a experimentar un vuelco histórico. Las vocaciones que nacieron en el boom demográfico de los años 40-60 del siglo pasado irán despareciendo. Apenas hay personas que continúen su camino.
La vida consagrada no podrá seguir asumiendo grandes estructuras en el campo educativo, sanitario, social y pastoral. Será probablemente un poco de levadura en la masa de la sociedad y de la Iglesia. Acentuará mucho más sus rasgos simbólicos y proféticos. Para ello, no es imprescindible que muchos cristianos abracen este estilo de vida, pero quienes lo hagan tendrán que creer en la fuerza del ser por encima del hacer, lo que no es fácil en una sociedad productivista como la nuestra.
Estas hermanas hospitalarias de Inglaterra centran su misión en el cuidado de las personas ancianas. Ellas mismas son ancianas. No podrían realizar su tarea sin la ayuda de numerosos empleados y colaboradores con quienes comparten la atención a quienes sus familias no pueden o no quieren cuidar. Es hermoso comprobar que estos hombres y mujeres ancianos tienen a alguien cerca que los escucha, se preocupa de ellos, hace de intermediario con sus familias y los acompaña en el momento definitivo de la muerte. Me parece que las hermanas tienen el don de hacer de esta residencia un hogar. No se preocupan solo de prodigar cuidados asistenciales, sino, sobre todo, de humanizar una etapa de la vida que corre el riesgo de ser arrinconada.
Cuando ellas no puedan llevar a cabo su misión, ¿habrá laicos cristianos que la asuman con entusiasmo? Empresarios de residencias geriátricas hay muchos. Todos saben que en una sociedad tan envejecida como la europea este es un negocio boyante. Pero ¿quién pondrá alma, relación personal y paciencia para que el cuidado de los ancianos no se reduzca a un mero negocio lucrativo? Son preguntas que me vienen a la mente mientras doy gracias a Dios por la vida de estas hermanas que con 70, 80 y 90 años siguen al pie del cañón.
Pues sí, la vida nos lleva a “estar al pie del cañón”, cuando sentimos en nuestro interior una llamada a la vocación de entrega generosa a los demás y más cuando, cuidadores y pacientes, se va entrando en la ancianidad que es la etapa donde la vida se vuelve más frágil en todos los aspectos…
ResponderEliminarNo es fácil esta entrega generosa que nos cuentas de estas religiosas que están en una edad que también necesitan ser cuidadas. Ellas sienten y viven su vocación y cuando nos enteramos nos interpelan.
Gracias Gonzalo por aportarnos informaciones que no nos dejan indiferentes y nos ayudan a no quedar “estancados” en nuestra vida sino que son una invitación a la apertura y a la fidelidad, venciendo el cansancio.