jueves, 21 de noviembre de 2024

Bajo un cielo encapotado


Después de tres días en Buckden Towers, estoy de nuevo en Londres. El cielo está británicamente encapotado. El termómetro sufre para subir de 0 grados. Buckden Towers, antes conocido como Buckden Palace, es una casa fortificada medieval y un palacio episcopal en Buckden, Cambridgeshire, Inglaterra. Actualmente es un centro de espiritualidad perteneciente a los misioneros claretianos. Confieso que me siento muy a gusto entre los muros de ese castillo que parece sacado de un cuento. Disfruto con el parque que lo rodea y con los enormes árboles centenarios, catalogados como históricos, que se alzan majestuosos sobre un césped verdísimo y bien segado. 

A pesar del frío exterior, dentro se estaba bien. El suelo enmoquetado, la calefacción y un té recurrente ayudaban a crear el clima necesario para trabajar a gusto con mis hermanos del Reino Unidos, entre los cuales hay ingleses, irlandeses, indios, polacos y nigerianos. Su carácter multicultural refleja muy bien la multiculturalidad de la Iglesia católica actualmente en el Reino Unido. Lo he vuelto a comprobar esta mañana cuando he celebrado la eucaristía matutina en nuestra parroquia de Hayes. Entre los numerosos fieles, la mayoría eran asiáticos (sobre todo, indios del estado de Goa) y africanos. Se veían pocos blancos con apariencia de ingleses.


Es inevitable no acordarse de las palabras de Jesús: “Vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios” (Lc 13,29). Si los europeos nos olvidamos de nuestra identidad cristiana, si no disfrutamos celebrando juntos la fe, otros hermanos y hermanas de África, América y Asia acudirán a nuestras iglesias antes de que sean vendidas como teatros o restaurantes de moda. Los más sencillos tienen que enseñarnos el “arte de creer” a quienes nos consideramos inteligentes, desarrollados y autónomos. 

Es verdad que también entre los europeos hay jóvenes, adultos y ancianos que están viviendo su fe con profundidad y alegría, pero esa vivencia tiene una proyección cultural muy limitada. En muchos casos se trata de una experiencia reducida al ámbito de la conciencia individual, con muy escasa incidencia comunitaria. Pensaba estas cosas el domingo pasado cuando, haciendo un alto en mi exploración del centro de Londres, recalé en la abadía anglicana de Westminster para el canto de vísperas. Afuera llovía suavemente. Dentro había un nutrido grupo de fieles (sospecho que algunos eran turistas travestidos de orantes) que, como yo, parecían extasiados ante la belleza de la iglesia gótica y de los cantos polifónicos. 


El predicador de turno leyó su breve sermón desde el púlpito, como se hacía en la iglesia de mi pueblo cuando yo era niño. Yo lo veía desde el brazo izquierdo del crucero. Glosando la parábola de Jesús que habla del trigo y la cizaña, se refirió a la dimisión del primado Welbey por haber manejado mal algunos casos de abuso sexual en el seno de la Iglesia anglicana. Insistía en que en todos nosotros conviven el bien y el mal. 

Al cabo de casi una hora, todos salimos más serenos, como si, en medio del vértigo de Londres, las vísperas nos hubieran recordado quiénes somos, qué es lo importante en la vida. Cada vez creo más en el poder que la liturgia tiene para ayudarnos a creer en el seno de las sociedades secularizadas. La belleza de la liturgia nos libra del intelectualismo y del moralismo, dos enfermedades que reducen la fe a mera creencia o a voluntarismo ético. La experiencia de Dios es mucho más. Comienza con el asombro adorante ante el Misterio. Sin él, es imposible ir más lejos.


Por la ventana de mi cuarto en Hayes veo las hojas amarillas que el viento ha ido arrojando al suelo. Estoy casi pegado al radiador. Fuera sigue haciendo mucho frío. Aunque estemos en otoño, los síntomas son de invierno avanzado. Esta tarde comenzaré una nueva aventura con las Religiosas Hospitalarias a pocas millas de nuestra comunidad claretiana. Ellas me ayudarán a ver la realidad desde la periferia de las personas que sufren. Su carisma las pone en contacto con los bordes de una sociedad que, aunque acomodada, acoge en su seno a muchas personas con problemas económicos, afectivos y sanitarios. La soledad está siendo una de las enfermedades más preocupantes en el Reino Unido, sobre todo entre las personas ancianas. Por eso, estas religiosas han concentrado su misión en acompañarlas de cerca.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.