domingo, 10 de noviembre de 2024

Roma, città aperta


En Roma el otoño es hermoso. Para ajar un poco su belleza, el centro histórico es un “cantiere aperto”. Dicho en plata: todo está en obras en vistas del Jubileo que se aproxima. Tras los años de escasez de la pandemia, los turistas han vuelto en masa. Tuve que esperar casi una hora para entrar en la basílica de san Pedro, orar ante la tumba del apóstol, contemplar una reproducción de la Piedad de Miguel Ángel (la auténtica está cubierta por renovación del vidrio protector) y admirar el baldaquino de Bernini recién restaurado. 

También el Trastevere era un hervidero de gente al caer la tarde. Roma nunca ha dejado de estar de moda, pero ahora se percibe una especie de intensidad pospandémica que hace un poco antipática la ciudad. En los autobuses puedes pagar con tarjeta de crédito. Ya no hay excusa para colarse. Necesitaba un baño de gente después de cinco días en la curia general de los claretianos animando un taller de liderazgo con los miembros del gobierno general y su equipo de colaboradores. Tras el trabajo intenso de lunes a viernes, el fin de semana marca otro ritmo más sosegado e itinerante. Por muchas obras que haya, Roma siempre es la misma. Es la magia (y el peso) de las ciudades antiguas.


El evangelio del XXXII Domingo del Tiempo Ordinario admite muchas lecturas. Me decanto por una cultural. Hoy, particularmente en Europa, vivimos una situación de gran fragilidad. Me fijo, sobre todo, en muchas comunidades cristianas y de vida consagrada. La mayoría de sus componentes son personas ancianas y vulnerables. Imaginan un futuro sombrío. Son, en cierto sentido, como la viuda de Sarepta (primera lectura) o como la viuda que echa una monedita en la alcancía del templo de Jerusalén (evangelio). Lo que de verdad cuenta es que, a pesar de su pobreza y vulnerabilidad, no pierden los dos elementos esenciales para hacer de la vida humana una existencia digna de ser vivida: la confianza en Dios y el amor a las personas. 

Ayer, cuando entré en la basílica de san Pedro, estaba predicando un sacerdote italiano perteneciente al movimiento Monastero WiFi. No había oído hablar de esta realidad eclesial. El predicador tronaba contra la moda actual de buscar siempre el bienestar, poner el acento en la autoestima y potenciar nuestras posibilidades. Recordó la frase de san Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,10). Solo en nuestra debilidad abrimos una rendija a la gracia de Dios. Cuando queremos llevar siempre el control de todo, Dios nos dice: “Te basta mi gracia” (2 Cor 12,9).


Quizá necesitamos ver la fragilidad actual como un don de Dios, como una hermosa expresión de la pedagogía divina para aprender a confiar en su amor y no poner tanto el acento en nuestros logros. Quizá necesitamos una espiritualidad como la de la viuda de Sarepta o la de Jerusalén. En medio de nuestras pobrezas, no podemos abandonarnos a sentimientos de derrota o desesperanza. Si somos capaces de seguir confiando en Dios y de ser generosos sin pensar demasiado en nuestra subsistencia, “la orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”. 

Lo que nosotros consideramos una etapa débil puede ser la antesala de otra de mayor fecundidad. Pero las cosas no se producen automáticamente. Creer que nos basta con la gracia de Dios es el mejor signo de una madurez espiritual que se acrisola en tiempos de crisis y decrecimiento. No siempre lo percibimos así y -lo que es peor- no siempre queremos hacerlo. Pero es la dirección que nos lleva al futuro.



1 comentario:

  1. Esta entrada del Blog, está llena de mensajes que nos ayudan a abrirnos a la confianza en Dios… Me va bien que nos recuerdes las frases de Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” y también cuando Pablo nos recuerda que Dios nos dice: “Te basta mi gracia”.
    Gracias Gonzalo por ayudarme, a través de ello a levantar ánimos y dar “un paso de confianza”

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