viernes, 13 de septiembre de 2024

La mota y la viga


Es muy difícil que alguien no entienda las parábolas que cuenta Jesús. La que presenta el evangelio de hoy no necesita muchas explicaciones. ¡Hasta un niño puede captarla a la primera! Me limito a transcribir la pregunta que la resume: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?”. Es imposible no sentirse interpelado. Todos, de una manera u otra, nos fijamos en los defectos de los demás. Nos cuesta un poco hablar de las “motas” que vemos en las personas más cercanas, pero nos despachamos a gusto con los que tenemos lejos. 

¿Quién no ha despotricado contra algunos políticos, empresarios o curas? Nos parece que esos exabruptos no entran en la categoría de insultos, sino que se quedan en simples comentarios sin mayores consecuencias. La osadía con la que denunciamos los defectos ajenos no solemos usarla para examinar los nuestros. Nos resulta más visible la pequeña mota que observamos en los ojos de los demás que las grandes vigas que llevamos en los nuestros y que nos impide ver con claridad.


Abundan los ejemplos. Al mismo tiempo que nos escandalizamos de algunos políticos corruptos que usan su puesto para beneficiar a sus amigos o para lucrarse personalmente, no tenemos ningún empacho en hacer algo parecido en nuestro pequeño campo de acción. Cambian las proporciones (lo que no es poca cosa), pero en sustancia somos tan corruptos como las personas a las que denunciamos. 

Al mismo tiempo que criticamos a nuestro párroco porque no dinamiza la vida de la parroquia y se deja llevar por la rutina y la desidia, nosotros no estamos dispuestos a arrimar el hombro cuando se requiere nuestra colaboración. 

Nos duele que haya personas amigas que nunca nos llaman por teléfono o nos visitan, pero nosotros organizamos nuestra agenda al margen de ellas. Nos escandalizamos de lo que despilfarran los ricos, pero pasamos de largo cuando vemos a algunos necesitados pidiendo en la calle. Es muy fácil ver los defectos (incluso pequeños) de los demás, pero resulta difícil ver los nuestros y tratar de corregirlos.


Creo que la denuncia pública es conveniente y en algunos casos necesaria, pero cada vez me convenzo más de que las personas que cambian este mundo son aquellas que concentran su atención en conocerse mejor y en esforzarse por ser honradas y coherentes. Transforma más el ejemplo que la acusación, aunque a primera vista parezca lo contrario. Si dedicáramos más tiempo a quitarnos la “viga” que tenemos en nuestros ojos, no lo perderíamos en señalar la “mota” que observamos en los ojos de los demás. 

Cuando decimos que “la gente” es irresponsable, descortés, sucia, aprovechada, mentirosa o egoísta, no deberíamos olvidar que nosotros somos parte de esa “gente” anónima y que lo que decimos de los demás alguien lo dirá de nosotros. Aunque no podamos cerrar los ojos a la maldad ajena, es mejor alabar y agradecer todo lo bueno que vemos a nuestro alrededor y, antes de querer cambiar a los demás, hacer un esfuerzo sostenido por cambiarnos a nosotros mismos.

1 comentario:

  1. A veces, nos cuesta más hacer el esfuerzo de intentar ver las cualidades de los demás, resulta más fácil ver las “motas”, no nos compromete y eso me lleva a pensar que quizás nos estamos fijando más en aquellas cualidades que no encontramos dentro de nosotros y nos despierta una cierta envidia descubrirlas en los demás y nos duele.
    Gonzalo, estoy totalmente de acuerdo contigo con lo que escribes: “Transforma más el ejemplo que la acusación”. Gracias.

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