lunes, 9 de septiembre de 2024

Cifras para pensar


Entre hoy y mañana millones de niños y adolescentes volverán a las aulas tras las vacaciones de verano. Con este motivo, el periódico El Debate publica un artículo titulado Estas son las congregaciones religiosas con más alumnos en España. En la lista figuramos los Misioneros Claretianos en el puesto número 10, con un total aproximado de 17.500 alumnos. La cifra es alta, pero no hay que olvidar que nosotros somos, ante todo, misioneros, no educadores. 

El podio de honor lo ocupan tres congregaciones que fueron fundadas expresamente para la educación de los niños y los jóvenes: los Salesianos (81.964), los Hermanos de las Escuelas Cristianas (69.948) y los Hermanos Maristas (53.597). Les siguen la primera institución femenina (las Hijas de la Caridad) con 41.614 y la Compañía de Jesús con 34.151 alumnos respectivamente. 

Con un total de 1.192.542 alumnos y 105.434 trabajadores (de los que 85.175 son docentes), la Iglesia en España es la segunda institución, después del Estado, en número de estudiantes en sus centros educativos. La responsabilidad social es enorme. Más allá de las cifras, la pregunta es: ¿Cuál es la razón de esta masiva presencia de las instituciones católicas en el campo educativo? Esta se despliega en otras: ¿Qué buscan los padres cuando envían a sus hijos a centros de la Iglesia (antes se hablaba de “colegios de curas o de monjas”)? ¿Qué respuesta reciben a sus inquietudes? ¿Cómo es, en definitiva, la educación que se ofrece? ¿Qué la hace diferente?


Estas y parecidas preguntas están siempre en el debate público. Los contrarios a la educación católica manejan los consabidos argumentos: las escuelas católicas son solo para una élite; el Estado tiene que financiar la enseñanza pública, no la concertada; en las sociedades democráticas hay que perseguir cualquier tipo de adoctrinamiento (a menos que sea el Estado el que lo propicie, se entiende); etc. Los argumentos de peso se suelen mezclar con las meras soflamas, creando de esta forma un magma de difícil interpretación. 

A los argumentos anteriores se añaden otros dos más recientes que tienen que ver con los casos de abusos sexuales denunciados en algunos colegios católicos a lo largo de las últimas décadas (con un fortísimo impacto en la opinión pública) y el hecho paradójico de que -en opinión de algunos católicos críticos- los colegios de la Iglesia son la principal “fábrica de ateos” porque vacunan a los alumnos contra una genuina experiencia religiosa. 

Los acentos van cambiando según tiempos y lugares, pero, en líneas generales, el argumentario va en esta dirección. Lo curioso es que muchos de quienes en público comparten estas críticas siguen enviando a sus hijos a este tipo de escuelas. Algo positivo deben de ver cuando, a pesar de los argumentos esgrimidos, dan este paso. Quizás se está haciendo una labor mucho más valiosa de lo que a simple vista parece.


Yo fui alumno de dos escuelas públicas (durante la enseñanza primaria), de dos colegios religiosos (durante el bachillerato) y de un instituto público (durante el COU). Aunque la situación ha cambiado mucho con respecto a lo que sucedía en los años 60 y 70 del siglo pasado, conozco por dentro distintos ambientes educativos. No sabría decir cuál es mejor o peor. He encontrado buenos y malos profesores en ambos. Mi preocupación como misionero tiene que ver más con el sentido que hoy tiene una escuela católica en nuestras sociedades pluralistas y democráticas. ¿Estamos ofreciendo una educación de calidad basada en los valores cristianos? Tengo bastantes dudas. 

No cuestiono la buena intención de quienes trabajan en este campo y los muchos esfuerzos que la mayoría de las instituciones católicas están haciendo por subrayar la identidad cristiana de los proyectos educativos, la formación continuada de los profesores y la apuesta por la “innovación” (palabra talismán en los últimos años), pero arrastramos demasiados lastres como para hacer una propuesta clara y atractiva. Es probable que los alumnos hayan crecido “en valores” (otra expresión de moda), pero me parece que su conocimiento del hecho religioso en general y de la propuesta cristiana en particular deja mucho que desear. 

Percibo en los jóvenes que conozco -educados en colegios católicos- un gran déficit de formación religiosa, lo que los incapacita para un diálogo crítico con otras formas de entender la vida en el contexto pluralista en el que vivimos. Tampoco marcan la diferencia a la hora de insertarse en el campo laboral, político y económico con criterios de verdad, justicia y solidaridad. Muchos de los mayores arribistas y “corruptos” de nuestra sociedad se han formado en instituciones católicas. Algo no acabamos de hacer bien, aunque nos sintamos orgullosos de trabajar en un “centro educativo de la Iglesia”. Pensemos todos. 

2 comentarios:

  1. En el tema de la educación y formación de los niños y jóvenes, en pocos años ha cambiado mucho. Para mi parecer, creo que el problema está, estén en un tipo de escuela u otra, en lo que dices de: “su conocimiento del hecho religioso en general y de la propuesta cristiana en particular deja mucho que desear… Hay un gran déficit de formación religiosa”… Una parte del problema está en la famosa frase que formulan muchos: “no se puede adoctrinar”. Me pregunto también si todos los profesionales que están en instituciones católicas, lo viven como vocación y si ellos han recibido la suficiente formación religiosa y lo viven a nivel personal para poderlo transmitir.

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  2. Oportunas e insoslayables, Gonzalo, las preguntas que haces para los que estamos en esto de la educación como misión
    La revista VR se ha ocupado del tema más de una vez: estaría bien la recopilación de artículos o, mejor aún, un dossier actualizado.

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