lunes, 16 de septiembre de 2024

Tengo una reunión


Enfilamos la última semana del verano. El curso escolar -y en muchos casos el pastoral- ya está en marcha. Es la hora de las reuniones. A algunas se les podrían aplicar las palabras que Pablo escribe a la comunidad de Corinto y que leemos en la primera lectura de hoy: “No puedo aprobar que vuestras reuniones causen más daño que provecho. En primer lugar, he oído que cuando se reúne vuestra iglesia os dividís en bandos; y en parte lo creo, porque hasta partidos tiene que haber entre vosotros, para que se vea quiénes resisten a la prueba” (1 Cor 11,17-18). 

Pablo se refiere a las reuniones en las que la comunidad come la cena del Señor, pero su advertencia es aplicable a nuestras múltiples reuniones. ¿Puede haber reuniones que causen más daño que provecho? Sí. Y no solo porque nos dividamos en bandos y tensemos la cuerda de las opiniones, sino porque a menudo se trata de reuniones no preparadas, burocráticas y en muchos casos perfectamente prescindibles. En mi libro A tiempo y a destiempo dediqué unas páginas a la reunión como herramienta útil en la evangelización. Extraigo algunas ideas.


¿Por qué en la tarea pastoral multiplicamos tanto las reuniones al mismo tiempo que las odiamos secretamente? ¿Qué suerte de masoquismo nos impele a realizar algo que, en su práctica actual, consideramos a menudo infructuoso? ¿Cuántas reuniones puede aguantar un tipo medio a lo largo de un mes? ¿Cuántas puede vivir? ¿En cuántas debe participar? Merece la pena detenerse un momento para examinar esta denostada y, sin embargo, imprescindible herramienta. Siempre estamos a tiempo de mejorar su conocimiento y su uso.

Los seres humanos somos seres de encuentro. Cuanto más nos encontramos más nos hacemos. Esto no tiene vuelta de hoja. El egocéntrico tarda en descubrirlo, pero eso no modifica la realidad: la hace incluso más patente. Ahora bien, todo verdadero encuentro implica la creación de un vínculo enriquecedor. Encontrarse no equivale, sin más, a chocarse, a estar juntos o a realizar una tarea en común. Por desgracia, cuando voy apretujado en el metro no me encuentro con la gente, aunque establezca con ella una comunidad de piel y de microbios. Encontrarse implica siempre, en mayor o menor grado, un reconocimiento del otro como un tú personal y una entrega recíproca de interioridad. Ésta solo puede ofrecerse cuando ha madurado en la bodega de la soledad fecunda. No hay, pues, maduración sin encuentro y no hay encuentro sin soledad.


Hasta aquí lo que dice cualquier libro sobre relaciones interpersonales o sobre dinámica de grupos. Coincide también con lo que percibimos en nuestra experiencia. No es preciso ir más lejos. Sabemos lo suficiente para comprender por qué la reunión puede ser una enriquecedora herramienta en la tarea evangelizadora (y muchas veces lo es) o su tumba. Siete afirmaciones pueden ayudarnos a caer en la cuenta de las condiciones necesarias para que sea una cosa u otra.
  • Para que la reunión sea una verdadera herramienta que ayude a vivir el evangelio debe ser un encuentro (léase varias líneas más arriba lo dicho sobre esta realidad). No basta, pues, estar juntos, cumplir un mandato o seguir mecánicamente un guion.
  • Para que uno pueda encontrarse con otros necesita experiencias de soledad fecunda en las que se encuentre consigo mismo. Sin capacidad de soledad no hay, pues, capacidad de encuentro.
  • Si lo anterior es cierto, no se pueden multiplicar las reuniones como hongos. La excesiva frecuencia impediría la normal realización de las condiciones segunda y primera.
  • Si no se va a compartir la propia interioridad, en mayor o menor grado, no merece la pena malgastar un don precioso.
  • Compartir exige generosidad (cuando me reúno no busco mi propio bienestar sino el del otro), apertura (cuando me reúno no espero que me inviten a pasar, abro yo la puerta), autenticidad (cuando me reúno no juego ningún papel, soy yo mismo), respeto (cuando me reúno no avasallo al otro, lo reconozco como tal), perseverancia (cuando me reúno sé que entro en un ámbito creador que se va gestando poco a poco, no tiro la toalla ni siembro por doquier el desánimo).
  • Una herramienta (tanto si funciona bien como si funciona mal) no debe nunca convertirse en protagonista. Si esto sucede, más vale señalar un tiempo muerto.

1 comentario:

  1. Me gusta mucho la definición que das del hecho de “encontrarse”: Encontrarse implica siempre, en mayor o menor grado, un reconocimiento del otro como un tú personal y una entrega recíproca de interioridad. Ésta solo puede ofrecerse cuando ha madurado en la bodega de la soledad fecunda…”
    Me pregunto: ¿serían necesarias tantas reuniones si, al ir a ellas, tomáramos conciencia de lo que implica “encontrarse”?
    Gracias Gonzalo por ayudarnos, a ser conscientes, de todo lo que exige el compartir con respeto y profundidad.

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