martes, 5 de abril de 2022

No sabe uno ni cómo rezar

La frase no es mía. Me la ha confesado hace un par de horas una anciana religiosa de la comunidad donde he celebrado la Eucaristía esta mañana. La decía en relación con la masacre de Bucha, una más de las perpetradas por las tropas rusas en la guerra de Ucrania. Ayer todos nos vimos sacudidos por imágenes terroríficas de cadáveres abandonados en las calles y por testimonios de supervivientes que relataban matanzas atroces. Rusia se precipita en una espiral de terror. De nada sirve recordar la experiencia de las dos guerras mundiales del siglo XX. Seguimos cometiendo los mismos errores (quiero decir, los mismos crímenes).

Mucho se ha escrito acerca de cómo creer en Dios después de Auswitchz. Ahora nos vemos confrontados con otra pregunta no menos incómoda: ¿De qué sirve rezar después de Bucha? Esta pregunta se despliega en un abanico de interrogaciones: ¿Qué debemos pedirle a Dios? ¿El don genérico de la paz? ¿La pronta derrota de las tropas rusas? ¿La desaparición de Putin? ¿Más solidaridad internacional con las víctimas? El pasado 25 de marzo el papa Francisco hizo la consagración de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María. Muchos se preguntarán para qué ha servido. La guerra ha seguido su curso con más crueldad si cabe. Por el momento, no tiene visos de acabar.

No sé cuántas personas perdieron la fe en Dios en los campos de concentración nazi. No hay termómetro que pueda medir la temperatura de la desesperación humana. Pero sé que, paradójicamente, muchas otras descubrieron en ellos, en el anti-Dios, al Dios de Jesús que sufre con quienes sufren. 

Siento reparo en escribir estas cosas desde la comodidad de mi habitación. Tengo la impresión de no hacerme cargo del dolor y del desconcierto que están viviendo los habitantes de Bucha y, en general, todos los que están siendo víctimas de la guerra. Habría que preguntarles a ellos cómo creen en Dios en estas condiciones, cómo le rezan, qué esperan de él. No me considero autorizado para sustituir sus confesiones por mis reflexiones. Quizás algún día sepamos algo y nos estremezcamos todavía más.

Lo único que se me ocurre ahora es buscar luz y consuelo en el misterio que vamos a celebrar durante la próxima Semana Santa. Jesús ha vivido en sus carnes la experiencia de ser condenado a muerte, torturado y ajusticiado como un maldito. Ninguna atrocidad cometida contra cualquier ser humano queda fuera de su sacrificio. Él ha cargado con las culpas y sufrimientos de todos. Por eso, sus palabras tienen la credibilidad de quien enseña lo que vive y lo que muere. El Gólgota fue su particular Auswitchz-Birkenau (Polonia), su Dachau (Alemania), su Choeung Ek (Camboya) y también su Bucha (Ucrania). El Crucificado ha sido también un hombre guillotinado, gaseado, estrangulado, lapidado, fusilado y exterminado de mil maneras. Y un hombre orante en el momento supremo.

¿Cómo oró Jesús durante su pasión? El evangelio de Marcos nos transmite su petición a Dios Padre mientras se encontraba orando en el huerto de los Olivos: “¡Abbá, Padre!; tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres” (Mc 14,36). Jesús le pide a Dios que lo libre del sufrimiento que le aguarda. Es la súplica que hacemos cualquiera de nosotros cuando nos visita el dolor. Pero le pide algo mucho más profundo y renovador: que se haga siempre su voluntad. El mismo evangelio de Marcos coloca también en labios de Jesús, colgado ya en la cruz, un versículo del salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). No son palabras de desesperación, sino de zozobra. ¿Quién de nosotros no se atreve a hacerlas suyas cuando oramos y nos parece que Dios hace oídos sordos a nuestras súplicas? 

La última oración de Jesús antes de morir es de filial abandono: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). En ellas resuena la confianza sin límites en el Padre, que tiene poder para superar la muerte. El autor de la carta a los Hebreos hace un resumen de la experiencia de Jesús con estas palabras: “El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (Hb 5, 7-9). Orar es, sobre todo, obedecer.

Si tuviera que decirle a la anciana religiosa -que no sabe ni cómo rezar- qué se puede hacer en circunstancias como las actuales, le diría lo que me digo a mí mismo: imitar a Jesús. En momentos de dolor, todos pasamos por tres fases: pedimos con insistencia vernos libres de ese cáliz (primera fase), experimentamos que Dios parece que nos abandona (segunda fase), nos confiamos filialmente en sus manos (tercera fase). Al final, su voluntad es siempre que la vida triunfe sobre la muerte, el amor sobre el odio y la alegría sobre la tristeza. ¿Qué otra cosa es el misterio de la Pascua que estamos a punto de celebrar? 

¿Nos quedará fe suficiente para, unidos a él, mantenernos firmes y esperanzados? ¿Seguiremos creyendo en la eficacia de la oración, no como un mecanismo de eficacia automática, sino como una puerta de acceso a la voluntad salvífica de Dios, que es siempre lo mejor para nosotros. aunque nos cueste entenderla?


1 comentario:

  1. Hay tantas situaciones ante las cuales podemos hacer nuestra la frase: “No sabe uno ni cómo rezar”… y como cuesta saber descubrir su eficacia.
    Hay muchos momentos que, sobre todo en medio de tantas atrocidades, como se dan en esta guerra que se está viviendo, las consecuencias de la pandemia, la pobreza que va aumentando y con la que nos topamos a diario, solo podemos identificarnos con Jesús cuando dice, orando al Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
    Acoger a los refugiados es lo mínimo que podemos hacer… Cuando se puede “matar” a niños, ¿qué podemos esperar?
    Haces la pregunta si “¿nos quedará suficiente fe para, unidos a él, mantenernos firmes y esperanzados? su voluntad es siempre que la vida triunfe sobre la muerte, el amor sobre el odio y la alegría sobre la tristeza”. ¡Qué difícil resulta creer cuando no se vislumbra ni un ápice de luz!
    Y, en medio de todo, nos llega la Semana en la que reviviremos, si podemos, la oración y el sufrimiento para poder “resucitar”.
    Gracias Gonzalo, por la crudeza de la que nos has hecho conscientes y a la vez poder renacer a la esperanza.

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