sábado, 22 de abril de 2017

Hermana Madre Tierra

Es difícil encontrar a un joven que no sea sensible a la ecología. Es uno de los signos de nuestro tiempo. El papa Francisco recogió este anhelo y hace un par de años escribió una larga carta sobre el cuidado de la casa común. La encíclica Laudato Si’ analiza las causas que nos han conducido a la crisis que hoy vivimos y, sobre todo, sugiere pistas para crear una verdadera cultura de respeto y cuidado de la creación. Hoy, 22 de abril, es una buena oportunidad para seguir profundizando en este desafío porque, desde 1970, se celebra el Día de la Tierra. El Papa nos recuerda que “esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes” (n. 2).

Por todas partes se multiplican los consejos sobre lo que podemos hacer para proteger el ambiente. Nunca están de más, pero este recurso puede convertirse en un repetitivo sermón laico que acaba produciendo anticuerpos. Los valores no se transmiten –en contra de lo que suele suponerse– a base de repeticiones sino por contagio. Los valores son como el aire que respiramos. Si desde niños respiramos la convicción de que formamos parte de una “casa común” con todos los seres humanos, los animales y las plantas, con todo lo que existe, entonces nacerá en nosotros la responsabilidad de hacer habitable el ambiente y de cuidarlo al máximo para que todos puedan vivir. El hecho de que use transporte público, gaste poca agua o plante un árbol es solo una consecuencia menor de algo más profundo y más determinante: lo que el papa Francisco llama “una ecología integral” (capítulo IV de su encíclica). Lo dice muy claramente en el número 139:
Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”.
La consecuencia más deplorable del desequilibrio ecológico no es la desaparición de una especie vegetal o animal, sino el hecho de que millones de hombres, mujeres y niños viven en condiciones inhumanas. No hay verdadero “cuidado de la casa común” cuando no garantizamos una vida digna para todos. Esto nos exige caminar hacia una concepción de mundo como familia humana y no como un conglomerado de estados o naciones que pugnan entre sí por obtener mayores privilegios. El agua y el aire, la sequía y el hambre, el oxígeno y la contaminación no entienden de fronteras políticas. Es necesario ir creando nuevas formas de gobernanza mundial que aborden todos estos fenómenos integralmente. Quizá la solución mejor no resida en una especie de supragobierno global sino en núcleos locales y regionales que actúen en red y que coordinen sus análisis, decisiones y acciones. La Tierra es Madre y Hermana

Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas. Amén.

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