viernes, 7 de abril de 2017

El puente de mi pueblo

Hoy es 7 de abril, Viernes de Dolores, anticipo popular de los misterios de muerte y resurrección que se celebran en la Semana Santa. De una muerte casi segura y de una resurrección muy deseada quiero hablar en mi post de hoy. Desde el 25 de febrero está en marcha una campaña llamada Salvar el puente romano de Vinuesa (Soria), promovida animosamente por una visontina. En el momento de escribir estas líneas hay 2.127 firmas registradas, más del doble de los empadronados en la villa pinariega. Yo soy uno de los firmantes. Confieso que no confío mucho en este tipo de campañas porque a menudo naufragan en el mar de la burocracia, pero esta vez me parece diferente. Al firmar, no busco salvar una ballena anónima del Pacífico o una especie endémica de la Amazonía brasileña que no conozco de nada. El puente romano-medieval de Vinuesa forma parte de mi historia personal y del imaginario colectivo de mis paisanos. Creo que de romano tiene poco o nada, pero todo el mundo lo llama así. La tradición se impone a la historia. Lo veía desde niño desde la ventana de mi casa. Lo he cruzado en los días largos del estío, cuando el Duero mengua su cauce. Y lo he contemplado sumergido bajo las aguas heladas del embalse de la Cuerda del Pozo en pleno invierno. Es normal que me duela su deterioro y su previsible desaparición, a menos que reaccionemos a tiempo. Por eso escribo en plena primavera, en las puertas de la Semana Santa, porque es un tiempo que habla de resurrección y vida.

La campaña actual es un eslabón más de una larga cadena. Desde 1999 al menos se vienen realizando peticiones para salvar el puente. Si no estoy mal informado, un informe de la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD) redactó un proyecto de traslado y restauración del puente, pero han pasado los años y no se ha hecho nada. El 27 de agosto de 2010 una asociación de amigos del puente entregó la solicitud de declaración de Bien de Interés Cultural  (BIC) en la Delegación Territorial de Soria de la Junta de Castilla y León. La Junta sostuvo que la responsable del puente es la CHD al estar situado en el embalse de la Cuerda del Pozo. Los dirigentes de la CDH alegaron que necesitaban la declaración de BIC para poder invertir en su restauración. Total, que la pelota ha estado saltando de un campo a otro. Suele ser normal cuando, a los problemas competenciales, se añaden los económicos. Hay que invertir mucho dinero en un bien simplemente cultural. Mientras tanto, harto de la tardanza de las instituciones, el puente sigue deteriorándose, como si ya se hubiera resignado a morir bajo las aguas en una especie de lento suicidio.

Comprendo que a muchos lectores de este blog el puente de mi pueblo les preocupa lo mismo que a mí las cabinas telefónicas rojas de Londres o los yipnis filipinos; es decir, poco o nada. Uno no puede estar todo el tiempo pendiente de medio mundo ni puede apuntarse a todas las causas y batallas, por dignas que sean. Algunos pretenden hacerlo, pero me cuesta creer en la efectividad de su compromiso. Sin embargo, a mí lo del puente visontino me toca muy de cerca. No es un asunto entre otros muchos. Por eso, pido un poco de benevolencia a los lectores habituales. Soy consciente de que no se trata de un tema de alcance universal, pero las preocupaciones por el todo se concretan en el compromiso con la parte. A los ecologistas les gusta repetir aquello de Think Globally, Act Locally (Ten una visión global y haz algo en tu entorno).

El puente se suele presentar como una muestra de la arquitectura viaria del Imperio Romano (siglos I-II), aunque este dato es muy cuestionado por algunos expertos. Carezco de información precisa para pronunciarme. En siglos posteriores fue ampliado con algunos arcos ojivales que le dan un aire más vistoso. Durante muchos años fue el paso natural para cruzar el naciente río Duero y llegar al monte de Vailengua. Formaba parte de la Cañada Real Galiana. De niño, he visto cómo algunos pastores cruzaban el puente con sus rebaños de ovejas y de cabras. Cerca del puente, pero no a través de él, discurría una calzada romana que unía probablemente Numancia con Sasamón, aunque sobre este asunto hay también diversas teorías no coincidentes. De ella se conservan más de tres kilómetros. Pudo también ser parte de la calzada secundaria Numancia - Uxama que se unía a la principal, Asturica – Cesaraugusta. Sabemos –eso sí– quién fue el constructor. En una inscripción escrita en piedra que todavía se conserva cerca de Molinos de Duero puede leerse: HANC VIAM / AVG(ustam) / L(ucius) LUCRET(ius) DENSUS / IIVIR(um)/ FECIT. La traducción varía. Depende de cómo se interpreten algunas abreviaturas. Con todo, el núcleo de la frase es claro: Este camino imperial (o estrecho) lo hizo Lucio Lucrecio Denso. La abreviatura II VIR se puede traducir por uno de los dos funcionarios el segundo duunviro. Si así fuera, haría referencia a la institución de los duoviri. 

El puente mide 87 metros de longitud y 3 de anchura. Su altura máxima es de 5,5 metros. Como las fotos muestran con claridad, desde hace muchos años –debido a las aguas del embalse que lo cubren durante varios meses, al robo de sus piedras y a la incuria– el puente agoniza. ¿Cabe todavía una resurrección? Yo no soy ingeniero de caminos, canales y puertos. Ni siquiera experto en arquitectura romana o medieval, por más que lleve muchos años viviendo en la Urbe. No sé, por tanto, cuál es la mejor solución técnica para salvar el puente. Nótese que no se habla solo de restaurar –como suele ser habitual cuando nos referimos a monumentos del pasado– sino de salvar, un verbo que alude al estado de condena en el que se encuentra. Algunos hablan de elevarlo sobre plataformas de hormigón para que no quede sumergido en las aguas. Otros sugieren su traslado piedra a piedra a un lugar más seguro. Imagino que habrá incluso ideas más ingeniosas. Todas son caras (se habla de un mínimo de dos millones de euros). Por eso será necesario que, junto a la imprescindible inversión pública, haya también financiación privada. Me fío del dictamen de los expertos para no sucumbir al fuego cruzado de las mil opiniones. Yo, por el momento, solo puedo contribuir con un valor añadido, que es el sentimental.  

Escribo a casi dos mil kilómetros de distancia, pero las espléndidas fotos de mi amigo Eladio Martín crean cercanía, me ayudan a trasladarme a un lugar que he contemplado, pisado y fotografiado infinidad de veces. Cuando las aguas bajan, lo veo como un enano al lado de su compañero, el puente moderno, que discurre seguro de sí mismo apoyado en sus pilastras de hormigón, ajeno a la crecida de las aguas y a las inclemencias del tiempo. Si me acerco a sus piedras centenarias, lo veo deteriorado, como un herido en el frente de guerra. Un cartel minúsculo advierte de que está prohibido acercarse a él porque hay “peligro de desprendimiento”. Aquí surge mi primera reacción de enojo. Una obra que durante siglos ha dado seguridad a las personas que querían cruzar el río se ha convertido ahora, por la incuria de los seres humanos, en un elemento peligroso. ¿Cabe mayor perversión? Es como si las piedras se hubieran cansado de esperar. El agua disuelve la argamasa y, poco a poco, los sillares se van desprendiendo. Los vándalos humanos, con su expolio injustificable, se encargan de completar la operación de acoso y derribo.

La base de algunos arcos descansa sobre la roca. Los siglos no han podido con ella. Me viene a la mente la parábola de Jesús: “Todo el que escucha mis palabras y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero ésta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca” (Mt 7,24-25). El puente romano-medieval de Vinuesa es como esa casa bíblica. Si no se derrumba es porque está construido sobre roca. Las analogías bíblicas me llevan también al número septenario de sus arcos: tres de medio punto y cuatro ojivales. No quiero abandonarme demasiado a explicaciones simbólicas, pero las concurrencias del número siete son abundantes y sugestivas, tanto en el plano cósmico como en el antropológico y bíblico. Cuando se contempla el puente con calma no como viajero apresurado sino como peregrino contemplativo, muchas saltan a la mente: los siete días de la semana, las siete notas musicales, los siete pecados capitales, los siete sacramentos… El puente se convierte así, sin pretenderlo, con su pedagogía callada, en maestro de viandantes y observadores.

Mi amigo Eladio ha conseguido que su objetivo sitúe el puente viejo y el puente nuevo en un marco incomparable. Los dos aparecen como abrazados por las cuatro raíces o los cuatro elementos de Empédocles: el aire que mueve las nubes borrascosas del cielo, la tierra representada por los bosques de pinos y los guijarros de la orilla, el agua serena del río que comienza a devenir embalse y… el fuego. ¿Dónde está el cuarto elemento? En las fotos no aparece por ninguna parte. No se ve ningún incendio en lontananza ni hoguera alguna en las proximidades. El fuego, querido lector, no está fuera, como si fuera un punto naranja del paisaje, sino dentro. Lo llevamos tú y yo cuando, contemplando esta estampa que ensambla naturaleza e historia, ardemos en deseos de que la incuria sea sustituida por el cuidado y el deterioro por la restauración. Sin este fuego interior, que adquiere la forma de entusiasmo, será difícil que el invierno del puente se torne primavera y que, tras la muerte de años, haya resurrección. El cuarto elemento depende de nosotros. Todavía no es demasiado tarde.




2 comentarios:

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.