martes, 27 de diciembre de 2022

Llenar el tiempo


El cielo está encapotado. Puede llover de un momento a otro, aunque también es posible que salga el sol. Dejé Madrid el día de Navidad por la tarde para refugiarme en la montaña. En este clima de silencio y de suave invierno digiero las muchas cosas vividas en los últimos días en los que he podido compartir con diversas comunidades. La celebración litúrgica de la Navidad dura ocho días salpicados de otras fiestas que van acentuando algunos rasgos de la encarnación de Dios. Ayer celebramos a san Esteban. La vida y la muerte se dan la mano. Confesarse seguidor del Niño que nace en Belén tiene siempre sus riesgos. Los tuvo ayer y los sigue teniendo en la actualidad. Hoy recordamos a Juan, el apóstol y evangelista. La tradición vincula al autor del cuarto evangelio con uno de los discípulos de Jesús. 

Mientras la liturgia sigue su cadencia secular, el mundo sigue su curso. Llegan noticias preocupantes desde China mientras aquí se discute sobre la verdadera situación de la economía y lo que nos aguarda en 2023. La persona joven agonizante a la que me referí el día de Nochebuena falleció ese mismo día por la tarde rodeada del cariño de su familia. Lo que podría haber sido una gran desgracia se vivió como un canto a la vida plena. La Navidad familiar, y aun la litúrgica, se transformó en una experiencia de encuentro con Jesús que va más allá de la muerte. La Navidad fue para esa joven madre su verdadero dies natalis.


Veo a muchas personas de mi entorno con la necesidad compulsiva de llenar el tiempo, de matarlo, de hacer muchas cosas (cocinar, viajar, pasear, salir de copas, practicar deporte…). Temen que estos días de Navidad, estas minivacaciones de invierno, pasen sin recuerdos memorables. Pareciera que el tiempo adquiere valor en la medida en que lo inflamos. Nos resulta difícil vivirlo sin ansiedad, dando significado a cada pequeña acción, no abandonándonos a expectativas desmesuradas que nos dejan todavía más insatisfechos. 

La alegría no nace de la acumulación de experiencias exaltantes, sino de la capacidad de vivir con intensidad y significado la exultación diminutiva que podemos encontrar en las cosas más sencillas. Una de las lecciones que aprendemos en Navidad es que Dios siempre elige la vía de la sencillez para hacerse encontradizo con nosotros. No es, pues, nada extraño que una sociedad tan sofisticada como la nuestra encuentre muchas dificultades para descifrar los signos de Dios.


Anoche pasé un buen rato en el belén viviente que cada año se organiza en mi pueblo natal. Niños, jóvenes y personas mayores inundan la plaza mayor convertida en una especie de Belén en el que hay una carpintería, una panadería, una herrería, una taberna, una quesería, un establo de ovejas, el puesto de la castañera y otros espacios que recrean el mundo rural. Sobre la superficie del atrio de la iglesia se representa el lugar donde están María, José y el niño. Las luces multicolores y la música navideña (con canciones que van desde los típicos villancicos españoles hasta temas tan conocidos como el incombustible Feliz Navidad de José Feliciano, White Christmas y otros muchos de la música pop internacional) ayudan a crear un ambiente que a los niños les resulta mágico. Me resisto mucho a usar esta palabra de moda, pero es la que estaba en boca de muchos. 

Presidiendo toda la representación estaba el gran reloj de la torre de la iglesia. Con sus campanadas regulares, nos recordaba que lo que parecía de otro tiempo, en realidad estaba conectado con nuestro tiempo. Todo eso sucedía entre las 4,30 de la tarde y las 9 de la noche. Era un tiempo para encontrarse, charlar, escuchar música, tomar algo y llenar el tiempo de forma comunitaria. 



1 comentario:

  1. Muchos saludos, querido Gonzalo. Feliz Navidad en Vinuesa. Marisa Bartolomé

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