jueves, 8 de diciembre de 2022

La Mujer de ayer, hoy y mañana


Anoche estuve en la catedral de Madrid. Quise unirme a la tradicional Vigilia de la Inmaculada. El templo estaba abarrotado de gente. Dominaban los jóvenes. Se prosigue una tradición iniciada en los años 40 del siglo pasado. Yo iba con un amigo mío italiano que está pasando unos días en Madrid. Mientras transcurría la vigilia y se sucedían las canciones y plegarias, me preguntaba qué puede significar una celebración como esta para quienes no esperan nada, para quienes creen que no hay en la vida ninguna persona o causa por la que merezca la pena entregarlo todo. Aunque suene demasiado fuerte, este es el horizonte en el que se mueven muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. O mejor, la falta de horizonte. Esto explica, en buena medida,  los sentimientos de confusión y pérdida e incluso el aumento de los casos de suicidio, sobre todo entre los adolescentes y jóvenes. 

En el paso de la modernidad a la posmodernidad ha mutado nuestra concepción del tiempo. Despreciamos el pasado porque nos parece que no ofrece ya ninguna clave significativa para vivir hoy. La tradición, incluida la cristiana, ha dejado de ser una raíz de progreso para convertirse en una losa. Por otra parte, no confiamos en que el futuro pueda depararnos algo mejor porque nos hemos vuelto escépticos con respecto a las utopías religiosas, políticas e incluso científicas. No hay futuro. No cabe esperar nada mejor. El nihilismo se convierte en la enfermedad de nuestro tiempo. Quedamos atrapados en el presente. Nos limitamos a gestionar el día a día, a sorber la pequeña dosis de felicidad (o quizá solo de placer) que nos ofrecen algunos fragmentos de vida. Y nos cuesta mucho trazar una línea de continuidad entre un fragmento y otro, como si cada experiencia empezara y acabara en sí misma. No vemos un sentido último a nuestra existencia. En el fondo, nos cuesta vivir porque no sabemos esperar. Y sin esperanza no hay vida. Para no caer en el sinsentido o la desesperación, la industria del entretenimiento se encarga de promover y rellenar el vacío. ¡Viva el larguísimo puente de la Constitución y la Inmaculada! Las tiendas, los bares, los restaurantes, los teatros y los hoteles se frotan las manos!


Cuando uno vive atrapado por la inmediatez del presente es difícil que entienda el significado de una mujer como María, que resiste el paso del tiempo, que pertenece al pasado, vive en el presente y nos abre siempre al futuro de Dios. Ella gesta ese futuro. Ella es la mujer de la esperanza que nos llama desde el final de la historia para ayudarnos a comprender que el futuro le pertenece a su Hijo porque solo Él es alfa y omega, principio y fin, hombre y Dios. María es la portadora de Dios para todos los seres humanos que siguen preguntándose por qué estamos aquí y a quién debemos consagrar la vida. 

La Iglesia celebra hoy a María como la Madre inmaculada, la que desde su concepción ha sido inundada por la gracia de Dios de tal modo que ella es siempre un cauce perfecto para que Jesús llegue a todos los seres humanos. Lo fue de una manera biológica en un determinado momento de la historia humana y lo sigue siendo siempre en el orden de la fe. La liturgia de hoy la contempla como la nueva Eva (primera lectura), la que ha sido bendecida antes de la creación del mundo (segunda lectura), la llena de gracia que se entrega por completo a la voluntad de Dios (evangelio).


Para quienes no descubren las raíces del pasado ni experimentan la apertura a un futuro que viene, esta Mujer no significa nada, ni siquiera como símbolo de una vida humana pura y descontaminada. Para quienes no se resignan a vivir una vida encerrada en la cárcel del instante, para quienes sienten dentro la fuerza irresistible de la esperanza y barruntan que el tiempo está preñado de gracia, María es la mujer que nos ayuda a reunir todos los fragmentos de la vida y darles sentido. En esta aventura espiritual, tan necesaria hoy para no sucumbir bajo el peso de un presentismo asfixiante, se combinan bien las experiencias de gracia y las dudas y preguntas, las promesas de Dios y nuestro desconcierto. Creer no significa abandonarse al absurdo, sino abrirse al misterio. 

El punto de llegada de esta aventura, que a veces resulta fatigosa, es la rendición total. El verdadero creyente siempre acaba haciendo suyas las palabras de María: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Estoy convencido de que este tesoro de la tradición cristiana no puede guardarse en un arcón con siete llaves porque hoy necesitamos salir de la cárcel del tiempo, descubrir que el futuro nos llega como una promesa de salvación y, en consecuencia, dar un significado pleno a nuestro presente. María puede guiarnos en este itinerario con tal de que no nos dejemos seducir por la serpiente insidiosa del orgullo, la comodidad y el egoísmo. ¡Feliz fiesta de la Inmaculada Concepción!

1 comentario:

  1. La entrada de hoy no es fácil… es intensa y me confronta con mis actitudes en la vida…
    Destaco sobretodo tres afirmaciones que haces y que reflexionándolas dan un giro en la visión de la vida:
    - “Creer no significa abandonarse al absurdo, sino abrirse al misterio.”
    - “El punto de llegada de esta aventura, que a veces resulta fatigosa, es la rendición total.”
    - “… necesitamos salir de la cárcel del tiempo, descubrir que el futuro nos llega como una promesa de salvación y, en consecuencia, dar un significado pleno a nuestro presente. María puede guiarnos en este itinerario con tal de que no nos dejemos seducir por la serpiente insidiosa del orgullo, la comodidad y el egoísmo.”
    Gracias Gonzalo y también, aunque sea tarde: feliz fiesta de la Inmaculada Concepción para ti.

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